En una esquina cualquiera donde parece que se vuelve el
viento… Se asoman las calles ¿su nombres? ¡qué más da que sean Carmona, Algarrobo,
Cantarrranas, Santa Ana o Veracruz? ¿Qué más da que se sea un cruce de
recuerdos?…¡qué más da si entre ellas, probablemente, se haya quedado para
parado el tiempo!
Un viejo sentado espera ¿qué espera este hombre en la puerta
de Juan ‘El Chismo’? Se amontonan las sillas y las mesas de cuando aquello era
un lugar para tomar el fresco. Una mujer con suéter claro camina de espaldas, ¿quién repara el asfalto? Malisímo asfalto.
Aún seguía allí la tienda de Leonor…
Desde el Monte Redondo se asoma, el cielo, a la calle. No
puede verse en ningún espejo. Es una calle espaciosa, ancha para sus apetencias,
y en Álora, – ¡oh, excepción – una calle sin cuesta. No estaba abierto todavía
el ‘nuevo acceso’. No le habían dado sitio al bronce trabajado donde un artista
rindió homenaje a la mujer faenera.
Hay unos geranios – pocas, pero algunas macetas – en
tiestos en la pared. Primero taberna de
Alonso ‘Asaura’; luego, ferretería de
Diego; ahora esquina mañanera donde la Noni ha puesto oficina de ‘peaje’ a
transeúntes mañaneros. Ahíto de helechos el balcón frontero.
Afloran los recuerdos: barbería de ‘Remolinos’, el bar de
‘Periquete’, Droguería de Cristóbal Lobato (que me dicen que antes fue, también,
barbería, pero no llegan a tanto los recuerdos) y Rafaela – que no se llamaba
Rafaela sino Antonia - con tejeringos desde el amanecer, ensartados, en un
junco verde… Reverencial, ceremonioso, ‘rifador’, ¡ay Rafalito!
“Se morirán aquellos que me amaron / y el pueblo se hará
nuevo cada año”. Lo escribió el maestro Juan Ramón hace un montón de años. Se
renueva el pueblo. Siguen ahí las mismas esquinas – pero sin anuncio de bebida
refrescante - y el cielo, el mismo cielo, que se asoma, cuando, en las noches
de invierno, juegan al escondite entre
entre las esquinas, el embrujo y el viento.
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