domingo, 31 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Metro

Entro por la bocana del Metro; escalera de granito. El Metropolitano – era el estadio donde jugaba el Atl. de Madrid cuando yo era niño y coleccionaba cromos. Su delantera, de ensueño: Jones, Adelardo, Mendonça, Peiró y Collar - . No es a este Metropolitano al que me refiero. Es a otro; es el tren que va bajo tierra. La gente lo conoce como Metro.

El Metro, cuando se bajan las escalerillas de acceso, tiene unas puertas de cristales recios. Están perfectamente señalada: entrada, salida. Cuando alguien se equivoca, empuja la que no es. Como un  político, que estos días, empuja al lado contrario de donde le marca su Comité General ¡Cosas que pasan!

Hay un espacio relativamente amplio; mayor, en las más modernas. Unas máquinas expenden los billetes; el torno de salida golpea contra el imán que lo cierra. Son golpes metálicos. Un músico callejero canta en un pasillo. Un amplificador le da potencia a su guitarra… Pide unas monedas. Casi todos pasan de largo.

La gente baja la escalera corriendo. El Metro tiene dos escaleras. Una, metálica; la otra, de las de toda la vida. Hay quien salta los peldaños. La gente corre para subir al Metro. ¿Por qué corre la gente si después viene otro? Un día me sorprendí; yo, también corría.

Un tablero electrónico avisa de la tardanza del tren en llegar; debajo, cuando viene el siguiente. Golpes secos, metálicos salen del interior del túnel. Cada vez están más cercanos. En el tablero anuncian: el tren va a efectuar su entrada en la estación.

Los andenes de espera para subir al Metro tienen su medida justa. No sobra ni falta. Por arte de birlibirloque me gusta viajar en el último vagón. Un pitido  intermitente anuncia el cierre de las puertas. El tren se pone en marcha. Se hace la oscuridad fuera. Va justo, encajonado dentro del túnel. A veces, he sentido claustrofobia.


La gente no habla en el Metro. Algunos - pocos - leen; otros, teclean el móvil. Dormitan. Miran al vacío; al infinito próximo del techo del vagón; a la ventanilla de enfrente. La gente viste de manera informal. Es gente común. Es gente que va a alguna parte…

sábado, 30 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¡Chapeau!

La calle del Arenal está el Madrid de los Austrias. Une la Puerta del Sol con la Plaza de Isabel II. Desde el Teatro Real se escuchan las campanadas del reloj más famoso de España en las horas de silencio de la madrugada.

A la calle le dio nombre el arroyo que pasaba por su suelo. En ella están la Iglesia de San Ginés, el palacio de Gaviria, la confitería Prast – donde el padre Coloma dijo que se las andaba el ‘Ratoncito Pérez’ -, el teatro Eslava, la casa donde murió Frascuelo... 

Era como a media mañana. Había quedado con un amigo y con su hijo en la chocolatería de San Ginés, en el pasadizo que circunvala la iglesia. Dejo el autobús en Jacometrezo. Me bajo por Santo Domingo, Plaza de Santa Catalina, Costanilla de los Ángeles…Hasta aquí un día cualquiera

En la puerta de San Ginés pide limosnas una mujer. Algunos lugares de Madrid está plagado de indigentes, pedigüeños, mendigos, personas tiradas en las esquinas. ¡Parten el alma! La gente – yo entre ellos – pasamos de largo. Esa mujer de la puerta de  San Ginés está siempre ahí. Harapienta, envuelta en mantas. La mujer está rodeada de bolsas. Todo es suciedad.

Al pasar veo a un grupo de muchachos jóvenes – ocho – se acercan a ella. Uno, saluda:

-          “Buenas…”

Los demás asienten. Los muchachos rondan los diecisiete o dieciocho años.  Visten correctamente; no llevan ningún signo externo que llame la atención…Le preguntan si quiere tomar algo.

Le ofrecen – lo sacan de un termo – un café y un bocadillo. El gusanillo me sale. Los abordo. Me intereso por si pertenecen a alguna asociación. Me contestan que no. “Somos amigos, me dicen, esto lo financiamos nosotros. Compramos las cosas con nuestro dinero y las ofrecemos a los que están tirados en la calle.

-          ¿Por qué lo hacéis?

-          Por solidaridad, me contestan


Me dejan sin resuello. Les muestro mi asombro, les digo que de ellos sí que es España. Que están dando una lección que no sabrá nadie; que ellos sí que son el exponente claro de que España es mucho, pero mucho más grande de lo que pensamos. Me dan las gracias; me esbozan una sonrisa. Me alejo. ¡Chapeau, muchachos, chapeau!

viernes, 29 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. En Madrid

El tren llega puntual. Tan en punto que espera unos minutos, frente a Méndez Álvaro, para entrar a la estación en hora. Llevo el bolso de viaje en un mano; el ordenador, en la otra. El sombrero. Me estorba un poco la bufanda y el abrigo. No hace tanto frío como debe ser normal en este tiempo. Madrid, final de enero.

Atocha se ha hecho - la han hecho – demasiado grande. El  tren nos deja lejos. Casi tenemos al alcance de la mano el Panteón de Hombres Ilustres. Por cierto, cuando lo repatriaron, en él no tuvo cabida don Niceto Alcalá Zamora, Primer Presidente de la II República Española. Claro que era de comunión, diaria y murió pobre y en Argentina.

Subo por las escaleras metálicas; la salida - parece un contrasentido - de llegadas está por el primer piso.  La gente habla por los teléfonos móviles. La gente va abrigada; la gente va cargada con maletas. Ahora las maletas ya no son de cartón ni están amarradas con cuerdas; tienen ruedas. Tiran de ellas con un cinto de cuero.

