Amaneció con un cielo de blanco roto y se puso, - a esa hora,
en que la mañana coge la cesta de la
compra para ir al mercado -, de un color de panza de burra. Ni blanco, ni gris,
ni oscuro ni limpio…
Muy temprano dijo la
radio que habían activado los servicios de preemergencia. Palabras raras. Casi
no se entienden. En cristiano, brigadas de hombre con camiones cargados de sal,
palas cuadradas y monos de color amarillo con franjas verdes, la esparcían y la dejaban por las calles,
por las aceras…
Y, estando en esas, comenzó el desplume de los ángeles. (Porque
no sé si les han dicho alguna vez que a los ángeles les entra el pelecho en los
meses más duros del invierno. Y como le sombran tantas plumas, pues se las
regalan a la gente para que se diviertan y tengan de qué hablar). Por un día ni Rubalcaba, ni Mas, ni Rajoy, ni
Susana, ni… No, no, que no señor.
Primero – les decía- vino el desplume de los ángeles más
traviesos. Eran plumas pequeñitas, o
sea, copitos de nieve. Luego, las de los ángeles mozalbetes. Bajaban copos como zagalones holgazanes, pavoneándose,
dejándose ver. Parecía un baile imposible. Tanto que ni llegaban al suelo. Se
paró el aire. Les dio, a ellos, -a los copos- todo el protagonismo.
La Puerta de Alcalá la recibió como se hace con alguien
importante que viene de visita, sólo que esta vez no sacaron banderas a Cibeles
y la diosa estaba sola, con sus leones. El Paseo del Prado tiene los parterres
sembrados de pensamientos de colores…¿Será para recibir a la nieve?
Ha sido un rato inolvidable. Las acacias de la Castellana se
miraban, unas a otras y, uno que vive en un sitio donde no nieva nunca, desde
el interior de una cafetería, miraba y miraba al cielo y asistía atónito. Fluye
algo por dentro y piensa que hay días especiales. Hoy, por ejemplo.
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