martes, 31 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hasta luego, enero

Se va enero. El de la cuesta. Ese que dicen que es durillo de pelar sobre todo para los viejos por aquello de los fríos y la búsqueda del calor de las recachas y las mañanas blancas con nieblas en los curso del los ríos; en los valles…; noches  largas, de cárabos y búhos y luna de gatos.

Enero nos trajo un rubio de purpurina barata –aunque dicen que está enterrado en dinero – en el pelo, una corbata roja y unos modales un tanto raros. El rubio tiene mucho poder. El rubio está podrido, al parecer, también, y eso es peor,  por dentro. Ya se sabe… No ha conocido la condición de ser hombre. ¡Qué triste!

Nos traído, enero, un temporal de mucho frío. En Levante ha pegado como los niños acosadores a otros muchachos, o sea, sin piedad. El destrozo, enorme. Hay que pensarse a ver dónde ponen de una puñetera vez los paseos marítimos. Está bien eso de hacerlos junto al mar, pero hombres de Dios, en el rebalaje, no.

Con los fríos de enero han venido las flores a los almendros. Nevadas de poesía. No dejan que se hagan  ni muñecos ni bolas, pero sí, eso de decir lo que pregonaba  Fray Juan de Yepes: “Mil gracias derramando  / paso por estos sotos con presura  / y yéndolos mirando…” Ya saben.

Se ve la mano de Dios con más esplendor aún, cuando el día llega a su mediación, y entonces, el campo rebosa ya florecillas nuevas. Está la yerbabonita rabiosa y ahíta de pincelas amarillas en prados verdes. Ha florecido el romero y perfuma los terrenos secos. Evoca  olor a Esperanza por calle Larios.

Hay cantos de pájaros tempranos. Los chamarines ya meten brozas. Dentro de unos días los primeros nidos, cuando busque la sombra el perro, serán hitos en competencia con frutos en madurez plena entre naranjas como cantos a la sensualidad de color y néctar.


Se va enero. Terciamos el primer mes del año. A ver cómo se vienen los que quedan:  preocupación por el recibo de la luz; calabacines, por las nubes, y berenjenas, moradas ellas y las amas de casa con los precios; pateras en el mar azul vestido de luto; demasiado político suelto que vela por nosotros. Oigan, si alguno se queda en su casa, a lo mejor, salíamos ganando…Hasta luego, enero.



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lunes, 30 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz de crepúsculo

El crepúsculo de la tarde pone en el cielo pinceladas doradas, ocres, malvas… El crepúsculo de la tarde recorta en el claroscuro que ha recogido Marilina - ¡sensacional, esta Marilina que además, con su silencio,  fue cómplice con los míos de la encerrona de las otras noches             ¡-  el castillo;  impresionante.

Está ahí. ¿Desde cuándo? No lo sabemos. Dicen,  que en su suelo hay restos de cerámica ibera. El alfar estaba en el arroyo que circunda el monte, o seas, en el arroyo Hondo,  y que por tanto, tampoco es extraño que hasta su cumbre se subiesen los habitantes de entonces…

Luego vinieron los romanos. Hay un lío. ¡No vean la de años que se ha tirado buscando la Iluro romana!  Unos arqueólogos, que también son los que saben de estas cosas,  dicen que el aljibe que hay junto a la muralla y que mira al cerro del Calvario y hacia los Lagares… Sí, ese; es el que recogía el agua para Iluro y que Iluro,  y  Álora son la misma cosa.

Los árabes llegaron, barrieron, se asentaron y edificaron. Levantaron las murallas, primero un hins;  fortaleza militar. Cinturón de seguridad de Bobastro hasta que cayó bajo el mando del Califato… Durante el Emirato, y los Taifas, más huellas sobre sus muros.

Y cerco va y cerco vine. “Tregua, tregua, Adelantado, por tuyo se da el castillo”. Ni mijita. Una flecha certera desde una ballesta armada… La lía. Muere Diego  de Ribera; nace el Romance, bellísimo: “Álora la bien cercada, tú que está en par del río…”

Y, Castilla imparable. Y más guerras,  y la lombarda y los ribadoquines que vuelan su muralla y… siglos de quietud. Y luego, un rey que lo hace cementerio y vuelve a permanecer en pie a duras penas. Y…

Ahora, una mente lúcida manda blanquear un trozo de la tapial. Y, dicen que allí de tocar, nada de nada, que ellos son “Cultura” y que en patrimonio son los que mandan y que ese trozo es parte del muro del cementerio pero no lienzo de muralla…


Y que el Ayuntamiento se quede quietecito, que si no paran la restauración.  ¿Cómo te quedas? El lienzo chilla desde lejos. Las sombras del crepúsculo lo ocultan; está allí; se ve a cualquier hora del día. A pesar de los que tanto saben, el castillo, impresionante; el crepúsculo, soberbio.

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domingo, 29 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tierras del Duero

Torregalindo es un pueblo pequeño. Se recuesta al amparo de una loma para resguardarse de las ventisca del invierno.  Tiene un castillo  viejo;  muy viejo. Hace mucho que el  castillo está en ruinas. Torregalindo es un pueblo de Castilla, despoblado y solitario. Puede ser uno de aquellos pueblos de los que hablaba Delibes.  ¿Andarían por allí el ‘Nini’ y ‘Antón, el Ratero’?

Entre las oquedades de la torre del castillo anidan los cárabos y los cernícalos. Se alimentan de pajarillos. Limpian el campo de roedores: ratas, ratones que viven al amparo de los escaramujos y topillos de los sembrados que salen a taponar las madrigueras.