Me puede el viajar. Rompo con la rutina. Habrá otros ruidos, otros coches, otras personas con los mismos problemas, otros bares, otros sitios. En las grandes ciudades mucha gente no se habla entre sí. Van a lo suyo.

Por la megafonía de la estación anuncian la salida de un electro tren con destino a Gijón. No sé porqué.  Se me viene a la memoria una tarde lluviosa en Pajares. Túneles negros, largos; montañas verdes. Los pueblos en la cuenca minera de Mieres eran de color carbón.

Avanzo por una cinta metálica; luego, otra. La gente lleva prisa. Unos se apartan a un lado; otros avanzan por dentro. Hay quienes van más rápidos que la propia cinta; caminan por fuera.
La estación está llena de gente. No sé adónde va tanta gente. ¿Sé adónde voy yo? Ya no se llega hasta el fondo de la estación. Allí han sembrado un jardín tropical; la han habilitado para las salidas. Siento una sensación rara. A esta gente no la volveré a ver nunca más.


Al final del pasillo tomo la desviación hacia el metro: línea 1. Atocha- Renfe, Atocha, Antón Martín, Tirso de Molina… Llega un ruido sordo a través del túnel. La vida sigue…

jueves, 28 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La playa una tarde de invierno

No hay nadie. La playa tiene las arenas finas. Esparcidos, cerca de donde dejan de andar las olas, algunos guijarros, restos de cañas, troncos, objetos; el mar lo devuelve todo. Hasta el rebalaje llegan las olas; es un morir lento, suave. Es una entrega de rendición; ya todo está hecho.

Hay un zurcido de espumas blancas y onduladas y un murmullo lejano de un ir venir constante. Camino solo. Son horas largas. Se va la tarde. El sol se hunde en el horizonte; entre la bruma la Sierra de Mijas A lo lejos, pero muy a lo lejos, un barco. El barco es grande. Parece quieto…

La playa en las tardes de invierno es un lugar de recogimiento. Ha pasado en vuelo lento una gaviota; luego, otra. Vienen más. Van de retirada. Mueven, con un suave, movimiento la cabeza. Buscan, miran, siguen su vuelo lánguido.

No hay marengos reparando redes. Están varadas las traíñas. Algunas tienen nombre de mujer: ‘Lola’. Dentro de un rato se harán la mar. Las traíñas no se alejan de costa en las faenas de pesca. Sus faros atraen a los peces. Son luces pedidas en la oscuridad de la noche.

Aparece un hombre con un perro. El perro es negro. Corretea delante del hombre. El hombre lleva en su mano la cadena con que lo sujeta; ahora, el perro corre en libertad. No sé que persigue en su carrera alocada y sin rumbo; da dentelladas al viento. El perro valora su momento.

Un poco más adelante dos hombres han clavado las cañas en la orilla. Los hombres pescan peces diminutos. Seguro que son pececillos incautos. Picarán en sus anzuelos. Están sentados en sillitas plegables. Son sillitas viejas; oxidadas y con la lona sucia. Se cubren con un sombrerillo. Las cañas no son rectas; están curvadas por el tiro del sedal y del anzuelo.


Se levanta un poco de fresco. Regreso al coche. La radio informa…; pago la radio. Pongo un CD Rigtheous Brothers, ‘Desencadenando melodías’, Ghost…

miércoles, 27 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lagares

“Tierras que para pan no son”. Así las vio el Cura de los Palacios. Andrés Bernáldez – ese era su nombre – fue cronista de los Reyes Católicos. Aquellos, don Fernando y doña Isabela, de los que dijeron – el cura no;  otros – que fueron malos; otros, que buenos;  y, otros que ni lo uno ni lo otro. Pues esos.

El eclesiástico escribió la Historia de su reinado y más cosas porque el cura era un tío de mucha valía en su tiempo – y después, fundamental – por lo que dejó escrito para saber y conocer de un montón de asuntos. Cristóbal Colón estuvo alojado en su casa; arias veces. De él dejó testimonios muy valiosos.

En los lagares se pisaba la uva. La uva fue fundamento, desde mucho tiempo antes, para su economía. Con la uva acabó la filoxera. La enfermedad  atacaba a su raíz; producía su muerte. Entró en España por Gerona – que nadie piense mal, por favor – debido a su cercanía al Laguedoc y la Provenza francesas.

Después, aquellas tierras se repoblaron con almendros. Pasó el tiempo. Otra larva, capnodis tenebrionis, ¿raro, verdad? , para los amigos, gusano cabezudo, acabó también con las plantaciones.

Tierras de poco pan. Según el cura no engañaban a nadie. Y, para los otros cultivos, con demasiadas  pegas. ¿Trabajo?, mucho; demasiado. Casi sin agua. La toman de pozos  profundos o de los cauces de los arroyos, correntías naturales en tiempos de lluvias. Se extienden – las tierras, claro -  desde el río Guadalhorce, al Guadalmedina.

En su suelo nació el cante por verdiales, estilo Almogía: “En el arroyo Rabanero / el dinero es el que pita / se echa una novia un pobre / viene un rico y se la quita”. No fue fácil la vida nunca; nadie les regaló nada.


El hombre que vive allí es sagaz, astuto. Nunca se sabe si va o viene; si sube o si baja. Sabrá de ti lo que le interese; tú, de él lo que quiera decirte. “El gallo en el gallinero / se sacúe cuando canta /  quien se acuesta en cama ajena / de madrugá se levanta”.

martes, 26 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Revuelto

Esto está loco; loco de remate. ¿Esto? Pero si ‘esto’ decían, cuando yo era niño, era un el neutro del pronombre demostrativo… ¿Cómo va tener los papeles perdidos y andarse con locuras? Vamos, hombre, que está usted muy anticuado.

