Decía el Maestro Alcántara “que
el almanaque es solo una escalera, / una edición de Dios de cada año”. Febrero
y en Álora, por más señas. Cielo limpio, lejano. Hay un zureo de palomas en el
pozo…
Me siento solo y solo. Pasan ráudos
los coches por la carretera. Van a alguna parte. Dejaron, no sabemos dónde, su
sello y su huella en un sitio perdido, recóndito. ¿Por qué llevan tanta prisa,
si luego cuando lleguen dejarán que corra el tiempo como si no fuera algo que
va con ellos?
Ha pasado un hombre. El hombre
camina solo. Lleva un paso uniforme. Moderadamente despacio. Mueve las manos al
andar. Se toca con un sombrero y mira al frente. No conozco al hombre que va
por el camino. Probablemente sea un esparraguero que sube a la sierra a echar
un vistazo a las esparragueras. El hombre va tarde. Para buscar espárragos hay
que subir más temprano.
Hay un silencio de pájaros. Los
pájaros cantan al amanecer cuando viene el alba o a esas horas que el día toca
a final. Los pájaros, a media mañana, andan en sus cosas. Unos estarán por los
sembrados. Por cierto, las sementeras ya piden agua; otros, en el estiércol de
la huerta en la búsqueda de los bichillos que salen del calor entre un vaho
evanescente.
A primeras horas la niebla se
levantó del cauce del río. Dejó un reguero blanco. Una gasa de tul por las
copas de los árboles de la ribera. La niebla tomó altura de la mano del sol. A
medida que entraba la mañana se disipó y ahora que me he sentado en el brocal
del pozo solo porque ella también se ha ido porque le ha llegado la hora.
El viento del sur ha traído el
tañido de las campanas. Ya no se oyen como antes, las campanas de la iglesia
(tampoco el viejo pescador veía el resplandor de las luces de La Habana) pero
eso no significa que la torre de la iglesia no tenga campanas, ni que La Habana
haya perdido el resplandor de sus luces proyectadas en el azul del océano.
Pienso en lo que dejó dicho el
Maestro: “el almanaque es solo una escalera…” Es la edición que Dios ha
asignado para este año. Febrero y en Álora, por más señas.
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