jueves, 20 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las campanas



                                      


-         “Niño, el segundo”. Era la voz de barítono tirando a bajo de Vicente, el sacristán. Vicente era un hombre mayor, de barriga abultada y paso corto. Caminaba lento y cantaba latines con el cura en los entierros.

Era un hombre bueno. En los ratos que no dedicaba a la iglesia, o sea, casi ninguno, los empleaba en el oficio de la carpintería en los bajos de su casa. Vicente vivía en la primera planta. Arreglaba los altares, colocaba las flores y vigilaba a los monaguillos cuando apagaban las velas para que no se quedase ninguna encendida.

-         “Niño, vísperas”. La gente llana del pueblo sabía que eran las tres de la tarde, minuto arriba o minuto abajo, porque para el caso era casi lo mismo.

-         “Niño, agoni”

-         ¿De hombre o de mujer? Preguntaba, el niño. Agoni era el toque que anunciaba que alguien se había ido. El niño tocaba cinco campanadas si era para una mujer y siete, para un hombre. Las campanadas de agoni eran largas, graves, secas. Tenían un tañido especial. Parecía que llegaban  más lejos.

En los entierros, las campanas doblaban a muerto, un toque triste, muy triste. Era un toque de pena. “Campana de mi lugar / tú me quieres bien de verás / cantaste cuando nací, / llorarás cuando me muera” había dejado dicho Rosalía de Castro.

La llamada a misa tenía tres toques. Se tocaba, también, para el rezo del rosario, para los oficios especiales:  triduos, quinarios, septenarios y novenas. El toque del Angelus era siempre al mediodía, cuando el sol caía a plano y por la sombra que se formaba en el desprendimiento que hay debajo de la cruz del Hacho, la gente del campo sabía que era la hora de las sopas.

En el campanario había tres campanas: la más grave y solemne, otra de toque mediano, y una, que para campanilla le sobraba potencia, y para campana estaba escasa. Era la más aguda de las tres. En los momentos especiales: día del Corpus, la salida del Señor Resucitado… entonces repicaban con una algarabía diferente porque había un motivo de alegría.

Salían en estampida las palomas y los tordos del campanario y revoloteaban en un vuelo alocado y sin sentido porque los tañidos le habían roto la paz de sus horas en las oquedades de la torre.



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