Frasquito había traspasado el
umbral de hombre adulto a hombre mayor. Bajo de estatura, cara redonda y manos endurecidas. Había cavado muchos pies de olivo, majado esparto en
los días de lluvia, y había empuñado
muchas veces la mancera del arado.
Frasquito tenía una yunta de
vacas. Hortelana era el nombre de la
vaca más vieja; Primorosa, el de una
novilla, recién domada, nerviosa y con tanto brío que con solo sentir a punta
de la aguijada sobre la tapilla daba un respingo repentino.
Hortelana
era
de pelo colorado suave, bragada y con un lucero sobre la frente; Primorosa, berrenda en castaña, careta y
calcetera. Frasquito cuidaba la yunta con todo su primor. En la pesebrera la
vaca más vieja ocupaba el lugar de adentro; la otra, el más cercano a puerta
del tinado que casi siempre tenía la puerta abierta y un enjambre de moscas
volando.
Cuando llegaba la menguante de
otoño, Frasquito, sembraba las habas. Decía que era la mejor manera para que
echasen las flores a finales de febrero – el tiempo de los ataques de locura - y
las vainas tuviesen las pipas cuajadas antes de las temperaturas cálidas de los
primeros días de la primavera.
Cada mañana uncía la yunta al
yugo. En mi pueblo, también se le llamaba ubio como si fuese para una collera
de mulos. Ponía el frontil sobre la testuz de las vacas y con una coyunda de
esparto lo amarraba, fuertemente, a los cuernos. Los frontiles tenían unas borlas de color rojo, anudadas. Se bamboleaban
al compás del arado.
Frasquito llevaba siempre la
yunta uncía hasta la besana. Él, delante, con la aguijada sobre el hombro. De
vez en cuando la dejaba caer punteando sobre el lomo de los animales. En la
besana ajustaba el barzón del arado con la clavija al yugo.
Las vacas avanzaban con
lentitud. Empuñaba la mancera y hundía la garganta en la tierra… Frasquito
llamaba a las vacas por su nombre; les hablaba. La reja entraba, abría la tierra.
Se esparcía, ambos lados del surco; las orejeras la volteaban. Salía un vaho caliente y neblinoso con las primeras horas
de sol. Un muchacho, caminaba detrás de la yunta. De una talega de lona colgada
en bandolera, sacaba las pipas y las dejaba caer, pintando la sembradura. Una
banda de pipitas picoteaban los bichillos en el surco recién abierto y caliente…
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