San Antonio de Padua. Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682). Catedral de Sevilla.
En recuerdo de mi entrañable amigo Rafael
Lería, grandísimo devoto de San Antonio.
12 de
junio, domingo. Dicen que es el santo al que se le piden los
amores imposibles. Hay quien va por el camino más corto y solamente le pide un novio. Eso debió ser en otro tiempo, porque en los
que ahora corren… Según la superchería, se coloca el santo de cabeza y se le
arrojan trece monedas. Tampoco debe ser la cosa tan estricta. Me viene a la
cabeza aquella canción de Raphael que, en un fragmento, decía algo así como:
“la gente quiere paz, y se enamora”. Pues eso.
Se le conoce como San Antonio
de Lisboa. Nació en el barrio de Alfama – desde donde se ve, en todo su
esplendor el Mar de la Paja, o sea la desembocadura del Tajo – en el seno de
una familia acomodada. La casa donde vino al mundo fue destruida por el
terremoto de Lisboa en 1755. Se conserva solo un sótano. En Lisboa tiene
dedicada una basílica y se reconoce como patrón de la ciudad.
Hombre de una gran formación.
Estuvo primero con los agustinos en Lisboa y Coímbra. Gran conocedor de las
Sagradas Escrituras y de las obras de san Bernardo de Claraval, san Agustín y
san Jerónimo. Profundizó en los clásicos: Ovidio y Séneca. Su formación
teológica y sus dotes oratorias, lo hicieron un predicador famoso y
extraordinario.
En Coímbra tuvo conocimiento
del martirio de varios franciscanos en Marruecos. Pasó entonces a la Orden
Franciscana y camino de África sufrió una grave enfermedad. En el viaje de
retorno, una tempestad desvió su barco a Sicilia y de allí entró en contacto
con San Francisco que le asignó importantes misiones de predicación contra la
herejía - cátaros - en el sur de Francia
y norte de Italia.
En vida ya se le atribuían
milagros y se contaba de una aparición del Niño Jesús en su habitación –
Murillo tiene una obra excepcional en la Catedral de Sevilla, en la nave del
Evangelio, al final – del poder de bilocación, al detectarse su presencia en dos
lugares a la vez y su capacidad para hablar a los animales: peces, pájaros… que
lo entendían.
Por su sabiduría se representa
con una biblia en la mano. El Papa Gregorio IX lo llamó “Arca del Testamento”,
por su castidad con una vara de azucenas; por su bondad con un rostro afable y
bueno. Murió joven con 35 años, en Padua, donde está enterrado.
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