5 de septiembre. El color del mar de Sanlúcar es
el color de una turquesa desleída que de tanto acariciarla las olas perdió el
verde de los pinos. Es el color de los sueños imposibles y que, cuando nadie lo espera, se
hacen realidad y cristalizan y aparecen y ¡oh! . El color del mar de Sanlúcar
es el color de los besos que no pudieron darse y esperan y esperan el retorno
de aquellos barcos que partieron. Es el color del mar de las despedidas, de las
lágrimas furtivas y luego, en la distancia, cuando el horizonte devora los
barcos ya no se sabe si son pañuelos que dicen adiós o espumas de nácar…
Sanlúcar ve morir al río, el
Guadalquivir, el río Grande que baja entre naranjales y olivos como lo vio
Federico o del que dijo don Antonio que
lo había visto nacer, como un borbollón de agua clara bajo un pino verde y se
preguntaba, si como él, también soñaba con su manantial… Yo, hoy en su orilla,
junto a la arena fina también me lo preguntaba, y esperaba – y espero – la
respuesta.
Sanlúcar tartésico, turdetano y
bético como remanso que recoge y deposita en sus orillas todo lo que trae en sus aguas y lo deja como
un poso de sabiduría de siglos frente al pinar de siempre y las dunas que peina el viento. Marisma y un
poco más lejos campos ondulados, tierras ubérrimas donde unos si fueron ricos
de verdad y, otros, pobres de verdad. Donde la gente cuando no pudo aguantar
más reventó y, bueno, vino lo que tenía que venir.
Sabe de historias de América y
de empresas aún mayores, mucho más mayores, porque si la tierra dicen que es
redonda ¿por qué conformarse con solo una media? Fue la última tierra de la
Península Ibérica que vio aquel portugués iluminado que se llamó Fernando de
Magallanes. No iba solo, iba con un puñado de otros tan locos como él, y de un
vasco que sí volvió y fue quien pudo decir que había sido el primero en
rodearla…
El color del mar de Sanlúcar,
en las noches sin luna donde palpitan las estrellas, se hace oscuro, misterioso
e invita a las sirenas que vienen de la mar océana a que suban por el río y les
cuente a los navegantes de tierra
adentro que sí merece la pena, que siempre merece la pena…
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