Las paredes de las casas son de adobes; los muros, de piedra.  Hay muchas casas cerradas; ya no vive nadie. Se fueron los jóvenes; también, los que se quedaron, se ‘fueron’ yendo.  De vez en cuando, en las noches de invierno, las ventanas dan portazos empujadas por  el viento que ulula por las chimeneas, por los tejados; por las esquinas de las calles. Se oye el crujido de las maderas;  no resisten el paso del tiempo…

 Muy cerca del  pueblo, por la tierra llana, corre el río Riaza.  Como  el pueblo, también, es pequeño; va al Duero. En las orillas del río crecen las choperas. En otoño las orillas se visten de oro viejo; en primavera hay un tintineo de hojas temblorosas con la brisa de la tarde. Los pájaros anidan en sus ramas. Hay alisos de hojas verdes, algún olmo de tronco recio…

Cae la escarcha inmisericorde en las mañanas de invierno. Son mañanas frías y largas; se echa la niebla. Hay helor.  El sol, “el duro sol de la estepa castellana”, es fuego en las horas interminables de la tarde cuando llega el verano. Su clima es extremo; tremendamente duro. El campo hasta que no viene el buen tiempo; o sea, de junio arriba es un páramo desierto; luego, casi también. Todo está parado; todo está en espera…


No muele el molino; no tocan las campanas de la iglesia… No hay gente por la calle;  poco a poco el pueblo… 


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sábado, 28 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Isabel Barreto

Nació en Pontevedra hacia 1567 y murió en su Galicia natal, donde está enterrada, 45 años después, o sea en 1612 después de haber cruzado el Océano Pacífico desde Perú a Filipinas y haber vivido en Guanaco (Argentina) y Acapulco (México).

Muy joven embarcó para América. De Origen portugués, su abuelo había sido gobernador de la India portuguesa. Sus padres, Nuño Rodriguez Barreto participó en la conquista de Perú; su madre, Mariana de Castro. Eran naturales de Lisboa.

Los cuadros de la época la retratan como mujer de rasgos sensibles, bellos y dulces. Su carácter era, por el contrario, de una rudeza extrema, que la lleva a ser la primera mujer con cargo de Almirante en la Armada Española por nombramiento de su marido, Alvaro Mendaña y Neira.

Desde muy joven sabía escribir – cosa impropia para una mujer de su tiempo – y entendía el latín. Sus dotes de mando eran excepcionales. No dudó en aplicar las penas más duras, con ahorcamientos incluidos, a los amotinados durante las travesías por el Pacífico.

Su hazaña en la mar comienza en 1595. Parten del Puerto de Paita (Perú). Acompaña a su marido que muere de malaria en la travesía hacia las islas Marquesas. Previamente la nombra “heredera universal, Adelantada y Gobernadora”, en información de Fernández de Quirós, cronista de la expedición con quien tuvo serias discrepancias.

En las Marquesas descubren Fatu Hiva (Magdalena), Hiva Oa (Dominica), Tahuata (Santa Cristina), Moho Tani (San Pedro), Pokapuka (San Bernardo), Nilakita (La Solitaria)….

Se dirigen a las islas Salomón donde piensan encontrar oro y piedras preciosas. Descubren Tinakula, Tomotu Noi y Santa Cruz.  No fue una ruta fácil: mientras ella guardaba celosamente sus víveres “la situación en la que se encontraba la tripulación era deplorable, apenas había agua ni comida, la mayoría estaban enfermos y no pasaba un día sin que se echaran al mar tres o cuatro cadáveres”.


En 1596 llegan a Manila donde la reciben con todos los honores y donde se vuelve a casar con Fernando de Castro, Caballero de la Orden de Santiago. Mujer muy valiente y de armas tomar a la altura de Magallanes y Orellana, en opinión de sus biógrafos.


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viernes, 27 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sueños

Saltó de una rama a otra; luego, hizo lo mismo pero en otro árbol. Así estuvo un rato. Yo lo miraba; él,  a lo suyo. Como los niños traviesos se dejan ver solo lo preciso para llamar la atención.  El pichi es un pajarillo diminuto. Tan pequeño como la alegría en la casa de los pobres.

Me pregunto de dónde habrá venido ese pichi con su pecherita enrojecida; sus patitas de hilo recio; con ese pico grueso en la base y la punta afilada; y ese abrir y cerrar de alas tan rápido que es imposible verlo.

Por la parte de Sierra que está a sol poniente han entrado unas nubes negras.  Se entoldó el cielo. Dicen los que saben que esas nubes son cúmulos-nimbos y que vienen cargadas de agua. Son nubes lentas. Van sin prisa, y parece que desde la altura miran a los que andamos  a ras del suelo…

Esas nubes vienen del  Atlántico. Ese mar está muy lejos. Por ese mar el sol se va cada tarde camino de América que está aún más lejos y de allí, del mar, vienen las nubes que traen la Gracia de Dios, o sea, el agua.

De otros sitios vienen otras cosas. De Oriente venían los Reyes Magos hace unos días – por cierto, ¿alguien sabe si ya han llegado a sus casas de vuelta? - ; de Oriente viene, también, la luz de cada mañana. Ahora porque estamos en invierno asoma por el Cerro del Espartal; luego, cuando llegue el verano, saldrá desde detrás del Cerro de la Fiscala… Dicen que eso es por culpa de movimiento de traslación de la tierra, que como el pichi de antes, tampoco se está quieta.

Por Oriente, en otro tiempo,  cuando apuntaba el alba se encumbraba el lucero cada mañana. El gañán sabía que los mulos en la cuadra tendrían el piafar de quien sabe de la salida a la besana; el boyero echaba las pasturas a las vacas; el cabrero entre legañas y sueños sabía que era hora de empezar el ordeño.

En el campo todo tiene un antes y lo que viene. Esta mañana era un pichi entre limoneros; nubes; el repique sordo de la lluvia. La siento; empapa el campo.Esperanzas, recuerdos, sueños…
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jueves, 26 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cabalística

Suma este año, 2017, diez. O sea, pinta a bueno. Hay otras coincidencias para que además de bueno, pase a mejor. El siete es un número repetido un montón de veces en mi vida. No es cuestión de  detalles. Nací un 27, - era enero, y mi madre me contaba que aquel año, 1947, hizo mucho frío -. Estamos, en 2017; cumplo 70 años…

Siete años duró mi formación en el Seminario de Málaga. Allí me enseñaron a traducir a Cesar, Tito Livio, Cicerón, Horacio, Virgilio… Bueno lo de traducir es un decir. Más correcto era eso de hacerlos gandinga. Allí, nació la amistad; aún, perdura.

Nunca me gustaron las Ciencias. Lo mío, las Humanidades.

-          Don Juan, si yo he hecho el problema.

-          Sí, tú lo has hecho, polvo.