Verán. Santander – aquella a la que cantaba Jorge Sepúlveda y en la que  decía que había dejado su corazón para volver a recogerlo no sabemos cuándo, se entretiene, hace unos días, en dar la máxima nacional con 24º ¡a finales de enero!

La madre naturaleza que a veces tiene algo de madre menos buena, nos ‘regala’, con nocturnidad y alevosía, un maremoto en el mar de Alborán; siembra el susto en media Andalucía – algunos, ¡qué quieren! ni nos enteramos…

Y, además, las televisiones - hay que ver lo que saben algunos de los que salen por televisión -  nos dan una lección ocasional de hipocentros, epicentros, sutnamis y ondas sísmicas;  de escalas de Richter y de cómo, cada período de tiempo, la tierra juega algunas malas pasadas.

Esta tarde, como a eso de  las tres, comenzó a tronar. (Para tronar en Valencia, con lo que allí gustan las tracas).  Se arrancó por la Sierra de las Nieves, pasó a Alcaparaín, se dio un paseo por Sierra Aguas, la Sierra del Valle, se escurrió por la Joya, los Nogales y El Torcal, y se fue como para la parte de Granada.

Dice el refrán aquello de la correspondencia entre truenos  agua, y del valor de las gotas de enero y esas cosas. Por aquí mucho trueno; poca agua. ¡Con la faltita que haciendo, Virgen del Amor Hermoso!

Lo que parece que no pasa es el temporal político. En Valencia… ¡Ay, Valencia! ‘la tierra de la flores y el amor’ ¿El amor a lo ajeno? Algo de eso hay. O sea, de vergüenza – en algunos, presuntamente, claro – lo menos que se vende. No caben más golferío por metro cuadrado porque la Comunidad no es más grande.


Vienen días… de pactos; no me sean mal pensados. Que la que tiene nombre como la ‘patrona de los imposibles’, perdón, ¿en qué estaría yo pensando?,  se escapa de rositas. Al tiempo.

lunes, 25 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hoy

Me levanto temprano; me voy al campo. El día está gris, raro. Tiene luz de invierno; temperatura de primavera. El día tiene un velo de nubes que le quitan brillantez al sol. No son nubes de agua; no son nubes que anuncien cambio de tiempo; no son nubes ni de frío ni de calor; son ‘otras’ nubes.

Canta un pajarito del agua; pasan volando, a media altura, una banda de grajillas. Buscan las aceitunas moradas que se han quedado retardías  en los olivares. Hacen un camino de ida por la mañana; de vuelta, por la tarde. No tienen reloj; no les hace falta. Saben del tiempo porque tienen su biorritmo propio.

Antes del mediodía llegan Rafael y Sebastián. Damos una vuelta. Comemos juntos. Hablamos y hablamos. Nos unen más de cincuenta y cinco años de amistad. “Mi mujer me ha dicho – comenta Rafael – hoy volverás a tener quince años”. No se tienen en la biología; en el recuerdo… ¡Qué les cuento del recuerdo!

Por la tarde bajamos a Santa Brígida. La iglesia, en la barriada de la Estación, está cerrada. La iglesia está casi en un descampado. Es normal que adopten precauciones. Hacemos gestiones. Ana Mari nos pone en contacto con Antonia. Amable, atenta, servicial; nos abre la capilla.

Hablamos de las devociones marianas de Andalucía. Concretamos en el Rocío y en la Cabeza. Andalucía es tierra de devoción a María. Andalucía es un mosaico de santuarios marianos: Setefilla, Peñaflor, Belén, Flores, Araceli, la Virgen de la Sierra en Cabra, Consolación….

Comentamos sobre la leña de la marisma, y de Almonte y Villamanrique de la Condesa. ¿De quién es la leña, riqueza de la marisma? Sacamos a colación la Pragmática Sanción de Carlos III. Limitaba la subida al Cabezo y de la Casa de niños expósitos de Andújar. Hablamos de los frescos del altar mayor de Santa Brígida y del ermitaño que aparecía den los papeles viejos. Hablamaos de muchas cosas.


Vuevlo a casa. El periódico dice que “un tercio del electorado ha sido ha sido abducido por un totalitario”, “En Ferraz se hartan de la chulería…”, “asesoraban a Hugo Chávez sobre la mejor forma de encarcelar periodistas”… ¿Sigo? Otra pregunta, ¿entre los dos caminos?… Ustedes tienen la respuesta.

domingo, 24 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vergüenza

La línea 23 de  la EMT, en Málaga, va desde la Alameda principal al Parque Cementerio. El recorrido largo: Armengual de la Mota, Mármoles, Martínez Maldonado, Avenida Carlos de Haya… La línea sirve a vecinos, universitarios y usuarios del Hospital Regional.

La señora tiene los años suficientes para no ser joven y le faltan para ser mayor. Llega a punto de salida. Casi hora punta. Está lleno el autobús. Se queda de pie; no hay asientos. Arranca. Tirón brusco; casi pierde el equilibrio:

-          “Porque yo estoy mu mala, mu mala. Me duele tó. Yo tengo muchos dolores. Nueve pastillas. Me tomo nueve pastillas diarias. Menudo negocio tiene conmigo el de la botica. Menos mal que me las dan sin recetas, hasta que voy a los médicos…”

Nadie replica. El tono se eleva. Sube el volumen de comunicación. No mueve la compasión de los que tienen asiento. Al primer frenazo el cuerpo se va.

-          “Mira, y encima estos frenazos. Quita el aire que me mareo. ¡Hay que ver qué poca vergüenza…”
Nadie comenta. Los pasajeros aguantan el chaparrón. Miran para otro lado. Continúa la disertación.
-          “Hay que ver la poca vergüenza que está queando. Porque yo estoy mu mala. Me duele y no se levanta nadie…”

Llega la primera parada. El vehículo se estaciona junto a la acera; abre las puertas. El compresor de apertura hace un ruido mecánico:
-          Schippssss…

-          “Y, a mí no me calles. ¿Te has enterado bien? Que a mí no me calla nadie. ¡Nadie! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Que hay mu que requetepoca vergüenza. Con lo mala que estoy yo. Porque yo estoy mu mala…

-          Se cierra la puerta.

