En Cataluña viven días de zozobra;
en Barcelona, más. Mejor, en algunas zonas de Barcelona. Las imágenes, impactantes.
Un número grande de personas no quieren seguir unidos a este País que se llama
España. Hay otro número que ‘sí’. Suenan más los que ‘no’.
Sobra violencia; dan pánico las
barricadas y todo eso que nos traen las imágenes de televisión. Un amigo, viajero
impenitente, me decía que la ciudad – una de las ciudades, claro – más bonitas
que había visto en Yugoslavia era Sarajevo. La barbarie la convirtió en escombros…
¿Vamos por el mismo camino?
Las palomas tienen mala literatura.
Las llaman ‘ratas voladoras’. Dicen que transmiten enfermedades y que destrozan
con los excrementos, palomina, los monumentos urbanos (el mobiliario lo
destruyen otros; no son, precisamente, palomas) que sufren deterioros
irreparables.
En la historia la paloma
aparece de diferentes maneras. Noé (de quien dijo el Maestro Alcántara que la
tarde antes del diluvio se asomó a la ventana y comentó aquello de ‘parece que el
tiempo está de agua’), la soltó después del desastre, y vino con un ramo de
olivo en el pico…
Rafael Alberti habló de una
paloma que se equivocaba con demasiada frecuencia – yo conozco, también, a otra que se equivoca demasiado – y según el
poeta, además, era muy crédula. Pensaba que el mar era el trigo, que el calor la
nevada, que tu corazón su casa. ¡Qué cosas tenía la paloma…!
La Universidad de Málaga la
muestra en su escudo. Una que pintó Picasso. La llaman la ‘paloma de Picasso’,
como si en el parque y en los alféizares de catedral, y en las explanadas del
puerto no hubiese palomas…
Esta mañana, en la estación de
Sants, en Barcelona, en una entrevista a un representante sindical de la
Policía - ¿Qué sería de nosotros sin
ellos? – mientras el hombre contaba las verdades del barquero, unas palomas,
indiferentes a todo picoteaban a su alrededor.
Las palomas viven otra vida.
Esas palomas de Sants están
acostumbras a ver partir los trenes. Son hijas de otras que vieron llegar a los padres y abuelos de
los que hoy no nos quieren. Venían huyendo del hambre de Andalucía, de
Extremadura… Poco equipaje: una maleta de cartón amarrada con cuerdas.
Engrandecerían la tierra que los acogía. En su corazón la ilusión de quien
emprendía una nueva vida… ¿Atrás? ¡Dios, cuánto se quedaba atrás!
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