3 de junio, viernes. El hombre
fue a rondar cuando dio de manos. Ya casi se iba la luz, después de un día se
sementera, porque era otoño y anochece antes. O sea, fue a echar el rato con la
novia. Sabía que la carabina estaría cerca, pero los jueves y los domingos
tocaba ir a rondar. Era la costumbre. Él casi siempre aparejaba una bestia y se
acercaba a la casa de la novia que vivía relativamente cerca. Aquella noche,
no, Aquel día decidió ir andando.
La tarde se había cerrado
ábrega. Aparecieron unas nubes plomizas, cada vez más negras por la parte de
poniente que anunciaban agua. El aire se echaba por momentos. Se sabía que a no
mucho tardar, el agua estaría encima y la noche se metería en harina.
Al rato de estar en la casa de
la novia, después de cenar la familia, -él venía comido – y aguardaba el
momento de pelar la pava, en la medida de los posible, comenzó a grancear con
fuerza. Se escuchaba cómo las ráfagas de lluvia se estrellaban contra los
cristales de la ventana, contra la puerta… Las canales tenían ese soniquete
especial que solo tomaban antiguamente cuando llovía con vergüenza y los
tejados eran pequeños riachuelos que, en ocasiones, desbordaban incluso los
canalones.
En esta bendita tierra la
lluvia siempre es una delicia. Una gracia del cielo. Algo que se pide con
insistencia y cuando es otoño, entonces no hay palabras de agradecimiento al
cielo que se muestra generoso. A veces, viene con tormenta, pero aquella noche,
no.
El reloj seguía su marcha.
Imparable. Arreciaba la lluvia. No tenía visos de amainar sino todo lo contrario.
El presunto suegro tenía sobre su conciencia dejar irse a aquel hombre con lo
que estaba cayendo. Llamó a su mujer y le dijo que, por medio de la hija, le
anunciase que se quedaría en la casa y que dormiría en la habitación del cuñado…
Se lo dijeron y Antonio
desapareció. Preguntan por él. Nadie da norte. Tienen la sospecha de que ha
salido al corral a hacer alguna necesidad perentoria ante la inminencia de irse
a la cama. Al cabo de media hora vuelve Antonio calado hasta los huesos…
-
Antonio, le preguntan, ¿te ha pasado algo? ¿dónde te has metido?
-
No, na. Es que he ido a decirle a mi gente que esta noche me voy a quedar aquí…
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