-          Schippsss…

-          “Y, encima ¿te vas a reír de mí? ¿Dónde vamos a llegar…”

-          “Señora - contesta uno – yo, a Carlos Haya. Y, usted cómo siga dando el coñazo, cuando pase el autobús por el Parque Cementerio que la metan dentro, y echen la llave por fuera…

El gran Matías, muchos años antes, replicó, a quejas parecidas…

-          “Porque no hay vergüenza.


-          “Señora, lo que no hay son asientos”

sábado, 23 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La calle del Viento

La calle del Viento tiene nombre propio. ¿De dónde viene el viento? ¿Dónde se vuelve el viento? ¿Por qué se para el viento? Fue una linde en el campo; un final; luego,  un crecimiento. Los pueblos no se quedan nunca quietos.

Hablaba Juan Ramón de otro viento. Se llevaba las hojas; sembraba tristeza en los árboles. De penas y de noches sin estrellas y… de la añoranza por una primavera que no llega. No, no era ese el viento que da nombre a tu calle.

Cantó el maestro Barbeito a “un viento que tenía cuerpo y voz invisible”. Tampoco era ese tu viento, el viento que da sentido y nombre a tu calle, va y viene ¿Desde cuándo viene el viento? No avisa a nadie. Entra, ve y sigue su camino…

Aspiraba León Felipe la llegada de un viento que lo llevase a su sitio. Doña Pura que vivía cerca de allí, gozaba cuando le ‘sacaba’ el viento a las pelotas con las que los niños jugábamos en la calle, en otra calle. Ya ven. Vientos que llevan y vientos que salen.

A Miguel Hernández lo llevaban otros vientos. Eran los vientos del pueblo. Miguel pedía vientos de justicia. Proclamaba la bravura de una raza; lo indómito y la rebelión. Y hablaba de ruiseñores y batallas.

La calle del Viento. Tiene un nombre precioso. Es una calle humilde; mitad llana; mitad, en cuesta.  Comienza en la del Calvario; termina en la calle Erillas. Eran aquellos tiempos de eras pequeñas. No daba para más el “Cerrillo de poco pan”. Por la derecha le entra la del Palomar (sin palomas blancas) y la de Juan Naranjo.

Sufrió - finales del XIX - la amputación de dos números: el quince – lo de la niña bonita es otra cosa, ¿vale? - y el diecisiete. Herida sin cerrar; un salto. Abajo, la cañada del Calvario (otra crucifixión ¿necesaria?, cuando las soluciones se buscaban de aquella manera): había que verter los escombros.


Felipe Aranda aporta un testimonio único. Tacillas de porcelana, luz de España de posguerra; el anclaje de un muñón de un brazo desgarbado; los restos de un naufragio del cableado,   un enmarcado… Por cierto, ¿qué mano confeccionaría tan artístico intento? El viento, tu calle… La calle del Viento.

viernes, 22 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Enciclopedia

El azar tiene cosas así; es caprichoso. Me encuentro con Antonio Vergara. (Por cierto no iba enganchado a ese medio puro que forma parte de él; el lugar no se lo permitía). Antonio, amable, generoso; me dedica un poco de su tiempo.

Antonio tiene publicados un montón de libros de poesía. Antonio es, además, un entendido en Copla. Es de verbo fácil, florido y enjundioso. Siempre, cada vez que ha publicado,  me ha regalado un ejemplar.

Hablamos de estilos literarios. Nos agarramos con Azorín y con Juan Ramón. La prosa del maestro de Monóvar, sultil, ágil; la de Juan Ramón, prosa poética, o poesía profunda. Convenimos en nuestra afición por los dos (y por otros, claro). Estamos de acuerdo. Oraciones simples; frases cortas. Decir, en poco, mucho.

Me vuelvo a casa. Echo manos a una joya. Página 154: “Se llama oración gramatical a la expresión de un juicio o pensamiento completo”. La joya se editó en la España de blanco y negro. Editorial Miñón, Valladolid. Hablamos de la ‘Enciclopedia Álvarez’.

Los españolitos de entonces recorrimos sus tres grados. El tercero, mi lazarillo de esta noche, dice de ella es: “intuitiva, sintética, práctica”. Sentados en pupitres de madera, bipersonales, no sabíamos que significan esas tres palabras tan raras.

Por su Historia Sagrada supimos que todo  lo malo vino por una manzanita. Existían otras materias: Lengua Española, Aritmética, Geometría, Geografía (¡qué bonita es la geografía, ríos, montes, gentes), Historia de España (siempre me he preguntando porqué la historia y las guerras son casi lo mismo…) Ciencias de la Naturaleza…


El azar tiene caprichos así. Y, uno se va a tiempos muy lejanos…

jueves, 21 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ná

Ná. Ni cuatro gotas. No han caído ni cuatro gotas. Todo el temporal de lluvia anunciado ha pasado por mi pueblo como pasaban antiguamente los trenes por Campanillas, con mucha bulla y poco asiento.

Dice el hombre del tiempo que en las próximas semanas en el Sur de España – la cara que baña el Mediterráneo – tendrá ausencia de lluvia. Lo que sí ha tenido ha sido sensación de zozobra por el seísmo del mar de Alboran. Yo no me he enterado.

Sol esplendido; cielos limpios. Vamos, ni gota que valga para un remedión. Al caer la tarde, si a eso se le puede llamar de alguna manera…

- “Tú, le decía al otro con quien tomaba un café, escucha el tiempo en la Primera, esa da más agua”. Hasta aquí llega el deseo de lluvia.

