El fado es música de embrujo y encantamiento. El fado viene
envuelto en la neblina de lo que se esconde dentro, muy dentro, tanto, que sólo
se aflora cuando aparecen los momentos únicos e irrepetibles. El fado es
esencia y perfume.
El tambor aporta música de percusión. Exterioriza, cruza los
aires y llega hasta donde el golpeo de unos palillos sobre una piel tersa
permite que lleguen los sonidos. Tan lejos que, a veces, alguien puede
decir…por allí suenan los tambores.
Se envuelven estos días las ciudades andaluzas en el
misterio de Cristos al revolver de una esquina. No es un misterio de fado. Es
algo distinto. Es la luz que juega al escondite y lo transforma todo, lo
distorsiona y alarga las sombras. Es la crueldad de una muerte tan dura como
una crucifixión hecha tránsito a una gloria porque así lo manda la fe.
Desde ya las calles son templos más espaciosos y con menos
penumbra. No tienen ni canceles y ni puertas pesadas que se abren en dos y
dejan que entre la luz. Imágenes de policromía perfecta de un Dios que casi
roza, con la yema de sus dedos, los geranios del balcón, cuando pasa por
delante nuestra.
Otra vez será una dolorosa. Todas llevan un manto, largo,
largo, que las hace como prolongadas en el espacio. Van cargadas de rosarios y
pecheras de encajes y brillantes. Muestran a una Virgen niña, con mejillas
sonrosadas por las que corre, siempre, indefectiblemente, una o dos, o tres
lágrimas.
Se llenan estos días muchas calles del misterio de la fe…
Eso que dice el teólogo moderno que ‘es dar un salto en el vacío. Michel Quoist
escribió un libro delicioso de prosa entendible y a pedir de mano del pueblo
sencillo: “Oraciones para rezar por la
calle”. Naturalmente, no conocía la Semana Santa de Andalucía; habría
dejado escrito que aquí se reza de otra forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario