martes, 8 de abril de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Toledo y el tiempo


El viajero llega a Toledo con el tren una soledad mañana del mes de abril. Toledo rezuma arte: desde la estación – mudéjar moderno, a la aguja más alta de la torre de la Catedral- . Toma, el viajero, un autobús urbano. Vocifera la gente. La gente va contenta: ¡a la feria! Aprieta el calor.

Se medio vacía en la Puerta de la Bisagra y luego, más arriba en una esquina del Zocodover y junto al Alcázar… Toledo sufre una riada humana. Me acuerdo de los versos de Barbeito a la Esperanza de Triana: “el paso es el puente / y el costalero el río”. No sé aquí quién es quien.

Quienes sí son los de siempre son el Tajo y el Puente de Alcántara y los Cigarrales –en frente – y el Alcazar que se asoma al claustro de Santa Cruz, y ese sabor añejo de las callejuelas estrechas por las que nunca ni ha entrado ni entrará el sol. Y los que viven del turista porque si a Toledo le faltase algo ahora ha agregado el espaldarazo de la magna de El Greco.

Por la calle de la Trinidad (antes de llegar al Arco del Palacio) el viajero se encuentra con un cura joven: sotana y tirilla. El viajero, para sus adentros, se pregunta si es que vuelve a casa de regreso de una sesión del Concilio de Trento. El viajero es malo de pensamiento. No quiere, serlo de obra y no le pregunta. Ambos, dos, siguen camino: el cura sube ¿a la gloria?; el viajero, puede que al infierno.

Tienen las calles, en algunas ciudades, nombres de personajes ilustres, pero cuando uno se encuentra con la calle de la Plata, la Bajada al Pozo Amargo, Hombre de Palo, Cárcel del Vicario, Nuncio Viejo… Uno sabe que está en un sitio único. No puede ser otro. Es Toledo.

Las campanas de San Nicolás llaman a misa. “Porque es a las doce, ¿sabe, usted?” Es una mujer escapada de una obra de Galdós al que, con palabras de don Gregorio Marañón, le dedican un recuerdo… En el convento de las Religiosas Agustinas Calzadas de la Purísima Concepción, o sea las Gaitanas - el pueblo así las llama -  hacen “dulces típicos con sabor de Toledo”.

La vez anterior el viajero pernoctó en Toledo; hoy, no. Los trenes veloces acortan las distancias. El viajero –  ha gozado con tanta belleza como se recoge y ofrece en Santa Cruz –. A media tarde se baja a la estación. Usa el mismo medio. Comprende, porque hace calor, mucho calor, que la gente ya no vocifere ni se hable entre sí. ¡Vienen de la feria!

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