Me aportaron ¡tanto!  Imposible cuantificarlo. No es lo más importante. Lo que realmente vale son los valores que me metieron dentro. Hacerlos públicos – humildad es reconocer lo que se tiene – suena a vanidad. No es mi intención. Mi amigo Barbeito, me provoca (por lo de la puntualidad), y va, y me dice si es  “el AVE de Álora”…

Treinta y siete (otro ‘siete’) años por la enseñanza. ¡Qué bonito aquel día en que Tere, me dijo: yo hice Historia porque tú me enganchaste en la manera que tenías de explicarla! ¡Qué bonito cuando le dicen a mi hija: Tú padre, me enseñó a deleitarme con la música clásica! ¡Qué bonito cuando hombres y mujeres, vienen y te dan un abrazo y te dicen… y a uno, que tiene su alma en su almario, se le humedecen los ojos.

Tres hijas, dos nietos y dos mujeres (aunque una físicamente, no está),  suman siete…Un puñado de libros; unas gavillas de artículos; el campo, Juan Ramón, San Juan de la Cruz, don Antonio,  y amigos… Son más de siete. (Ya ven, uno no es perfecto).


Hace, también, 67 – otra vez, el siete –  años que perdí a mi padre. No he dejado de recordarlo. No sé si lo que viene a mi mente es recuerdo, fantasía o realidad. Vive dentro del niño que se hizo grande y no lo olvidó y que hoy, que es un día especial, le da la tabarra a quienes tienen la amabilidad  y la generosidad de leerlo hablando de él mismo. Gracias, a Dios, que me ha dado tanto! (Ah, 397 palabras, ¡otro siete!)

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miércoles, 25 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Racimos

La naturaleza es generosa, pródiga. Regala algunos frutos en racimos. Pienso en las parras de las que penden racimos de uvas;  pienso en las cepas que cobijan del rigor del verano lo que luego, cuando llegue el otoño, será ‘néctar divino’; pienso en la palmeras que alegra el arenal y en los dátiles acariciados el viento cálido del oasis…

Granos de trigo apretujados en la espiga cuando arrecian las primera calores de junio y cantos de ruiseñores al amanecer en el soto del río; y alondras en los primeros rastrojos; y  pan bendito en la mesa del pobre y Hostia Santa en el ara del altar. Cuerpo de Dios.

Parece que hay otros racimos. Vienen también de la naturaleza. Son fruto de la naturaleza humana. Un grupo de canallas, agrupados en racimo, ponen una bomba en un mercado; otros apalean – ante miradas pasivas – a una chica en la impunidad de la noche; hay quienes en manada, como los lobos, atacan a unos Guardias Civiles en un bar…

Se ve que la madre naturaleza, en ocasiones, tiene  poco de madre, y mucho de otra cosa. Saca las ideas de un cable caído y no es tan generosa. Algo no se hace bien. No se puede llevar tanto odio dentro en cuerpos jóvenes a los que todavía no les ha hecho cicatrices en el alma el helor de la vida.

España tiene la juventud más preparada de su Historia y cada vez salta con más frecuencia a las portadas de la prensa noticias que dejan a uno sin resuello. Da igual que sea en un pueblo navarro de un paisaje precioso; da lo mismo que sea en una región donde la gente es trabajadora y va a lo suyo e innova y exporta y sirve unas hortalizas excelentes…


¿Qué mal viento corre desde Oriente Medio hasta donde se abre el Atlántico? Si decían los clásicos que de Oriente venía la luz, ¿cómo es posible que tengamos tantas sombras sobre nuestras vidas sin que se le encuentre solución al problema?

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martes, 24 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Curva de ballesta

Hace el Genil una curva de ballesta entre Jauja y Badolatosa. A un lado, Córdoba; Sevilla, al otro. El río encajonado. En las orillas vegetación de ribera, álamos y alisos; río da frío con solo pensar de dónde viene. Tierra de limo y aluvión…

La carretera es una curva continua entre La Roda, - la Roda de Andalucía, claro -  y Badolatosa. Excelente asfalto; muy estrecha; las cunetas limpias. La velocidad ni mucha ni poca; la precisa.
Junto a la carretera un grupo de aceituneros varean con vibradores el olivar. ¡Qué maravilla cómo labra esta gente los olivares! Tres mujeres y cinco hombre. Animora la marcha. El viajero es muy preguntón. Es una manera de aprender. Baja el cristal de la ventanilla y pregunta:

-          ¿De qué variedad son estas aceitunas?
-          Hojiblancas…

Sigue la marcha. Se sobrecoge; admira lo que se encierra entre un mar de verdes grises y pies centenarios. A lo lejos, estribaciones de la Subbética. Sabe que por esas tierras se cultivan arbequinas, picuales, frantoias, manaznillas… Hay tantas variedades de aceitunas y aceites tan únicos que ya muchos pueblos dicen que el suyo es el mejor del mundo…

Badolalatosa es un pueblo blanco; el cielo azul a media mañana y un ir de venir de tractores que llegan del campo a la coopertativa. Ah. No lo había dicho. Es la Cooperativa de San Plácido.
-          Y¿al otro lado del río, Jauja?

-          Sí. Donde se crió el Tempranillo.

Estos pueblos se agarran a lo que tienen en su historia no muy lejana y crean una “Ruta del Tempranillo”. Es una manera de atraer a la gente para que venga y ….

Echa manos y se documenta y entonces va y lee y se entera de lo que escribió Lope de Rueda: “Jauja era una tierra cuyas calles estaban empedradas con piñones, con un arroyo de leche y otro de miel, donde ataban los perros con longanizas y no se trabajaba, de ahí proviene la célebre frase: Esto de Jauja”.


El viajero se sienta entre dos maestros. El maestro Barbeito y un maestro joven, con vocación por lo que hace y mucha generosidad de conocimientos. Se llama Custodio. El viajero calla y escucha... “cerca de nosotros el aceite fluye como un río de vida”. Eso no lo digo yo; lo dice el maestro Barbeito.

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lunes, 23 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cipreses

Mi vecino ha cortado los cipreses. Bueno, mi vecino ha cortado `sus´ cipreses. Formaban un seto a lo largo del camino. No eran muchos; suficientes para poner una pincelada de aspiraciones verdes que oteaban los vientos que venían más altos que otros vientos.

