29 de junio, miércoles. El hombre era bajito, rechoncho
y narigudo. Unos grandes surcos cortaban su cara y cuando sonreía dejaba ver la
boca destentada. Vestía siempre con la misma ropa. Cuando comenzaba el invierno,
se metía dentro de un jersey de lanilla hecho con agujas del ocho, del que no
se desprendía hasta que venía otra vez el buen tiempo. Al final de la temporada
tenía más lámparas que la casa ‘Polonio’.
Le metía mano a todos los
oficios. Siempre eran negocios poco productivos, efímeros y que, como las
estaciones, se repetían cíclicamente.
Nunca le faltaba su chispa de humor e ingenio. Y tenía salida para todas
las situaciones por peliagudas que se presentasen.
Hacía recortables de cartón a
modo de muñecos – Bartolitos – con
todas las partes del cuerpo humano, que se accionaban con un mecanismo de
guitas entrelazadas, pero que al primer tirón se rompía… Entonces el niño
recurría:
-
El mío, no funciona.
-
Estará amorriangao,
respondía con total convicción.
Otras veces hacía un artilugio
de papel, donde colocaba unas hojas terminadas en puntas y superpuestas.
Fijadas con una puntilla en el extremo de un carrizo que debían girar con el
impulso del viento. El invento casi siempre permanecía inmóvil, quieto y sin atisbo de dar vueltas.
-
La mía, no funciona…
-
Espérate a que cambie el aire.
Por Semana Santa vendía en un
carrillo de mano que servía de mostrador, trozos de caña de azúcar a la que los
niños extraíamos su sabor dulce y deleitoso con grandes chorreones escapados
por la comisura de los labios…
-
La mía, amarga…
-
Porque la habrás chapado por el culo.
-
Cuando llegaba la feria, se
‘colocaba’ de ayudante con el hombre de los carricoches. Él era el encargado de
cobrar a los que accedían a dar el paseo en la ‘ola’. Desde una cabina determinaban la duración y así, en función
del número de demanda y asistentes, ‘el viaje’ era más o menos duradero.
-
El mío, ha durado muy poco tiempo.
-
¿Y qué quieres que por una peseta te llevemos a
Málaga?
Otra vez se colocó con el
hombre que traía las cadenitas. Había
dos ‘cadenas’, las grandes,
eléctricas que tomaban mucho impulso y las otras, las más pequeñas, manuales e
impulsadas por una manivela.
-
¡Hombre, gritaba un niño, para, que me da
cosquilla en el pito. Hombre, para….!
-
Po no
haberte subío….
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