Se encarama el pueblo sobre una colina. En lo más alto –como
tiene que ser- el castillo y la torre de
la Iglesia Mayor; las nubes se columbran
por el cielo. Vienen de la Bahía. Van… ¿a dónde irán las nubes a estas horas de
la tarde?
Por el campo: las jaras apuntan a flores nuevas, espinos
majoreros, lentiscos, aulagas… Abajo, la llanura. Todo verde; todo esperanza,
todo un paseo por la exuberancia. ¿Quién puede contar cómo es el verde del
campo en primavera?
A Medina-Sidonia la cercanía de las humedades del Atlántico que
vienen del Golfo de Cádiz, le dan una dentellada grande al apellido de pueblo ‘blanco’. Demasiados mosaicos de
desconchones en las paredes. Dinteles desvencijados, puertas centenarias; no
cierran algunas ventanas.
Sobre los poyetes –
la rejería, soberbia- hierbas silvestres ofrecen los presentes de su cosecha
generosa y tempranera. Son florecillas: moradas, rosas, fucsias, amarillas…
Conviven el silencio de un ayer esplendoroso y la realidad del presente.
La calle de La Loba – como en todos los pueblos, los nombres
‘impuestos’ no sobreviven al originario, en este caso ‘Padre Félix’ – se alarga
desde la plaza principal a la plazuela de Santiago; por la calle del Porvenir
el nombre supera al presente, y por la de Hércules hay más ambición de nombre
que anchura… Cosas que ocurren algunas veces.
Entre Mediana-Sidonia y Paterna (Paterna de la Ribera) el
aire peina, con olas suaves, los trigos. Los ondula, los riza, los acaricia. Pasta
ganado retinto y bravo. El campo está espléndido. El aire viene del mismo sitio; no va a ninguna parte. La luz, con el sol,
busca otros caminos… En los cercados pastan toros negros, espléndidos,
soberbios.
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