Preocupa en el campo la sequía. En otros lugares de España – en el campo, también – preocupan otras muchas cosas; otras sequías. Se me viene a la mente la expresión del Maestro Alcántara: “que sea lo que Dios quiera, que no será nada bueno”.

En la barra del bar discuten acalorados. No se ponen de acuerdo en la cantidad de agua caída. Tercia un tercero. Habla que se han superado los ciento y picos de litros. “Na, mi pa un remedio” Dicen que  para aplacar el polvo de los caminos y poco más.

En la meteorología manda Otro. A ese Otro la gente sencilla y crédula intentaba convencerle con rogativas. Procesiones de niños y grandes. Un San José sobre un trono paseado por los campos y un grito unánime: “San José Bendito, aguaaaaa”. A veces, el Santo estaba un poco sordo.

Cada pueblo se agarra a sus creencias. San Benito es el santo milagrero en Campillos. Se presenta un año como éste. Cielos rasos y azules; nubes de paso. Los trigos agostados; la yerba con poco más de un cuarta…

La gente acude al cura. El hombre ve la situación. No asoma un nublado ni por un casual. La gente aprieta; el cura se resiste. Lo aplazan; vuelven. Llega un día que no tiene más remedio. El nerviosismo crece:

-          Bueno, bueno, vamos a sacar a San Benito pero que sepáis que el tiempo no está de agua.

De lo que vino después nunca más se supo…

miércoles, 20 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Noches de blanco satén

El autillo marcaba su territorio desde las ramas de las casuarinas que orillaban la vía del tren. Su sonido intermitente y agudo denotaba  su presencia. El autillo buscaba los topillos de la huerta, los ratones del campo y, sin él saberlo, asustar a los niños…

El autillo es pariente de las lechuzas, de los búhos, de otras rapaces de la noche. Otras rapaces, que no tienen nada que ver con estas aves, aunque son pájaros de cuentas, ponen bombas y asaltan hoteles en un lugar donde es difícil hasta de encontrar en el mapa.

Hay otras noches. Verán. Salvatore Adamo, aquel chaval belga, acaramelado, de origen italiano, siempre preferido de las niñas de entonces, cantaba: “Tu amor de noche me llegó / y un claro día se me fue / maldigo el sol que se llevó…”

Raphael partía corazones. Daba una oportunidad al optimismo “Hoy para mí es un día especial / hoy saldré por la noche / podré vivir lo que el mundo nos da / cuando el sol ya se esconde”.
El mundo nos daba para un guateques con un ‘picú’ comprado a plazos en Comercial Rebollo, un puñado de discos manoseados, una coca-cola (el presupuesto no llegaba para más) y la niña con los codos por delante…

The Moody Blues cantaban en ingles. Ninguno sabíamos inglés. Hablaban de “noches tan blancas / como blanco satén” y de desencantos y de cartas abiertas y rotas después, y  y… “que te quiero / sí te quiero / cuánto te quiero…”

Supimos que había una ciudad con muchas luces, (Frank Sinatra cantaba “Extraños en la noche”),  que se llamaba New York. Un día iremos - le dije, a la niña aquella - a Nueva York. La niña, que yo sepa, fue una vez; yo, cuatro. Cada uno, por su lado, claro. ¡Puñetera vida!


Atahualpa Yupanqui -  que era zurdo - es un seudónimo. Nació en Argentina. Lo tomó del quechua: “el que viene de lejanas tierras para decir algo”. Escribió  - y cantó - muchas cosas bellas. A mí, siempre, me gustó mucho aquello de “a la noche la hizo Dios para que el hombre la gane”. Pues, eso.

martes, 19 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Crispaciones

La gente echa chispas. Salta por nimiedades. Hay demasiada agresividad. Alguien dice que con las cosas de comer no se juega.  Pueden perder plato, tajada y cuchara. Hay  miedo a la pérdida del sillón…

Aparecen situaciones incomprensibles. Ocurre entre gente que debe tener una formación; no la tiene. ¿En qué calle se perdió el sello de eso llamado señorio? A lo mejor, no servía de mucho; facilitaba la convivencía.

De las tertulias de chismorreo, mejor no se habla. Se despellejan. A cambio corre el dinero. Ganan opíparos y suculentos sueldos. Cualquiera de ellos se embolsa más que un puñado de gente de las que se levanta, cada mañana antes de la salida del sol.

El otro día leí: España encabeza el desastre escolar y el índice de audiencia de programas basuras. Al igual es que los extremos se tocan  y no están lejanos como podría parecer.

En Alemania la noche de Fin de Año fue tremenda. En algunas ciudades, terrorífica: Colonia, Hamburgo, Dusseldorf… Es increíble. Algunas situaciones contadas por los medios son alucinantes. ¿Esto va a alguna parte? ¿Tan vieja y tan enferma está la sociedad europea?

No quiero añadir más problemas. Cada uno tiene para dar y regalar. No intento que tengan un mal sabor de boca por lo que leen. Tiro del anecdotario perote. Verán, aquí se cumple, lo del dicho castizo: “hay gente pá tó”.

 El Juez, en la ceremonia civil, lee con parsimonia y dándole todo lo suyo, los artículos del Código Civil referentes al matrimonio. El hombre, - el contrayente -  está nervioso, inquieto, como agitado. El Juez piensa que es por la trascendencia del acto, le dice:

-          Calma hombre, calma, que este acto es algo muy importante y no se realiza todos los días.

