Un chaparrón sordo ha dejado
mojada la calle. Ha sido intenso pero breve, como el vuelo de la perdiz, y el
niño aquel se ha refugiado en ese lugar de los recuerdos donde suele hacerlo los días
de lluvia. Luego, de mediodía arriba, arreció. ¡Esto ya es querer arreglar,
pensó! Ha puesto de fondo, la música que el cura pelirrojo escribió para esta
estación, o sea a Vivaldi y su ‘otoño’.
Después, recordó aquellos días
en que las primeras aguas llegaban al campo. Todo se paraba. El acontecimiento
marcaba la aparición de algo nuevo. Dentro de poco, al oreo comenzarían las yuntas en las sementeras a
dejar los granos de trigo en el surco.
El arado abría una cicatriz
profunda, lo suficientemente honda para que la orejera la arropase con la
tierra cuando el otro surco, en sentido contrario, dejase una capa cubriéndola.
Una bandada de pajarillos insectívoros picoteaban detrás del gañán, alimentándose
con los bichillos que salían a la superficie. La tierra húmeda desprendía un vaho
que se condensaba al contacto con aire. Un poco más allá, las palomas buscaban
también su propio alimento.
Dentro de unos días, en las
cunetas nacerá la otoñada. Serán la yerba punta, cardos, hinojos reverdecidos, dientes
de león, malvas, borrajas… y un montón de yerbas de nombres desconocidos que
vestirán el campo de verde, como una capa de esperanza y harán realidad aquello
de “mil gracias derramando paso por estos sotos con presura…”
Con la llegada de la nueva
estación, las parras perderán las hojas y los sarmientos quedan al desnudo esperando un par de lunas hasta que les
llegase la poda.
Ya no se verán golondrinas. Sin
hacer ruido, una mañana se habían concertado todas en los cables del tendido
eléctrico y habían emprendido la marcha hacia otras tierras.
Algo igual harán las tórtolas.
Ya no arrullarán en el pozo en las siestas largas y plomizas. Solo se
resistirán a la marcha por unos días los abejarucos, el terror de los colmenares,
pero sabe que también estan preparando el equipaje…
Había llegado el otoño con un
manto de nubes plomizas que se enseñorearon del cielo. La televisión había
informado que en otros lugares esas nubes habían descargado de otra manera y
habían dejado tragedia y ruina y dolor e impotencia… Era la otra tarjeta de
visita con que anunciaba su llega el otoño.
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