Decía Marín Descalzo, aquel enorme cura por la volumetría de su cuerpo y por su manera de ser,  que Roma era la única ciudad del mundo donde los cipreses no eran árboles tristes. No estaba yo entonces –ahora, tampoco – muy de acuerdo con José Luis.

Martín Descalzo escribió unas crónicas muy especiales del Concilio Vaticano II y lo tituló Un periodista en el Concilio. Era otra manera de ver todo lo que pasaba por la nave central de San Pedro, nave en los dos sentidos, en el de barco y en el de espacio central de la Basílica, donde los padres conciliares querían abrir las ventanas para que entrase una aire nuevo.

El aire que movía a los cipreses de mi vecino ahora se va a encontrar un poco despistado porque no los va a encontrar en su sitio. Vino un hombre, bueno, vieron dos o tres. Traían una máquina y unas herramientas de las que hacen daño y dejaron el borde del camino como un solar.

“Enhiesto surtido de sombra y sueño…” llamó Gerardo Diego al ciprés de Silos. Miguel Delibes habló y vio a otro ciprés. Nos dijo que su sombra era alargada…Ahora pienso en los gorriones que cada noche buscaban cobijo en la frondosidad de  sus ramas y me pregunto cómo resistirán el frío de estas noches de madrugadas largas de enero.


José Luis Martín Descalzo nunca estuvo en mi pueblo. Nunca pudo saber que hay otros lugares donde los cipreses no son tristes aunque algunos hombres hagan con sus propiedades lo que crean conveniente y la tristeza no esté en los árboles sino en los que los sentíamos como compañeros entrañables… ¡Cosas que pasan!

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domingo, 22 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Y, ahora ¿qué?

Caen las horas de la madrugada bajo la luna menguante de enero. La luna es una pincelada blanca en el cielo frío y distante. Una raya en el morse del sueño. El viento encajonado baja de las sierra. Forma un tropel  raro. Ulula con fuerza; agita las ramas. Lejos, muy lejos ladra un perro.

De vez en cuando aparece un ruido sordo y opaco. Pasa un coche por la carretera. ¿De dónde viene? Puede que ese coche lleve a alguien que va a recogerse. Es tarde para andar por esos sitios que prestan cobijo a gente solitaria que busca compañía y no la encuentra.

Las ediciones digitales de los periódicos anuncian lo que será noticia mañana. Barre el señor de pelo de panocha con purpurina. No lo quieren; otros, le temen. Todo es una sorpresa de lo que está por venir. Dicen que tiene dinero para aburrir y más de dos se preguntan qué busca este hombre que por lo visto no puede comprar con los dólares mohosos.

Es una pregunta que tiene difícil respuesta. ¿Cómo una persona puede ser tan rico? Desde luego no tiene pinta de haber bajado muchas veces al fondo de una mina, ni de haber pasado meses embarcado en alta mar, ni de haber saboreado el gusto salado del sudor una tarde de verano…

El Papa, ese otro señor, a quien no le hace caso casi nadie, dice que Latinoamérica sufre el ataque del liberalismo, de una economía que mata. Más de dos se preguntan, también, cómo esas beatitudes que lo rodean no se lo han llevado ya por delante. Hay que pensar que a lo mejor los milagros existen.


Este Papa es un tipo raro. Dice cosas que entiende mucha gente y cosas que no quiere entender otra gente. Los que entienden al Papa tienen poco poder para llevar adelante los mensajes de ese hombre de sotana blanca y zapatos viejos; los que no quieren entenderlo andan por otros lugares y habitualmente es gente que no suele tomar el metro por las mañanas, como si tomaba el Papa… 

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sábado, 21 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Josefina Carabias

Cuenta, que en las noches de luna clara, veía Gredos desde su ventana. Para ella la Sierra formaba parte de su vida. Ella sabía, por el color de la Sierra, cuándo iba a llover o cuándo se levantarían las nieblas. Sabía que la Sierra era algo consustancial a su vida.

Joséfina Carabias nació en Arenas de San Pedro (Avila) en 1908. Su padre vivía del campo y de la ganadería. Su madre se opone, porque un cura del pueblo le dice que donde tiene que estar la niña en casa, a que inicie el Bachillerato.

No hace caso. Estudia por libre; marcha a Madrid; inicia Derecho. Se aloja en la Residencia de Estudiantes bajo la dirección de María de Maeztu. Acude al Ateneo. Entabla amistad con don Miguel de Unamuno y Valle-Inclán. Se corta el pelo a lo garçon; baila charlestón en los cafés-concert…

Llega al periodismo casi por casualidad. Un primo lejano, Vicente Sanchez-Ocaña, director de La Estampa, le encarga un trabajo sobre la mujer en la Universidad. Después entrevista a Victoria Kent… Entra en Radio Unión (lo que luego sería la SER); presenta el primer diario hablado de España.

Se casó con Manuel Rico-Godoy. Se exilian en Paris. Su marido, encarcelado hasta 1944 por el franquismo. Se le acusa de masón y comunista. Ella permanece en París (Los alemanes en Francia vistos por unas española) con su hija, Carmen Rico-Godoy. Al regreso no puede firmar con su nombre. En 1945 nace su segunda hija Mercedes Rico Carabias… Publica El Congreso se divierte; Una mujer en el fútbol (se agotó a los diez días)…

En 1951 gana el Luca de Tena; el Mariano de Cavia, en 1954. Informaciones, la envía de corresponsal a Washington. En 1959 vuelve a París, ahora, con Ya, donde escribirá hasta su muerte. Conoce muy bien a la sociedad francesa. En 1967 regresa a España.

Josefina compra un apartamento en Marbella. Viene, desde París, solo los veranos. Un día, un jardinero arregla unos arriates. Coge unos esquejes;  los planta en balcón. Al año siguiente, regresa, el balcón está ahíto de flores. Se pregunta en su artículo de Ya: “Qué tiene esta bendita tierra que hasta los geranios florecen sin que nadie les haga nada”.


