La naturaleza es generosa, pródiga. Regala algunos
frutos en racimos. Pienso en las parras de las que penden racimos de uvas; pienso en las cepas que cobijan del rigor del
verano lo que luego, cuando llegue el otoño, será ‘néctar divino’; pienso en la
palmeras que alegra el arenal y en los dátiles acariciados el viento cálido del
oasis…
Granos de trigo apretujados en la espiga cuando
arrecian las primera calores de junio y cantos de ruiseñores al amanecer en el
soto del río; y alondras en los primeros rastrojos; y pan bendito en la mesa del pobre y Hostia
Santa en el ara del altar. Cuerpo de Dios.
Parece que hay otros racimos. Vienen también de la
naturaleza. Son fruto de la naturaleza humana. Un grupo de canallas, agrupados
en racimo, ponen una bomba en un mercado; otros apalean – ante miradas pasivas
– a una chica en la impunidad de la noche; hay quienes en manada, como los
lobos, atacan a unos Guardias Civiles en un bar…
Se ve que la madre naturaleza, en ocasiones, tiene poco de madre, y mucho de otra cosa. Saca las
ideas de un cable caído y no es tan generosa. Algo no se hace bien. No se puede
llevar tanto odio dentro en cuerpos jóvenes a los que todavía no les ha hecho
cicatrices en el alma el helor de la vida.
España tiene la juventud más preparada de su
Historia y cada vez salta con más frecuencia a las portadas de la prensa
noticias que dejan a uno sin resuello. Da igual que sea en un pueblo navarro de
un paisaje precioso; da lo mismo que sea en una región donde la gente es
trabajadora y va a lo suyo e innova y exporta y sirve unas hortalizas
excelentes…
¿Qué mal viento corre desde Oriente Medio hasta
donde se abre el Atlántico? Si decían los clásicos que de Oriente venía la luz,
¿cómo es posible que tengamos tantas sombras sobre nuestras vidas sin que se le
encuentre solución al problema?
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