viernes, 14 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pedro de Mena




                                                                          




Es como cuando el cenachero vendía, recién sacado el copo,  un cuarto y mitá de boquerones, pero en calle. Para Pasaje le sobra anchura, para calle le falta profundidad. Está a la derecha, pasada la Catedral y antes de llegar a la Aduana.

Su nombre, Afligidos. En ella, al fondo, tuvo su taller Pedro de Mena. Ahora, en el mismo edificio está el Museo Félix Revello de Toro. El arte no ha querido – a pesar del tiempo transcurrido – mudarse de calle.

Pedro de Mena nació en Granada, en 1628. Hijo de Alonso de Mena, su maestro, con quien trabajó en su taller; luego, con Alonso Cano cuando regresó a Granada como racionero de la catedral.

Con 19 años se casó con Catalina de Vitoria y Urquízar, natural de Granada, de 13 años de edad. Del matrimonio nacieron en Granada, antes de su marcha a Málaga, seis hijos. Solo sobrevivieron tres. En Málaga nacen otros ocho. 
Entraron en religión, José que fue capellán en la Capilla Real de Granada y Andrea, Claudia Juana, y Teresa que profesaron en el Císter de Málaga.

Pedro de Mera era un hombre de profundas creencias religiosas, un hábil negociador de su arte – dejó representante para la venta de su obra, tras su estancia en Madrid – y muy influenciado por las creencias de su tiempo. Colocó su taller frente a la Abadía del Císter para estar cercano a sus hijas y  pidió ser enterrado de tal manera que los feligreses, necesariamente, pisasen sobre su lápida al entrar al templo.

El obispo Diego Martínez de Zarzosa lo llamó, cuando contaba treinta años, para que tallase el Coro de la Catedral de Málaga. Nacía así su obra cumbre, junto al Ecce Homo y la Magdalena penitente que donó a las monjas del Císter para pagar su sepultura.

El San Francisco de la Catedral Primada y el de Antequera son obras excepcionales. Utilizó ojos de cristal y dientes de marfil. El realismo alcanzado, asombroso. Del Cristo de la Buena Muerte de Santo Domingo, quedan el recuerdo de los desafortunados hechos mayo de 1931 y la oración del Maestro Alcántara:  Al Cristo de la Buena Muerte le he dicho alguna vez, porque lo tengo en mi corazón y en la cabecera de mi cama, que no quiero pedirle cosas para el trayecto sino para el final”.

Pedro de Mena murió, en Málaga, con sesenta años, en 1688.



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