Yo, la descubrí, de muchacho; su muerte, en 1980. Aquel día alguien se me murió…


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viernes, 20 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Atrapados

Tiene nombre de película americana para una noche de sábado. La realidad es otra. Vienen imágenes de carreteras - nervios grises entre tules blancos - nevadas; de trenes parados entre estaciones; campos, desolados; nos cuentan de no se saben cuántas horas de esperas. Ayudas que no llegan…

La gente protesta, se indigna. Piden responsabilidades. El ministro sale en la televisión y dice que pide disculpas y valora la reacción de los que han sufrido el percance. Otros, aprovechan que, a las cañas se le saca punta, y ya se tiene una lanza…

¿Se acuerdan de aquella lumbrera que lo único que hizo bien fue vivir del presupuesto y que hablaba de una confabulación de astros a ambos lados del Atlántico? Pues algo parecido pero sin astros y sin grandes mares por medio es lo que ha pasado estos días.

Verán. Un temporal de los que hasta Dios tirita ha barrido parte de España. Aquí, en el temporal, claro, manda otro. Una nevada de la que dicen que hace un montón de años que no venía con las mismas ideas. Y, por si faltaba algo, el público. Unos que no tienen más remedio que echarse a la calle; otros, que dicen que el carril de la derecha para otra gente; ellos tienen prisa…

Todo en una coctelera. Muchas cosas al descubierto: se improvisa – para eso, geniales -, se aparcan los estudios serios que busquen soluciones para otros momentos; “nucleares, no; gracias”. Le compramos la energía a los franceses; pantanos, tampoco. Eólicas y solares, insuficientes; mínimas. A ver cómo le ponemos ahora al niño.

Pienso y me da pavor que en medio de todo eso se presente un parto, una hemorragia, un infarto, un dolor… Son cosas a las que atienden con demasiada frecuencia en los Centros de Salud. Se atienden, también, otras, que a lo mejor tienen espera pero ¿éstas?

Una porción de españoles ha dado su opinión. Algunas, para pensárselo dos veces. Escucho: “En Noruega, las aceras y la vía del tren tienen calefacción”. Me acuerdo de  Josep Pla. Dicen que llegó a Nueva York. Vio la ciudad, de noche, encendida y con ese sarcasmo de payés listísimo dejó caer una pregunta “y, ¿esto quien lo paga?”


Los que han sufrido lo que les ha caído encima sabemos quiénes son; quien lo va a pagar se intuye. Ahora toca adivinar, ¿quiénes serán los próximos?

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jueves, 19 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nieve en Álora

                                                              

La radio, la televisión, los periódicos de papel – los digitales, también – llevan días con la misma cantinela. No paran. Anunciaban – digo anunciaban, pero ya está aquí – una ola de frío. Hay quien lo ha tomado a chufla que ‘si no sería para tanto’, que si alarmismo… Bueno, bueno.

Álora, o sea mi pueblo, está hecha a las calores del verano que achicharran; a los aires de terral que traen más mala leche que un cepo enterrado; al viento sahariano con polvo en suspensión que ensucia el cielo;  al Levante que mueve las nubes y las pasea como quien no va a ninguna parte… , pero ¿al frío? Al frío, oigan, ni mijita.

La noche como es tan bruja, amparada en su oscuridad, dejó la nevada sobre las cumbres cercanas. Amanecieron cubiertas de nubes. Se intuía; no se veía. A medida que entraba la mañana el espectáculo, soberbio. Todos los alrededores,  blancos. Alcaparaín; la Sierra del Valle; las Orejas de la Mula; la Joya y los Nogales;  el Torcal; el Cerro Calabaza; los Lagares…

¡Qué espectáculo! Los comentarios, monocordes. Todos hablaban de otros sitios en función a la información que poseían. Supimos de becarios que no pudieron llegar a los trabajos; de los repartidores atrapados en la mediación de sus caminos; de niños con vacaciones forzosa… y quien dijo que había nevado en la misma orilla de la mar… ¡Una gozada!

El helor se notaba en la cara; el frío calaba la ropa. Día de migas y chimenea; días de estar  junto a la candela, pero ¿quién se pierde el manto único que esta mañana le ha puesto una mantilla de gala al campo? Vamos como las mujeres guapas que en lo toros hacen competencia al arte que se regala desde el ruedo…


El telediario dice que ha nevado en Benasque – no sé cuántos grados bajo cero – ; en Aralar; en Soria; en un montón de sitios de otros sitios y… en los alrededores de Álora. (Eso no lo ha dicho el telediario, pero lo digo, yo).  Una novia de blanco, una dama bellísima,  que esta mañana miraba, desde la lejanía, al río que baja, entre naranjos, hacia la mar cercana, y a la que ella mandaba ese beso que solo se da a quien se quiere de verdad…


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miércoles, 18 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fernando Ortiz

Osuna. Domingo de mediados de enero.¿Frío?, el de temporada. El campo precioso; pide agua. Los trigos despuntan con mucho tiento. Tractores en la carretera. Acarreto. Van del olivar al molino; vienen del molino al olivar. Llevan el fruto que chorrea desde dentro ese ungüento de dioses que se llama aceite.

Se clausura una exposición sobre la obra de Fernando Ortiz. Leo que es el último día. Echo carretera fuera;  me acerco. Desde la lejanía un caserío blanco y torres de iglesias; el edificio que albergó la Universidad y  la silueta de la Colegiata recortadas en un cielo azul limpio…

Fernando Ortiz es el imaginero malagueño más importante del siglo XVIII. Nació en 1717 y murió en  1771. (No hagan cuenta: cincuenta y cuatro años; pocos años.) Se casó con María Josefa, en la iglesia del Sagrario. Tuvieron ocho hijos, tres hijas profesaron en el convento de la Concepción, que se encontraba en la que hoy se conoce como Plaza de la Constitución.

Los cafres que quemaron tanto patrimonio en  1931 se encargaron de destruir gran parte de su obra. Claro, el arte hace mucho daño a algunas mentes ‘sensibles’ y ‘lúcidas’ y ya se sabe… Fue Académico de Bellas Artes de San Fernando.

Algunas piezas de su obra han sido atribuidas a Pedro de Mena. El tiempo pone las cosas en su sitio. Una restauración del San Francisco de Asís, propiedad del Museo Nacional de Escultura de Valladolid y atribuida a Mena, descubrió que la firma era del malagueño.

