16 de
junio, jueves. El sensor automático abrió la portezuela del
tren. Entonces apareció ella. Anudaba a su cuello un pañuelo de seda estampada
que apenas le cubría el pecho. Traía, a modo de bandolera, un boso colgado de
su hombro izquierdo y bajaba hasta la altura de su cintura que estaba ceñida
por un cinturón de cuero. La chica rubia con el pelo recogido hacia atrás, tenía
una tez blanca, muy limpia y dejaba ver que venía de un lugar donde no la había
achicharrado el sol.
Avanzó por el pasillo. Miró
algunos asientos y siguió adelante, casi hasta el final. Ocupó un asiento junto
a la ventanilla del lado derecho del vagón. Miraba con la vista perdida a
través del cristal. Un poco más allá, el antiguo muelle de carga que ya no se
utilizaba y el llano polvoriento donde estaban aparcados los vehículos de los
trabajadores que habían viajado en otros trenes más madrugadores.
La chica tenía una alegría radiante. Su cara
era la frescura de la juventud, algo así como ese canto de las alondras cuando
llegan las primeras luces del alba, pero el sol aún no había aparecido en el
horizonte y todo en su alrededor ofrecía optimismo en una huida de las sombras.
Por un momento pensé que
aquella chica podía venir de un jarrón imaginario de flores, que un día se convirtieron
en frutos sin que ellas lo hubiesen percibido, como esas cerezas que aparecen
en los escaparates de las fruterías, desconocedoras que hace solo un par de
meses eran flores en los árboles del valle por el que corre, entre cantos
rodados, un río de aguas claras.
Nadie le ha venido a decir que
era como las flores silvestres que han nacido en el mes de abril junto a los
bordes del camino, sin que fuesen conscientes de toda la belleza que encierran
dentro y que, sin querer, la ofrecen a los que pasan por su lado, las admiran y
las aprehenden en su interior.
Alguien dijo que la cara es el
espejo del alma. Es un tópico. Muchos tópicos son ciertos. Ella como las
flores, como el canto de los pájaros, como la luz que rompe al alba, no sabrá
nunca ¡cuánta belleza lleva en su interior! ¿O sí? El tren se puso en marcha,
lento, despacio, después tomó velocidad. Se percibía el ruido metálico del
deslizamiento de las ruedas sobre los raíles….
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