-          No, no, si yo no estoy ‘altereao’ es que es la hora del bocadillo, y el encargado me ha dado permiso para venir y si me retraso me lo descuenta luego…


Si he logrado el esbozo de una sonrisa…¡objetivo, conseguido!

lunes, 18 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Mirador

Al  “Mirador” se llega por un camino angosto; en cuesta; por un camino peligroso y con asfalto áspero y rasposo. Está orillado por una fila de cipreses. Les han puesto un riego por goteo para propiciar su crecimiento rápido. Estos cipreses apuntan a lo más alto. A un lado, el monte de laja pizarrosa; al otro, una cañada profunda y seca: la cañada del Chamizo.

La cañada baja desde el Cerro de Taivilla. Viene entre olivos de acebuches y almendros, y va y se entrega al río.  Junto al cauce seco albergó una fuente,  y antes….¡ay, antes! Mucho antes, en estos cerros existió un asentamiento púnico.

Cercana a la Fuente del Chamizo hubo un pequeño recinto con torres - Torres de Aníbal -. Se encontraron algunas monedas, una de ellas, cartaginesa, de la ceca de Malaca cuyos hallazgos son escasísimos en la provincia malagueña”.

Desde el Mirador la vista es excelente, de las que no se olvidan. El día estaba espléndido; la compañía… ¡Ay, si yo les contase de la compañía…! Nos hemos sentado al otro lado de la cristalera. Nos ha servido Irina Pavlova. Irina vino a España…, buscaba trabajo.

Me dice que es de Sofia, que los búlgaros se llevan mal con los turcos.

- Y, ¿con Grecia? Le pregunto:

- “La Grecia lo quiere todo”.

-¿Macedonia es griega?, insisto.

-  “No, no, búlgara”.

- Y, entonces, ¿Alejandro Magno?

- “Era búlgaro, búlgaro…”

 Ya ven. Según del color del cristal con que se mira…

Enfrente, en el horizonte, El Hacho recortado en el cielo azul y limpio; impoluto; a media ladera, Álora; abajo, el Guadalhorce caracolea y busca la mar…

El pueblo se asoma de puntillas. Se empina sobre sí mismo. A la izquierda el arte y la Historia de la mano: el castillo de las Torres; en el centro, deslizado en un movimiento sutil e imperceptible, el caserío blanco. Blanco de la nieve que no viene nunca - o casi nunca – por estos andurriales.


El Calvario y el Cerro de las Viñas, de parapeto. A algún ángel - cuando han salido al recreo -  se le ha volcado el cubo de la cal. Un chorreo de cal, de cal blanca, muy blanca, se baja hasta las laderas del río. Quiere subirse al tren, y va, y se arrepiente y se vuelve y se acurruca… 

domingo, 17 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rasca

En las noches de enero aúllan los lobos en las sierras inhóspitas. Se llaman entre sí. Convocan, en aquelarre, a la manada. Se van de caza. Delante el líder: los cachorros, en su sitio. Buscan apriscos de ovejas; cabras perdidas; terneros solitarios. Luchan a dentelladas con los mastines. Son noches de leyendas oscuras que asustan a los niños.

Hay ruido de otras dentelladas. Los políticos aspiran al sillón. Sacan los dientes de la palabra y la ofensa, con una fuerza que asusta. ¡Dios, que apetencia de servicio al pueblo! Que no lo dude nadie. No buscan sus intereses; no, no. Están para servir al pueblo. Vayamos a ser mal pensados.

Media España tirita por frío. Hay otra que suspira por un poco de agua. La lluvia no llega. Hace falta. Mucha falta; manda Otro y, ya se sabe, “donde manda patrón no manda marinero. Los veneros, los pozos, los arroyos, los ríos…

Un amigo tiene aplazado ‘sine die’ echar un esparragueo. Las esparragueras están arromeradas, endurecidas. No han brotado porque le ha faltado la Gracia de Dios que viene con la lluvia de otoño.

Hace, según dicen los que informan en los servicios meteorológicos, ‘mal tiempo’. En la feria cada cual cuenta cómo le va. En el Puerto de Mora ayer se vieron atrapados casi cien vehículos por la intensa nevada. La foto que va con este artículo se tomó unas horas antes. Luego vino lo que suele ocurrir por estas fechas y cuando nieva.

Las noticias de las tierras de Castilla, de la Cantábrica, La Rioja, Navarra…. Ya saben. Todo blanco. Tan blanco como esa luna, fría y distante que marca la ruta de los lobos. En Teruel han tocado los -8º. Eso no es noticia. Sería noticia, una excelente noticia que los llamados a entenderse, se entendieran.


Hace rasca. Los pajarillos, anoche, pasaron frío. Las mañanas son el testimonio más fiel de noches largas; el desencuentro de muchos, también. Está helada la yerba de las veras de la carretera. El rocío no levanta hasta bien entrada la mañana.

sábado, 16 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bignonia

La luz de la tarde, - “esa luz de ensueño y oro que muere” -,  juega al escondite entre las ramas de los árboles. Brillan las hojas con una manera especial. Hay un adelanto de primavera en lo más riguroso del mes de enero. Por cierto, la luna se las anda en el primer cuarto creciente; los gatos en celo.

La brisa es suave; tenue. La brisa es casi imperceptible. Es una caricia que se agradece en la cara. La brisa hace que el humo blanco de la quema de l ramón en los olivares sea una cortina de gasa entre el azul del cielo y el campo.

Un hatillo de nubes corona la sierra. La sierra caliza tiene un color especial y las sombras forman figuras caprichosas. Otras sombras, las sombras de los montes de Galupe y del Cerro del Espartal se alargan sobre los otros montes. Chacharean las luces y las  sombras.

Ha pasado una garceta bueyera solitaria. Va a contramano. Va en busca de otros pájaros para, juntos, pasar la noche en los eucaliptos del Hoyo del Conde. Su pluma blanca sobresalte por encima del verdor de las huertas. Canta, no sé dónde, un gallo.