Vivió un tiempo en Madrid. Lo nombran – era un experto en mármoles – Comisario en Andalucía para recabar material que se emplearía en el construcción del Palacio Real. Se afinca un tiempo en Osuna; allí dejó varias obras importantes conservadas hasta hoy.


La Colegiata donde están enterrados los duques de Osuna  - por cierto, ya le han puesto la lápida, aunque sin fecha, a la última duquesa fallecida, …- y el monasterio de la Encarnación, de las Mercedarias, han sido las sedes de la exposición. La muestra, excepcional; el marco, magnífico. La obra de Ortiz, uno más de los grandes olvidados de Málaga, única.

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martes, 17 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Amanecer

La luz, la sagrada luz del Sur de la que hablaba Miguel Ángel Asturias, se levantó temprano. Muy temprano. Ya se habían ido las estrellas pero todavía no estaban las calles puestas. Bueno, en algunos pueblos puede que sí, que ya anduviesen en la tarea.

 Se asomó al horizonte  y, entonces, vio que el campo, todo el campo, y el río, todo el río, y los árboles y las olas, pensamientos ondulados que buscan una caricia, estaban allí esperándola desde hacía tiempo, mucho tiempo. Tanto tiempo que ni se acordaban…

Entre los árboles de la ribera gorjeaban los pájaros. Los pájaros de los ríos son los pájaros más listos de mundo. Todo pasa. Todo se va; ellos se quedan. Pasa el agua y va la corriente que busca su sino; pasan los barcos – los ríos que tienen barcos, claro - que van a tierras lejanas o  vienen de no sabemos dónde,  y ellos, se quedan.

La luz dibujó las siluetas de un conjunto de fresnos en el amanecer. Jugaban con el  color anaranjado,  ese que hace vistosas a  las naranjas, ese color propio que les da el frío del amanecer  y  las noches largas de invierno después de lunas y silencios … Sí, ese que, luego, ellas, porque son así, vienen y nos lo  regalan , además con todo el néctar que llevan dentro.

 La luz, hizo, también, un acopio espejos de plata  sobre la superficie del agua.  Le buscará destino. Pueden ir  entre alamares  y requiebros para una tarde de gloria en el traje del maestro Morante cuando deje por el aire el suspiro entrecortado, en el morse del arte de una cigarrera, y todo sea un prólogo de lo que tiene que venir.


Habla Juan Gaitán, en sus versos  del hombre que “vive de prestado, y con el tiempo justo, lo mismo que cualquiera”.  La Luz, la otra  ‘sagrada luz del sur”, entonces,  buscará,  a ese hombre, en el campo, junto al río, a la orilla de la mar, en una calle cualquiera…,  y  lo tomará de la mano,  para que, en silencio y a solas,  - Ella y él - anden su camino.

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lunes, 16 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Valentía

Tuvo, cuando era joven, unos ojos expresivos; vivos. Su mirada llegaba más allá, bastante más allá del primer plano. Ahora – porque los años no perdonan a nadie – los esconde tras unas gafas graduadas. Le dan, aún más, encanto a su cara de mujer madura.

De Meryl Streep recuerdo, principalmente, dos películas. Memorias de África y Los puentes de Madison. En las dos, el amor llama a la puerta en un momento que no se espera. Y se va. Y, entonces, la vida, siempre la vida, dice que hay cosas bellas que solo ocurren en el cine y les pasa a otros.

Out of Africa,  ofrece unos crepúsculos de ensueño y deleita con una excelente banda sonora. Su literatura: “yo tuve un granja en África...” ¿se acuerdan del comienzo?, acorde con el mensaje.  En Los Puentes de Madison presenta a la mujer que entregó su vida al silencio y al sacrificio ¿quién sabía lo que había por dentro?

Quizá no sean sus mejores obras. No lo sé. Estuvo acompañada por otros dos monstruos del cine Robert Redford y Clin Eastwood. Fueron un impacto en las pantallas.

Su fama internacional, además, no solo vino por su trabajo en el cine. Parte de su dinero ayudó a otras personas que lo necesitaban. Su carrera y el éxito de la mano. Los críticos, siempre hay un ‘pero’, dijeron que podía haber llegado un poco más lejos.

Todo es cuestión de apreciaciones. O de favores. Ya saben. A don Jacinto Benavente, en cierta ocasión, le comentaron que un determinado crítico hablaba mal de él y contestó: “No recuerdo haberle hecho nunca ningún favor”.

A lo que iba, Meryl Streep se lo ha dicho muy clarito al electo presidente de los Estados Unidos de quien Dios nos guarde. “La falta de respeto incita a la falta de respeto y la violencia a la violencia”. Se pude decir más alto ¿más claro?


Mujer valiente. No se ha callado en la entrega de unos premios. Estamos hartos de ver a voceros de medio pelo que atacan, desde ‘su’ poder,  inmisericordes a otros semejantes;  se quedan tan panchos. Ella, la mujer que esconde ahora sus ojos detrás de unos cristales graduados ha dado la cara por alguien más débil de quien se había mofado el poderoso.

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domingo, 15 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El banco que nos une

Dicen que hubo una vez un país llamado España. Dicen que limitaba al Norte, con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos que nos separan de Francia; al Este, con el mar Mediterráneo; al Sur, con este mismo mar, y  el Estrecho de Gibraltar; al Oeste, con el Océano Atlántico por donde cada tarde se va el sol camino de América.

Esto último no nos lo enseñaban en la escuela pero yo se lo dije, una vez, a una amiga mía de Huelva y me dijo que le gustó. Bueno, mi amiga es muy generosa y claro cuando las cosas vienen de los amigos hay que ponerlas en cuarentena.

Dicen que en este País una vez habitó un pueblo. Se llamaba Tartessos. Vivían por donde ahora están las marismas del Guadalquivir, y cogía terrenos del coto de Doñana, y enfrente, Sanlúcar. Sanlúcar no estaba todavía, claro. Los langostinos, a lo mejor, sí.

