Era febrero, 22 por más señas y
hacía frío. De entonces – 1939 – a hoy, ochenta y un años. Se murió de soledad y tristeza. No era viejo
en el cuerpo -64- pero sí por dentro. Palos y más palos. De los que van al alma
que son los que más duelen y achancan.
Murió
don Antonio Machado casi como había predicho: “Y, cuando llegue el último viaje
/ y esté al partir la nave que nunca ha
de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los
hijos de la mar”. Y solo.
Al
día siguiente de su entierro, el correo –una carta- le ofrece trabajo en una
universidad inglesa; a los tres días, también en Colliure, muere doña Ana
Álvarez, su madre. Casi besan las olas del Mediterráneo las tapias del
cementerio. Una tierra azotada por la tramontana en la Cataluña francesa…
Aquí, años después, lo despojan a título
póstumo, de su cátedra del Instituto Cervantes de Madrid. (Ayer como hoy, don
Antonio, ayer como hoy). Menos mal que hubo quien arregló, muchos años después,
el esperpento.
Hace
unos días, en Moguer un librero me decía que a Juan Ramón, en su pueblo no se
lee. Con usted no hacemos lo mismo. Nos bebemos sus versos, nos vamos tras sus
pasos. ¿Sabe? en Soria, en el instituto donde usted enseñaba cuando Leonor llegó
a su vida han recreado su aula. Yo me senté en un pupitre, entorné los ojos y
pensé en usted.
En
Baeza, también han hecho algo parecido. ¡Cuánto le dolió aquel trato por parte
de algunos! La condición humana, don Antonio…
Ahora
hace un tiempo medio cálido. No es como la tramontana de Colliure de aquella
tarde –también de febrero, de hace un montón de años- en que le dejamos un ramillete de flores de
almendro. Las cogimos, adrede en la Junquera. Las dejamos sobre el granito gris
con unas letras en un papel que se llevaría
el viento.
He
vuelto otras veces. La última hace dos veranos. Esperamos que se marchasen
otros que estaban por allí con mucha algarada. Mi mujer buscó un jarrón de los
que tienen dispuestos en los cementerios para estos menesteres, lo limpió y le
dejamos una ramillete de rosas rojas…
Hoy,
ya ve, me aferro a los recuerdos… Gracias, por haber sido usted y… por todos
sus versos.
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