Ya tienen todo su color las naranjas; los limones pintan a oro nuevo. Una banda de estorninos ha dado vueltas por el cielo. Buscaban su sitio. Se han posado sobre el nogal del tío Benito. Los estorninos vienen de echar el día en los olivares.

Ha pasado un tren. En el frontal electrónico, encendido, lleva el nombre del destino: Sevilla SJ. El maquinista ha hecho sonar ese claxon raro que ahora tienen los trenes. No es un silbido agudo como aquellos de las máquinas de vapor; tampoco es una bocina identificable con otro vehículo. Todo el mundo que vive cerca de la vía sabe que es el aviso del tren…


Cantan los verderones; hay una sinfonía de chamarines y jilgueros. Arrullan las palomas; en la lejanía se ladran, unos a otros, los perros. ¿Se estarán diciendo que el Málaga ha perdido en Sevilla? La celestina está en flor, pero la que de verdad está preciosa, palabrita del Niño Jesús, de verdad de la buena, es la bignonia.

viernes, 15 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un rayo de sol

Era una tarde de verano; julio. Ya se había superado el solsticio de verano. El sol de medianoche, todavía, era un espectáculo. Les digo: único. No he visto cosa igual. Los turistas, agolpados en los filos del acantilado, contemplaban una imagen insólita.

Llamo a un amigo por teléfono. Se lo digo: si doy un paso más al frente caigo al agua. Se ha acabado la tierra. Estoy en el Cabo Norte. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido, siento dentro una sensación increíble de cosquilleo y regusto…

Habíamos recorrido un montón grande, muy grande de kilómetros desde Copenhague. Atrás habían quedado Helsingor y el castillo de Kronborg con la tragedia – Hamlet – de Shakespeare entre sus muros.

Suecia nos recibió en Helsingborg. Luego, Goteburgo. Pasamos a Noruega: Oslo. Entre Tromdheim y Narvik  - la de la batalla naval de la II Guerra Mundial, esa – cruzamos el Círculo Polar Ártico.
De Troms partió la expedición de Amundsen y Nobile al Polo Norte. Es una ciudad que engancha. Construcciones de madera; mar de aguas limpias. Calles solitarias y graznidos de gaviotas en el puerto.

Una chica preciosa: rubia y ojos azules nos atiende con extremada amabilidad. Habla correctamente español. Le pregunto. ¿Cuándo ven el primer rayo de sol después del solsticio de invierno? Me dice que, alrededor del dieciséis, de enero. Preguntón que es uno: ¿y cómo pueden vivir tanto tiempo en la oscuridad? La respuesta me deja sin resuello. ¿y, ustedes cómo pueden vivir con 40º a la sombra?

Alta está en La Laponia noruega. Compro una alfombrilla de piel de reno a unos samis. Tienen una tienda con empalizada y cubierta de pieles. Pago con Visa. Miro al cielo; no veo ni un solo cable. Todo va por comunicaciones de satélite. Nos hospedamos en Honningsvag. Casi al atardecer llegamos a Norkapp…


Leo en el periódico: “Una campaña para salvar el Ártico”. Piden firmas y adhesiones. En los últimos 30 años hemos perdido tres cuartas partes de la capa de hielo flotante de la cima de la Tierra. Se me agolpan los recuerdos en esta noche de invierno… ¿Dónde hay que firmar para salvar aquello?

jueves, 14 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Ley

Dicen que es lo que regula que la gente vivamos, más o menos, en el respeto de unos con otros. Sin ella, la convivencia – con ella, a veces, también – sería una hartá difícil porque ya se sabe en la tribu, cada uno hijo de su padre y de su madre y, además, con su leche. Pues, arreglado, vamos.

Dicen, también, que hubo un rey mítico, un tal Argantonio que vivía en otro territorio que no era mítico, pero casi, y que se llamó Tartessos, dio las primera leyes escritas. Tartessos estaba en las marismas del Guadalquivir. Desde allí, con el paso del tiempo ocuparon otras tierras; se hicieron ‘grandes’. Del tesoro del Carambolo hablamos otro día ¿vale?

No es cuestión de pararnos a ver si venían de más allá del Cáucaso  - con lo lejos que queda eso -  o si estaban ya aquí porque se vinieron de allí. No, no Este Argantonio tenía que ser un tipo excepcional. El tío araba con bueyes. Y se cuentan cosas como que le gustaba el campo y…

Del  único pueblo de la Península Ibérica que habla la Bibilia es precisamente de Tharsis. Las naves de Salomón venían por cobre para su Templo ¿Alguien, por un casual, estos días,  ha escuchado algo de nacionalidades históricas y peculiaridades y nacionalismos…, y otras lindezas?

Aquellos tartesios – así se conoce a sus habitantes – crecieron y crecieron y crecieron. Con el andar del tiempo quedaron integrados en un país llamado España. Ha llovido mucho (y eso que ahora llueve poco), tanto que se pierde en la lejanía del tiempo.

No sé si por influencia de Argantonio, o de sus descendientes o por afición, que hay gente aficionada a las cosas más raras, España es uno de los países que más leyes tiene. Tantas, tantas… Alguien ha dicho que es, también, el país en el que menos se cumplen. La Ley para los otros.


La foto está tomada a pie de carretera. El cartel lo deja claro; el cumplimiento, para otra  gente… Vamos, hombre, con leyecitas y prohibiciones, a mí. ¿Eso? Para otra gente, para otra gente.

miércoles, 13 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Guardabarreras

El hombre se resguardaba en un casetón de madera perdido en medio del campo. El hombre tenía un libro con el horario de los trenes. No lo miraba nunca; se los sabía de memoria. Tan memorizados los tenía que cuando se retrasaba algún mercancías temía que podría haber pasado algo.

