martes, 4 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El viejo y el mar






“Era un viejo que pescaba solo en un esquife en la corriente del Golfo y llevaba ochenta y cuatro días sin hacer una captura…” Así comienza el relato. El hombre, que nos lo dio a conocer, al leerlo le daba un énfasis especial, distinto, tan diferente que los muchachos que escuchábamos echábamos a volar la imaginación.

El hombre que nos leía era un hombre joven. A nosotros nos parecía más mayor de lo que realmente era. Nos reunía en un salón amplio de techos altos y ventanales grandes. Nos leía, cada jueves, cuando se iban las luces de la tarde pasajes – a veces, eran libros enteros en tardes sucesivas – de obras que tenían un significado para muchas vidas.

“Era – y pronunciaba muy despacio, casi recalcando las palabras – un viejo que pescaba…” y nosotros, de inmediato, veíamos la pequeñez de la barca en medio de la mar movida por las olas, un juguete que azotaba el viento. Desde la altura la miraban las gaviotas y el viejo remaba con parsimonia acompasada y lenta.

El hombre que nos leía estaba en una elevación sobre una tarima; sostenía sus brazos en el filo de la mesa y el libro sobresalía por encima. Los muchachos lo rodeábamos. Algunos apoyábamos los pies en el filo de la tarima. El hombre tenía unas gafas con cristales que le hacían más grandes los ojos, y unas entradas que apuntaban a ir a más…

“Los primeros cuarenta días le había acompañado un muchacho…” Seguía. Nosotros nos veíamos en el bote con el viejo. Sabíamos ya en la comisura de nuestros labios el sabor a salitre y a sal que se acumulaba conforme rolaban los vientos, cuando el sol tomaba otras posturas en el horizonte.

Hemingway que era el autor del libro – El Viejo y el mar -decía que el “pescador era flaco y reseco y tenía la nuca surcada de profundas arrugas” pero para nosotros – para nuestra creación - el pescador era un hombre fornido, con barba de unos meses, de cara redonda y ojos de mirada profunda como era la mirada de don Ernesto. En nuestros oídos resonaba, a modo de melodía de sueños, la voz de Lorenzo que era quien nos introducía en un mundo donde casi éramos protagonistas.


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