domingo, 23 de febrero de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitacora. Burro Grande

                                             

Se asoma -antes de llegar a El Carpio- por las crestas de los olivos a ver los coches que pasan. El paisaje es un mar verde gris cuando la brisa peina las copas; el Guadaquivir,  juega al escondite… Hasta siete veces entre Córdoba y Andújar. En frente, Sierra Morena (¡“Qué bien los nombre ponía…”! que nos dijo don Antonio); el cielo, alto y lejano.

Burro Grande, es una escultura que dicen que se las anduvo por una “Noche en blanco” en Atocha. Su autor: Fernando Sánchez Castillo. Quiso denunciar la “animalidad de los nacionalismo”. El Burro Grande en acero inoxidable, desde un olivar que fue del ducado de Alba, saluda con orejas espantadas a los caminantes modernos que van por la Nacional IV.

Manuel Prieto, ‘sembró’ de toros de Osborne – por cierto, lo recogió, hace un tiempo, en una magnifica reseña mi amigo José María Hidalgo en su “Cita con la Historia”- los cerros de España. Tan es así que están allí desde siempre. Son parte de paisaje y compañeros de los que pasan.

Paseó Cervantes a Sancho por los campos de La Mancha. Rocinante era flaco y huesudo; el rucio de Sancho, para trasportar tanta humanidad debió ser recio. Sancho llevaba dentro media humanidad; la otra media, el Hidalgo loco…

Cuando se tuerce a la derecha, en Garray, camino de encarar el puerto de Oncala, y antes de la desviación hacia las ruinas de Numancia, un dinosaurio en material verdoso, - ¿cobre? - ofrece una visión de la figura desproporcionada del bicho antediluviano; cuando se baja el puerto, antes de cruzar en Cidacos, en Villar de Río, hay otras…


Pero de todo, lo más tierno y más humano, nos lo contó el poeta de Moguer porque ¿Quién no recuerda que “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blanco por fuera que se diría todo de algodón…”? Eso.

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