A Sebastián, que está atareado coleccionando abriles…
La galería tenía unos arcos
grandes, luminosos, abiertos al exterior por los que penetraba el sol de la
mañana. Los arcos - quince - se
sostenían en columnas de ladrillos vistos coronadas por cimacios sin
pretensiones artísticas y sobre un poyete corrido. Imitaban un mudéjar
importado, que daba al edificio un sello de sobriedad no exenta de belleza.
La galería, paso obligado en la
vida diaria, ocupaba toda la fachada a sol naciente. En las noches de invierno
cuando arreciaba el aire de Levante, era un verdadero tormento cruzarla, sobre
todo cuando se salía del interior de los salones calentados solo por la
temperatura humana, porque no había otro tipo de calefacción…
En el fondo, junto al primer
arco, la campana, pequeña, aguda, marcaba la vida desde el amanecer hasta la
retirada. Cada toque tenía un significado y rompía el silencio de cada momento.
Toques de repique eran anuncio de recreo; una, dos, tres, cuatro… el anuncio de
que se iniciaba la clase correspondiente; un doble toque con dos campanadas
secas continuadas y espaciadas entre ellas, decía que había llegado la hora de
ir al comedor…
Recurro a mi vademécum
particular, o sea a Sebastián y me confirma aquellas lecturas que don Manuel
González, el obispo hoy en los altares, había hecho que se grabasen en el
mosaico del suelo. Él lo llamaba algo así como los aldabonazos de la obediencia.
Y así supimos de quien siempre
pensaba que las cosas mejor dejarlas para mañana, con un Cras, o lo de ayer con Heri,
y lo que significada el hoy con Hodie
y de aquel pillo que siempre pretendía engañar como el pájaro a los incautos a
los que usurpaba su nido, y lo llamó el Cuco…
Las lámparas colgadas del techo
estaban espaciadas. Eran de forja y cuando el viento soplaba con intensidad se
balanceaban con un vaivén corto y leve y hacía que la luz se moviese por el
suelo en un ir y venir de olas imposibles en un rebalaje inexistente.
A la galería se abrían los
ventanales de los salones de estudios, que también servían de aulas de clase y
donde se realizaban la mayoría de las actividades, la Biblitoteca, o las
dependencia de los Padres Espirituales…
En la parte de afuera, al otro
lado de las columnas, unos jazmineros enormes perfumaban las noches de mayo
cuando bajábamos a la Virgen del Recreo.
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