viernes, 18 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Palomas en la estación de Sants




En Cataluña viven días de zozobra; en Barcelona, más. Mejor, en algunas zonas de Barcelona. Las imágenes, impactantes. Un número grande de personas no quieren seguir unidos a este País que se llama España. Hay otro número que ‘sí’. Suenan más los que ‘no’.

Sobra violencia; dan pánico las barricadas y todo eso que nos traen las imágenes de televisión. Un amigo, viajero impenitente, me decía que la ciudad – una de las ciudades, claro – más bonitas que había visto en Yugoslavia era Sarajevo. La barbarie la convirtió en escombros… ¿Vamos por el mismo camino?

Las palomas tienen mala literatura. Las llaman ‘ratas voladoras’. Dicen que transmiten enfermedades y que destrozan con los excrementos, palomina, los monumentos urbanos (el mobiliario lo destruyen otros; no son, precisamente, palomas) que sufren deterioros irreparables.

En la historia la paloma aparece de diferentes maneras. Noé (de quien dijo el Maestro Alcántara que la tarde antes del diluvio se asomó a la ventana y comentó aquello de ‘parece que el tiempo está de agua’), la soltó después del desastre, y vino con un ramo de olivo en el pico…

Rafael Alberti habló de una paloma que se equivocaba con demasiada frecuencia – yo conozco, también,  a otra que se equivoca demasiado – y según el poeta, además, era muy crédula. Pensaba que el mar era el trigo, que el calor la nevada, que tu corazón su casa. ¡Qué cosas tenía la paloma…!

La Universidad de Málaga la muestra en su escudo. Una que pintó Picasso. La llaman la ‘paloma de Picasso’, como si en el parque y en los alféizares de catedral, y en las explanadas del puerto no hubiese palomas…

Esta mañana, en la estación de Sants, en Barcelona, en una entrevista a un representante sindical de la Policía  - ¿Qué sería de nosotros sin ellos? – mientras el hombre contaba las verdades del barquero, unas palomas, indiferentes a todo picoteaban a su alrededor.  Las palomas viven otra vida.

Esas palomas de Sants están acostumbras a ver partir los trenes. Son hijas de otras  que vieron llegar a los padres y abuelos de los que hoy no nos quieren. Venían huyendo del hambre de Andalucía, de Extremadura… Poco equipaje: una maleta de cartón amarrada con cuerdas. Engrandecerían la tierra que los acogía. En su corazón la ilusión de quien emprendía una nueva vida… ¿Atrás? ¡Dios, cuánto se quedaba atrás!



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