Café mañanero. Hace frío de
enero. Cielo entoldado. Paco, como todos los días pide su copa de coñac – que,
desde hace un tiempo, se llama brandy -. Da sus tientos callados. Dos señoras
mayores se desayunan sus cafés dobles con leche calentita y churros. Hablan, en voz
alta. Se entera todo bar – bueno, todo no; casi todos - del final de las fiestas de fin de año que han
celebrado.
Un par de cazadores, a mi lado,
hablan entre ellos. Dicen que la caza de pluma está casi acabada. Hay dos
bandas de perdices, una que se las anda por la Cuesta del Verrón, y otra
que han visto por la Haza
de Santaella, aunque según parece también da algunas voladas por el Lomo frío y
por las tierras de Valsequillo. Entre tanta escopeta la naturaleza ya no
aguanta más.
Una tertulia televisiva dilucida
sobre el miedo ante la situación laboral que se avecina. Casi nadie en el bar
les hace caso. Hay un problema serio con las pensiones. Aparecen un montón de
soluciones. Ya se sabe todo es el color del cristal con que se mira. Sobre
impreso aparecen las noticias actualizadas; casi todas, malas.
Me voy a Málaga. Tiendas. Bullicio de gente. Colas en las cajas de
pago. El ruido ensordecedor. Todo es trepidante. Bolsas y más bolsas. Se tira
de la tarjeta con alegría. La sorpresa, luego, cuando llegue la nota bancaria
acusando…
De mediodía arriba, abrió la
tarde. Sol tibio, agradable. Acaricia los cuerpos. Dice el telediario que media
España está bajo cero. Niebla en los cursos de los ríos; nieve, en las cumbres.
Valoro la quietud de nuestro campo. El
recuerdo lo llena todo, y a uno, que da en hurgar demasiado en el pasado,
parece que le pellizcan el alma.
Noche de nostalgia y sombras
interiores. Crepitan las llamas en la chimenea. Juegan en figuras imposible. Me acuerdo de la canción de Serrat. Era el fin
de una noche de farra. Ya se sabe: verbenas de barrios, festejos callejeros. En
estos días que acabamos de terciar la cosa ha ido un poco más larga. Tiene
vigencia: “vamos subiendo la cuesta /
que arriba en mi calle se acabó la fiesta”. Veremos.
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