El hombre tenía una barriguita cervecera pero de la cerveza que se bebían otros. Llevaba al tajo su comida  en una cacerola de porcelana con tomates  fritos con un trozo de morcilla. Cuando llegaba la hora del almuerzo estaban fríos;  su mujer los había cocinado la tarde antes. Las viandas iban en una cesta de mimbres.

El casetón donde se resguardaba era de madera con un ventanuco pequeño y una puerta grande que no se cerraba nunca. El casetón estaba sobre un montículo de piedras correctamente colocadas; desde allí divisaba mejor la vía.

Tenía pocos utensilios: una mesita pequeña que,  a veces, colocaba delante de la puerta; un sillón viejo donde pasaba muchas horas sentado esperando la llegada de los trenes…, un botijo viejo, sucio y manchado que hacía el agua muy fresca.

El hombre se tocaba con una gorra reglamentaria con visera de hule negro; en la mano un banderín plegado. Antes de llegar el tren echaba las cadenas. Las cadenas eran grandes, gruesas, como esas losas pesadas que caen a mucha gente encima sin que ellos hayan hecho nada para merecerlas. El hombre las enganchaba…, y esperaba.

A veces, llegaba alguien impaciente. El hombre no las abría jamás. “Espera”, solía decir si lo conocía; si no, el hombre se mantenía impasible. Cuando el tren asomaba en la lejanía, lo veía venir, pasaba y luego se alejaba con ese piloto rojo que llevaban en el último vagón los trenes de carga y que solo parpadeaba en la oscuridad de la noche.


 Un día, suprimieron el oficio. Cambiaron las cadenas por barreras que subían y bajaban desde un sensor automático situado muy lejos. Jubilaron al hombre  que no sabía que,  años después, sentarían en un banquillo a un duque ladrón y a unos político corruptos. Él que acudía a su trabajo en una humilde pero resplandeciente bicicleta… ¿Por cierto, qué  habrá sido de aquella bicicleta?

lunes, 11 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ombú

Aquella mujer vivía del recuerdo. Aquella mujer releía unas cartas imposibles; hablaban del más allá. Aquella mujer recordaba un amor que la había olvidado a ella; en ella seguía vivo. Es la protagonista  de la obra de teatro, estrenada, en Buenos Aires en abril hace muchos años. Su autor Alejandro Casona.

Ponía, Casona, en su boca, la evocación del árbol mítico: el ombú. Resonaba entre las paredes de la mansión solariega del norte de España y ella lo repetía sin cesar: ombú, ombú…La mujer, sin saberlo, hacía un canto al amor, a la esperanza, a la inocencia.

Juan Gaitán, en su artículo de hace unos días en la Opinión de Málaga, se hacía eco de un petición Javier López. Piden un bosque en el solar del antiguo depósito de Repsol. Piden un imposible. Quieren sustituir bloques de hormigón por árboles.

Aquella mujer escuchaba el eco largo del viento que llevaba la palabra mágica: ombúuu, ombúuuu. Se perdía su eco en los valles, entre las quebradas de las sierras, en las ramas de otros árboles que crecían en las laderas.

¿Se imaginan que una noche la voz del viento llevase por las calles de Málaga las palabras entrecruzas de los árboles? Ombúuu, ombúuuu… Hay unos cuantos ejemplares de ombú – puede que por coincidencia- en la subida al puente de las Américas.

 No lo había dicho: el ombú es un árbol originario de Argentina y Paraguay. Dicen, los que saben, que no es propiamente un árbol, sino un arbusto, o sea una hierba gigante (como la estulticia de muchos que nos dan lecciones a diario) de madera blanda y esponjosa… Da lo mismo.


Me quedo con el sueño imposible. ¿Se lo imaginan? Una noche por las esquinas de Huelín, por los recovecos percheleros y trinitarios, por los rebalajes de El Palo…, un concierto de voces. Traen, también, sutiles pinceladas de esencias de jazmines. Vienen del bosque que mi pide mi amigo Juan Gaitán. Son las voces de muchos ombúes juntos…

domingo, 10 de enero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lluvia

El campo lleva la tristeza en la cara, como los pobres que pedían, de puerta en puerta, una limosna y se le despedía, y no siempre con lo que había pedido, y el pobre seguía andando, calle abajo, con sus miserias a cuestas.

No llueve, no quiere llover. El hombre del tiempo parece que nos engaña, involuntariamente, y anuncia que para pasado mañana, que si para el fin de se semana que si… Enciende una leve luz de ilusión a quienes están hundidos en la desesperanza. El pabilo de la vela apenas alumbra.

Casi no verdeguean las lomas; no han corrido los arroyos; no han sacado agua las cañadas. Los pozos tocan fondo y el río es un reguero sucio y maloliente que marca su sendero entre cañaverales y olmos en la desnudez del invierno.

Hablan del cambio climático. Puede que sea así. Regiones amplias del Reino Unido llevan un montón de días bajo las aguas. Ahora, el asunto se ha bajado y le toca a esa punta verde de España que se llama Galicia. Las imágenes de televisión son dantescas.

No habla nadie de experimentos nucleares de hace unos años hechos por los rusos en el Ártico. Escucho que las temperaturas provocadas por el atentado salvaje fueron muy superiores a las alcanzadas en Hirosima y Nagasaki… ¿Eso tendrá algo que ver?

No han florecido los almendros como tenían que estar ya por este tiempo; las naranjas no son chorros de néctar cuando se exprimen y sus gajos están sequerones por dentro; no hay una solo esparraguera brotada. A duras penas el campo ha pasado el otoño. Anuncian frío polar para dentro de unos días.


Alguien dijo que aquí nos ahogamos siempre. O por exceso de de agua, o por falta. Debemos andar en la segunda acepción. El campo pide agua; el campo necesita el agua; los cuerpos y las mentes calenturientas, también.