Saltó de una rama a otra; luego, hizo lo mismo pero en otro
árbol. Así estuvo un rato. Yo lo miraba; él,
a lo suyo. Como los niños traviesos se dejan ver solo lo preciso para
llamar la atención. El pichi es un
pajarillo diminuto. Tan pequeño como la alegría en la casa de los pobres.
Me pregunto de dónde habrá venido ese pichi con su pecherita
enrojecida; sus patitas de hilo recio; con ese pico grueso en la base y la
punta afilada; y ese abrir y cerrar de alas tan rápido que es imposible verlo.
Por la parte de Sierra que está a sol poniente han entrado
unas nubes negras. Se entoldó el cielo.
Dicen los que saben que esas nubes son cúmulos-nimbos y que vienen cargadas de
agua. Son nubes lentas. Van sin prisa, y parece que desde la altura miran a los
que andamos a ras del suelo…
Esas nubes vienen del
Atlántico. Ese mar está muy lejos. Por ese mar el sol se va cada tarde
camino de América que está aún más lejos y de allí, del mar, vienen las nubes
que traen la Gracia de Dios, o sea, el agua.
De otros sitios vienen otras cosas. De Oriente venían los
Reyes Magos hace unos días – por cierto, ¿alguien sabe si ya han llegado a sus
casas de vuelta? - ; de Oriente viene, también, la luz de cada mañana. Ahora
porque estamos en invierno asoma por el Cerro del Espartal; luego, cuando
llegue el verano, saldrá desde detrás del Cerro de la Fiscala… Dicen que eso es
por culpa de movimiento de traslación de la tierra, que como el pichi de antes,
tampoco se está quieta.
Por Oriente, en otro tiempo, cuando apuntaba el alba se encumbraba el
lucero cada mañana. El gañán sabía que los mulos en la cuadra tendrían el
piafar de quien sabe de la salida a la besana; el boyero echaba las pasturas a
las vacas; el cabrero entre legañas y sueños sabía que era hora de empezar el
ordeño.
En el campo todo tiene un antes y lo que viene. Esta mañana
era un pichi entre limoneros; nubes; el repique sordo de la lluvia. La siento;
empapa el campo.Esperanzas, recuerdos, sueños…
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