viernes, 21 de febrero de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Antonio





­Era febrero, 22 por más señas y hacía frío. De entonces – 1939 – a hoy, ochenta y un años.  Se murió de soledad y tristeza. No era viejo en el cuerpo -64- pero sí por dentro. Palos y más palos. De los que van al alma que son los que más duelen y achancan.
Murió don Antonio Machado casi como había predicho: “Y, cuando llegue el último viaje /  y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Y solo.
Al día siguiente de su entierro, el correo –una carta- le ofrece trabajo en una universidad inglesa; a los tres días, también en Colliure, muere doña Ana Álvarez, su madre. Casi besan las olas del Mediterráneo las tapias del cementerio. Una tierra azotada por la tramontana en la Cataluña francesa…
 Aquí, años después, lo despojan a título póstumo, de su cátedra del Instituto Cervantes de Madrid. (Ayer como hoy, don Antonio, ayer como hoy). Menos mal que hubo quien arregló, muchos años después, el esperpento.
Hace unos días, en Moguer un librero me decía que a Juan Ramón, en su pueblo no se lee. Con usted no hacemos lo mismo. Nos bebemos sus versos, nos vamos tras sus pasos. ¿Sabe? en Soria, en el instituto donde usted enseñaba cuando Leonor llegó a su vida han recreado su aula. Yo me senté en un pupitre, entorné los ojos y pensé en usted.
En Baeza, también han hecho algo parecido. ¡Cuánto le dolió aquel trato por parte de algunos! La condición humana, don Antonio…
Ahora hace un tiempo medio cálido. No es como la tramontana de Colliure de aquella tarde –también de febrero, de hace un montón de años-  en que le dejamos un ramillete de flores de almendro. Las cogimos, adrede en la Junquera. Las dejamos sobre el granito gris  con unas letras en un papel que se llevaría el viento.
He vuelto otras veces. La última hace dos veranos. Esperamos que se marchasen otros que estaban por allí con mucha algarada. Mi mujer buscó un jarrón de los que tienen dispuestos en los cementerios para estos menesteres, lo limpió y le dejamos una ramillete de rosas rojas…
Hoy, ya ve, me aferro a los recuerdos… Gracias, por haber sido usted y… por todos sus versos.





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