Es como cuando el cenachero
vendía, recién sacado el copo, un cuarto
y mitá de boquerones, pero en calle. Para Pasaje le sobra anchura, para
calle le falta profundidad. Está a la derecha, pasada la Catedral y antes de
llegar a la Aduana.
Su nombre, Afligidos. En ella, al
fondo, tuvo su taller Pedro de Mena. Ahora, en el mismo edificio está el Museo
Félix Revello de Toro. El arte no ha querido – a pesar del tiempo transcurrido
– mudarse de calle.
Pedro de Mena nació en Granada,
en 1628. Hijo de Alonso de Mena, su maestro, con quien trabajó en su taller;
luego, con Alonso Cano cuando regresó a Granada como racionero de la catedral.
Con 19 años se casó con Catalina
de Vitoria y Urquízar, natural de Granada, de 13 años de edad. Del matrimonio
nacieron en Granada, antes de su marcha a Málaga, seis hijos. Solo sobrevivieron
tres. En Málaga nacen otros ocho.
Entraron en religión, José que fue capellán
en la Capilla Real de Granada y Andrea, Claudia Juana, y Teresa que profesaron
en el Císter de Málaga.
Pedro de Mera era un hombre de
profundas creencias religiosas, un hábil negociador de su arte – dejó representante
para la venta de su obra, tras su estancia en Madrid – y muy influenciado por
las creencias de su tiempo. Colocó su taller frente a la Abadía del Císter para
estar cercano a sus hijas y pidió ser
enterrado de tal manera que los feligreses, necesariamente, pisasen sobre su
lápida al entrar al templo.
El obispo Diego Martínez de
Zarzosa lo llamó, cuando contaba treinta años, para que tallase el Coro de la
Catedral de Málaga. Nacía así su obra cumbre, junto al Ecce Homo y la Magdalena
penitente que donó a las monjas del Císter para pagar su sepultura.
El San Francisco de la Catedral
Primada y el de Antequera son obras excepcionales. Utilizó ojos de cristal y
dientes de marfil. El realismo alcanzado, asombroso. Del Cristo de la Buena
Muerte de Santo Domingo, quedan el recuerdo de los desafortunados hechos mayo
de 1931 y la oración del Maestro Alcántara:
“Al Cristo de la Buena Muerte
le he dicho alguna vez, porque lo tengo en mi corazón y en la cabecera de mi
cama, que no quiero pedirle cosas para el trayecto sino para el final”.
Pedro de Mena murió, en Málaga,
con sesenta años, en 1688.
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