Río Esla por Gradefes. León (España)
26 de junio, domingo. A Riaño, desde Cangas de Onís,
se llega por puerto del Pontón después de subir junto al Sella por el
Desfiladero de los Beyos.
La roca, gris y pelada en las
cumbres, se viste con distintos tonos de verdes – “intenso, fresco o peludo”-
que pincelan las sabinas, las hayas, o los robles Piornos y matorrales en las
laderas: en el valle, fresnos, alisos, sauces, choperas, arces…
Son tierras de rebecos y
corzos, de gente de temple que luchan contra el aislamiento de siglos: de pan
mínimo – “el pan y el vino, aquí vienen de Castilla”- y de perros mastines a los
que de vez en vez, se les “hospa el pelo porque todavía avientan a los lobos”.
Al Esla lo han remansado en
Riaño. Pequeños ríos bajan desde las sierras de Orpiña, Cebolleda o de Carcedo –
el Yuso, Valporquero, Salceda, Ozca, Bércenes… - y son atrapados, y por perder,
como Riaño, pierden hasta la identidad y a partir de la presa, ya todos serán Esla.
El camino hacia Cistierna va
por parajes sugerentes. Pequeños pueblos se alinean con una armonía calculada.
Crémenes, Valdoré, Verdiago… muestran casas de piedra y pequeñas huertas de
hortalizas tardías. De vez en cuando, a media mañana una chimenea eleva al
cielo una columna de humo. Entre Aleje y Cistierna el verdor contrasta con la
caliza de las rocas y con los conos de carbón amontonados como pequeñas colinas
recuerdos de otros tiempos.
De Cistierna el viajero recuerda
una calle larga, larga, paralela al río – el Esla – de aguas saltarinas; un
paso a nivel del ferrocarril hullero, una vida ida en una agonía penosa y
lenta, y gente en la calle y la llanura del páramo que se abre plano y
desolado.
Los pueblos, semiabandonados, a
grandes trechos aparecen en la llanura orillando o escindidos por la carretera.
Pueblos de adobe, de torres solitarias y cipreses que bordean el cementerio.
Corribe, Vidanes, Villapadierna, Palacios, Quintanilla, Vega de Monasterio,
Cubillas de Rueda… Por Santa María de
Gradefes, el románico se desmorona, mientras esa joya románica, San Miguel de
Escalada, sigue en pie con un horizonte lejano de cielos interminables y
choperas apretadas que cantan por donde va el río, por donde se va la vida,
camino de Mansilla de la Mulas. Y el viajero siente el placer que solo se
percibe en los lugares
únicos de una España desconocida.
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