Era un hombre mayor, pero no viejo. Enjuto de
carnes, greñudo y mal afeitado. Casi siempre llevaba manchas. No tenía prisa y
hablaba despacio. Nariz aguileña, ojos grandes, mirada que hablaba sola.
Pedro venía caminando despacio,
apoyándose en un bastón de madera de fresno (que era más ligera que otras
maderas), por el borde de la vía. Cuando aparecía algún tren, se alejaba un
poco de los raíles, se apartaba en el borde, permanecía quieto y lo veía pasar.
Pedro, en verano llegaba casi siempre a media mañana. Se sentaba a la sombra de
la parra y cuando tenía ganas de hablar, contaba cosas. El muchacho preguntón
lo atosigaba sin que se diese cuenta de su indiscreción – porque los muchachos
son así - y sin que Pedro mostrase signos de desagrado. A lo mejor tenía ganas
de contárselo a alguien que él sabía que lo escuchaba.
Le contó un día, que había
nacido en un cortijo entre Pedrera y Sierra de Yeguas, pero su madre ‘sacaba’
en una tienda - ya se sabe arroz,
fideos, algo de ropa (el azúcar era de contrabando…) de Martín de la Jara. El
cortijo era de un marqués, ‘pero el señorito no venía nunca por allí’.
-
O sea Pedro, en medio de la nada…
-
Más o menos.
Su padre, una noche le dijo,
que no había comida para todos. Habría que echar las redes por otro lado. En El
Bosque hizo carbón,picón y cisco… Le dijeron que por tierras de Málaga la cosa
no estaba tan mala y que en los cortijos podría encontrar algo. A él le
gustaban más las bestias que el andarse con las cabras o las ovejas y un día,
se hizo un hatillo y se echó al camino. Encontró trabajo de yegüero…
Cuando la Guardia Civil del
destacamento del Hoyo del Conde llegó
aquella tarde a la era del cortijo de los Lantiscares, dijo, que sí, que él
estaba allí…
(Continúa…)
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