Y, después, vinieron los fenicios. Les gustaba el trapicheo. Fundaron Cádiz y Málaga que entonces se llamaron Gadir (luego Gades). De allí partió Aníbal para conquistar Italia, pero de los que lo vieron irse aquel día no queda nadie. El hombre se retiró a Capua para pasar el invierno y ya saben… 
Málaga se conoció como Malaka, y estaba no donde ahora; no. Un poco más al Este, entre Torre del Mar y el Rincón, pero, hoy,  no vamos de Historia…

Y luego, dicen, que por aquí anduvieron los romanos: los del Derecho, las vías que acercaban todas las tierras, de entonces, a Roma, la Lengua… Por cierto, de Italica, o sea, de casi Santiponce salieron dos, Adriano y Trajano, que gobernaron el Imperio…

Y luego los árabes, los de al-Mutamid, el poeta que gobernó Sevilla. Estuvo marcado por la tragedia, la sangre y el amor; el de Rumaikyya y Abenámar y…


Pues nada de todo eso nos ha unido. La Bandera, tampoco;  ni el idioma, ni la Historia común, ni las creencias (“la España de charanga y pandereta / devota de Frascuelo y de María”)… No, no. Nos han unido: ¡los bancos! Se ven por todos sitios. No hay parque, pueblo, rincón recóndito, o  la vista de todos, que no tenga uno de esos bancos. No son bellos; no son cómodos; no tienen ninguna gracia... ¿Por qué proliferan tanto?



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sábado, 14 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Beatriz Galindo

Nació en Salamanca, en 1465;  hay quien lo fecha un año antes. Murió en Madrid, en 1535, a donde se había retirado tras enviudar del capitán artillero y consejero de los Reyes Católicos, Francisco Ramírez de Madrid  con quien se había casado en 1491

Conoció la pobreza de la hidalguía venida a menos. Por una línea procedía del Reino de León; por otra, de Écija. Mujer dotada de una inteligencia proverbial. Desde muy niña, sus padres conocedores de ellos le facilitaron el estudio del latín en la previsión de dedicarla posteriormente al claustro.

A los quince años traducía correctamente y hablaba en Latín. Conocía a los clásicos, sobre todo a A      ristóteles, de quien era admiradora. La fama se extiende por todo el reino desde Salamanca donde había estudiado. Llega a oídos de la Reina Isabel. La nombre preceptora de los príncipes, e incluso, su consultora.

A la muerte de su marido en 1501, se retira de la Corte. Se asienta en Madrid y manda construir un palacio en las cercanías del Convento de la Concepción Jerónima. Igualmente erige varios cenotafios – sepulcros vacíos – en previsión de muerte. Su palacio, conocido como el Palacio de Viana, es la sede del actual Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino de España.

Entre el pueblo tuvo la consideración muy merecida de mujer cultísima. Sus conocimientos de extendían, además, a la Teología y a la Medicina. La bautizaron con el sobrenombre de ‘la Latina’ y su fama también dio nombre al distrito y al barrio de Madrid con la misma denominación.

Funda el hospital de la Latina, y los conventos de la Concepción Francisca, y el de la Concepción Jerónima donde fue enterrada aunque no en el cenotafio de estilo renacentista sino en las cercanías del altar.

De todo esto hace mucho tiempo; su recuerdo ha perdurado. En la puerta que da acceso desde calle Claudio Coello, de Madrid,  el instituto que lleva su nombre se muestran sendas placas. Informan que allí ejercieron la docencia Gerardo Diego y Antonio Domínguez Ortiz. ¡Ahí es nada!


 Otros centros, en Marbella (Málaga), Bollullos de Mitación (Sevilla), Salamanca…, e incluso un Airbus 340 de la flota de Iberia llevan su nombre… 


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viernes, 13 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rocío

El campo estaba, esta mañana, como recién salido de la ducha. Todo su cuerpo era un espurreo de gotitas minúsculas, pequeñas, blancas… Toda su cara, más bonita cuanto más se subía el sol desde el horizonte al azul del cielo. Todo era calma, quietud; no se movía nada.

No  han madrugado los pájaros. La noche ha sido fría; la noche ha sido de luna llena que se ha enseñoreado y se ha paseado por el cielo limpio de nubes  y ha puesto esa nota especial y única. La luna de enero tiene la luz fría y distante.

Los mirlos deben estar pasando un mal invierno. El frío de otras tierras tiene anunciada una visita por aquí. Dicen que ya llama a la puerta. Todos los bichillos que son dieta – porque estos no tienen nada que ver, pero que nada, nada con las dietas alimenticias de después de las Pascuas – están escondidos en lo más hondo de la tierra.

Hay ya florecillas nuevas: lirios morados; florece ya la yerbabonita.  Se  abre a media mañana; luego, cuando la tarde dice que se va,  se encoge y deja que la noche le dé cobijo y, así, el ciclo se repite una y otra vez, cada día.

Los únicos que están en celo son los almendros y los gatos. Los almendros, cada día, ahítos de belleza son un adelanto de algo que va a venir, que tiene que venir, pero ellos como los niños espabilados se adelantan y proclaman en voz alta lo que llevan dentro para que se entere todos los quieran saberlo.

Los gatos tienen un concierto de maullidos destemplados.  Las noches de enero son de los gatos. Parecen llantos de seres con sufrimientos horribles. ¡El amor es muy duro! Andan por los caballetes; por el alero del tejado; por los sarmientos podados de las parras y hay un conciliábulo de todos los gatos del contorno. Deben tener repartidos los deberes y saben dónde y cuándo tienen que acudir. Y cumplen.


El campo esta mañana estaba precioso. El vaho de la evaporación era una gasa blanca que subía por el río. Se prepara para ser velo de una novia a la que llaman primavera…


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jueves, 12 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olvido

“Lo mejor del recuerdo es el olvido”. Lo dijo el Maestro Alcántara. El Maestro tenía en su mente un barco que se estaba yendo; un pitido lejano por la bocana del puerto; una guerra aún calentita – ya no se estaba en guerra en aquel verano –; un tranvía, ‘tranvía de sol con jardinera’, que iba desde los Baños del Carmen, que entonces estaban muy lejos, a Málaga; carreras de delfines y sirenas… No es a ese olvido al que me refiero.

