Se cumplen cuatrocientos años de su muerte. Toledo ha
preparado una magna exposición. Llega gente de todos sitios. Hay quien ha descubierto a El Greco muchos años después
de su muerte. De hecho, casi hasta el XIX, algunos llamados expertos (¿) lo ignoraron.
Ya ven, pasan esas cosas.
De Creta levantó el vuelo. Pasó por Venecia. De Tiziano,
Tintorerto y Veronés se trajo la técnica; de la ciudad, el misterio que flota
por el aire; de su tierra el encantamiento de todo lo bizantino, o sea, el
arte.
Don Gregorio Marañón que lo estudió a fondo dijo de él que sólo Toledo le dio lo que no pudo traer
de ningún otro sito: el ensamblamiento entre el hombre y el paisaje hasta el
punto que El Greco no habría sido El Greco de haber vivido en cualquier otra ciudad,
que no hubiese sido Toledo.
Afloran análisis, relaciones y catálogos de su obra, apuntes
de la biografía, aseveraciones, dimes e inventos. Se atiborran las librerías
con publicaciones eruditas. Como en la viña –aquí, también- se cría de todo.
Hay puntos claves en la vida de El Greco: Toledo (por
supuesto) doña Jeromina de la Cuevas con quien no se casa y es madre del único
hijo que se le reconoce, Jorge Manuel, Fray Hortensio de Paravicino, su amigo
íntimo, y los locos del Hospital de Afuera a los que retrata en las colecciones
de apóstoles.
Estos días se analizan todos sus cuadros con la minuciosidad
de la lupa. Desde el Expolio a la Dama de Armiño, su biblioteca, los pocos
enseres que se trasmitieron en el inventario de su testamento donde, entre otras
cosas, se ve, que vivía solo, en opinión
del doctor Marañón, porque no había vestigios femeninos…
Pero queda una cosa clara. Ningún pintor ha superado ni ha
conseguido un colorido como lo consiguió Domenico Theotokópoulos, El Greco, que
nació en Candía (Creta) en 1541, y murió, en Toledo, tal día como mañana,
lunes, 7 de abril, pero de 1614.
No hay comentarios:
Publicar un comentario