La ciudad está entre dos luces. Es un lugar céntrico. Es un
lugar adónde acuden los turistas y luego lo cuentan. Se va la tarde y aún no ha
llegado la noche. En la penumbra el crepúsculo que se ayuda con la luz
artificial…
Dos farolas de luz fría en un testero. En el fondo la luz
dorada, intesa, áurea… Es esa luz que da a la tarde un embrujo especial. El
cielo se ha pintado de acuearela de colores malvas, violetas, anaranjados,
azules. El cielo presenta ese color especial que solo lo coge a ciertas horas
para deleite de quienes quieren pararse ante él.
Hay un hombre en la calle, sentado en un lateral. Es un
hombre con nombres y apellidos. No sabemos ni su nombre ni sus apellidos. No
sabemos nada de él, absolutamente nada. Es un ser anónimo perdido en la gran
ciudad. Está sentado solo por fuera y probablemente, también por dentro. Está
esperando. ¿Qué espera? Está sentado sobre una silla plegable recogida en no se
sabe dónde. Delante tiene un pequeño cajón ¿una maleta vieja, desvencijada,
recogida de algún punto de reciclaje? ¿Fue acaso la última maleta con la que se
echó a andar?...
Vino de alguna parte. Probablemente no tiene dónde ir. Tampoco
puede que tenga mucho interés por ir a algún sitio. Al igual se ha acomodado –
bueno, eso dicen, pero pidiendo en la calle no puede uno acomodarse nunca – y
ya está ahí como si ese fuera el sitio que le ha asignado la vida. Es una
estatua viviente que no sabe dónde pasará la noche, cuando las lechuzas se las
anden por los palomares.
Delante, frente a él, le corta la mirada el muro imponente de
una reliquia arquitectónica. Sin saberlo, este hombre se está topando con la
historia encerrada al otro de los muros gruesos de piedra. ¿Como el alma de
algunos hombres? Es un sitio privilegiado de la ciudad por el que pasa mucha
gente. Ahora, la calle está desierta, hay un vacío de gente. Un grupo al fondo,
lo ignora.
Escribió Juan Ramón “Como los hombres tristes /siendo tantos
/ cada uno solo”. Indudablemente este hombre está triste y está solo….
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