lunes, 21 de abril de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viola cazorlensis


                                                          

La Sierra de Cazorla está en la punta donde Andalucía se va como para la parte de Murcia; es la zona de pinares más extensos –después de Doñana- de todo el sur de la Península Ibérica.

 

Es, también, aquella que cuando niños cantábamos, en los pupitres bipersonales de la escuela inmuda. El maestro - mi maestro don José Oropesa - señalaba con un puntero sobre un mapa de hule ajado y con los ángulos descascarillados. Los niños cantábamos: “el río Guadalquivir nace entre las Sierras de Pozo y Cazorla, provincia de Jaén…

 

Hay cuatro maneras de entrar a la Sierra: desde Pontones, si llegaste por La Sagra; por El Chorro, después de superar el puerto de Tíscar y Quesada; por Cazorla y el puerto de Las Palomas - por donde lo hace más gente -; por la Puerta de Segura..., y desde luego, también hay otras. Es cuestión de husmear en los mapas.

 

A Cazorla se llega por entre olivos picuales. Al superar la última revuelta del camino: el pueblo. Es de tarjeta postal. Recostado a la sombra de picachos inaccesibles y envueltos de brumas en los días de invierno.

 

Por el Puerto de la Palomas se ‘traspone’ al otro lado. Junto al río se acampa, se echa el día, se disfruta de la naturaleza, se goza de eso que sólo se encuentra cuando la masificación no ha llegado y entonces…

 

Nace, allí, en la Sierra, la Viola Cazolensis. Diminuta, pequeñita, preciosa. Es una violeta única. Solo se cría entre las rocas y florece en primavera. Alguien la descubrió deambulando por aquellos parajes. Dicen que por ser exclusiva, le dieron ese nombre.

 

Pero la Sierra también tiene mucho de morado y de dolor. Desaparecido un chaval de 14 años... Buscan; rastrean: palmo a palmo, risco a risco, tajo a tajo… Fue a pasar la Semana Santa… Lo han encontrado de la única manera de la que nadie, absolutamente nadie, deseaba encontrarlo. ¡Puñetera vida!

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