Tampoco quieren el olvido las familias de las sesenta y dos personas muertas en el accidente aéreo del Yakovlev-42 en los montes de Turquía. ¿Por qué en esta España nuestra se tarda tanto en resolver los asuntos? Todo fue en el 2003, era por mayo. Aquí, hacía calor; en Turquia, niebla y mal tiempo…

No pueden irse al olvido las peripecias de ese decano de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla. No fue un hecho aislado – que ya de por sí sería más que suficiente, sino varios -. Varios, también los que lo conocieron y callaron con un silencio de tumbas; varios, los que permitieron todos los disparates  que ahora salen a la luz.

La Audiencia Nacional ha reabierto el caso. Era una pareja joven. De Cádiz. Alguien de ETA dio la orden; otro, apretó el gatillo. Los dos muertos en el acto. Él cayó inclinado sobre el volante. Dicen que el claxon sonó durante veinte minutos. No acudió nadie; no se abrió ninguna ventana… Ah, el había cometido un delito infame. Era Guardia Civil, se jugaba la vida – los hechos lo probaron- por los demás. Ahora parece que se rompe el largo olvido. Las cosas, de allá por 1979…

Hay otro hecho que da gritos, voces, chillidos. No sé. Una menor presuntamente muerta por acoso escolar en Murcia. ¿Estamos locos? ¿Adónde quiere ir esta gente que ha perdido los papeles de esa manera tan descarada. Se siega una vida y aquí, dentro de un par de día, en cuanto los carroñeros de las televisiones encuentren otro algo al que meterle mano, pasa al olvido.


Lo mejor del recuerdo para algunas cosas puede ser olvido; para otras, desde luego que no. Hay algo en lo que todavía se cree. Se llama Justicia.

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miércoles, 11 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sinfonía

Día frío; soleado. A media mañana subí a la Sierra de las Nieves. El viento de Levante cubría de nubes las cumbres;  Casarabonela,   un pespunte blanco a pie de roca. Corono  el Puerto de las Abejas, 882 metros – Yunquera, junto a la carretera – ya estaba el día abierto. El cielo azul;  algunas nubes por la parte de Ronda.

En la Fuensanta, varias familias acampadas. Disfrutaban del día. Las choperas de  oro viejo en otoño  son esqueletos que agitan sus  ramas bamboleadas suavemente. El arroyo no llevaba agua. La han desviado y se escucha cómo cae, entre zarzales, en la lejanía.

El camino, está intransitable; demasiados hoyos. Hace tanto tiempo que no pasa una máquina niveladora que no es necesario hacer maniobras para esquivarlos; misión imposible. Carteles a pie del camino anunciaban que cruzaba un parque: “Reserva andaluza de caza” Se me viene a la mente un taco: ¿no va a ser catalana, digo yo, por un suponer?

Otros informaban que es un Parque Natural y que se las andan en la salvaguarda del patrimonio rural andaluz. Me adelanta un ciclista. Lleva una bicicleta todoterreno. Al igual se la han traído los Reyes y el hombre, todo ufano, demuestra sus pericias. Las fuentes de Platero y el Higuerón tienen dos chorros de agua clara; limpia; helada.

Están bien indicados los caminos: unos llevan a El Burgo; otro, dice el letrero que es un sendero… Me dejo llevar por los indicadores hasta el cruce de la zona de acampada de ‘Los Sauces’. Sigo camino adelante. Hay que subir un poco más alto – casi hasta donde se bordea como para ir a Tolox - para llegar a donde están los primeros pinsapos.

Uno, aquí; otros, más arriba. Conforme asciendo la vegetación cambia. Se ven más pinsapos; menos pinos; ya no hay retamas ni aulagas, ni matagallos… Hay una sinfonía del viento que se afina en las agujas  de los pinos…


Vuelvo sobre mis pasos. Me acerco al convento de las Nieves. Como siempre, la cancela cerrada. Un cartel en la puerta indica que es propiedad privada. La explanada está llena de huellas de jabalíes. Han hozado la tierra durante las noches anteriores; la tierra está movida; buscan su sustento. Sigue, en el silencio de la tarde, por entre los pinos la sinfonía del viento.

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martes, 10 de enero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mon amour cherie...

El tren partió  de Málaga a media tarde. A eso de las cinco, poco más o menos. Nos habían formado en la explanada. Todos teníamos un petate junto a nosotros; un nudo, en la garganta, y un adiós en la media distancia…

La familia había ido a despedirnos;  nos miraba; nosotros mirábamos a la familia. Por el aire se entrecruzaban las miradas; los ojos brillaban más que otras veces. Alguien nos leyó una serie de leyes. Todas terminaban en el mismo estribillo: Pena de muerte.

El tren salvó la cordillera. No se veía apenas nada al otro lado de las ventanillas. Corría con sonidos metálicos por  campos oscuros. Cruzó el río Grande  por Córdoba; luego, según supe después cuando me dio por comprobar si los mapas y la realidad se dan la mano, el tren y el río juegan entre sí varias veces…

Amaneció por Albacete. Jamás he visto un campo más llano;  una nevada tan grande. Todo era blanco. Un hombre  ofrecía vasos de café desde el andén. El vaho de la respiración se quedaba en el aire. Algunos viajeros compraban aquel líquido caliente y humeante.

A media mañana, el tren entraba en la estación de Valencia. Nos llevaron a un edificio muy sucio. Cutre. Luego, nos dieron suelta hasta una hora prudencial de la tarde. Nunca una ciudad me pareció tan grande como aquella por la que anduvimos un grupo de muchachos que empezábamos a conocernos…

Era de noche; hacía frío. El barco zarpó de El Grao. Era la primera vez que subía a un barco. Estuve un rato en cubierta. Las luces de la ciudad se alejaban en la oscuridad. El barco se adentraba en un mundo tenebroso. Cada vez se veían menos luces. Casi de madrugada me venció el sueño. Dormí y desperté cuando ya estábamos dentro del puerto. Ante nosotros Palma de Mallorca…


Hoy, once de enero de 2017 hacen solo cuarenta y seis años que ocurría lo que acabo de contar. Allí, dicen que servimos a la Patria durante catorce meses y un día. En las horas largas de la tarde, la radio difundía que Massimo Ranieri había comprado rosas rojas  aquella noche y,  cuando llegaba la carta  - “mon amour cherie”-  Jacques Brel le daba  sentido, todo el sentido a la censurada “Ne me quitte pas”. Allí…

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