miércoles, 9 de octubre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Yunta






Frasquito había traspasado el umbral de hombre adulto a hombre mayor. Bajo de estatura, cara redonda y  manos endurecidas. Había  cavado muchos pies de olivo, majado esparto en los días de lluvia,  y había empuñado muchas veces la mancera del arado.

Frasquito tenía una yunta de vacas. Hortelana era el nombre de la vaca más vieja; Primorosa, el de una novilla, recién domada, nerviosa y con tanto brío que con solo sentir a punta de la aguijada sobre la tapilla daba un respingo repentino.

Hortelana era de pelo colorado suave, bragada y con un lucero sobre la frente; Primorosa, berrenda en castaña, careta y calcetera. Frasquito cuidaba la yunta con todo su primor. En la pesebrera la vaca más vieja ocupaba el lugar de adentro; la otra, el más cercano a puerta del tinado que casi siempre tenía la puerta abierta y un enjambre de moscas volando.

Cuando llegaba la menguante de otoño, Frasquito, sembraba las habas. Decía que era la mejor manera para que echasen las flores a finales de febrero – el tiempo de los ataques de locura - y las vainas tuviesen las pipas cuajadas antes de las temperaturas cálidas de los primeros días de la primavera.

Cada mañana uncía la yunta al yugo. En mi pueblo, también se le llamaba ubio como si fuese para una collera de mulos. Ponía el frontil sobre la testuz de las vacas y con una coyunda de esparto lo amarraba, fuertemente, a los cuernos. Los frontiles tenían unas  borlas de color rojo, anudadas. Se bamboleaban al compás del arado.

Frasquito llevaba siempre la yunta uncía hasta la besana. Él, delante, con la aguijada sobre el hombro. De vez en cuando la dejaba caer punteando sobre el lomo de los animales. En la besana ajustaba el barzón del arado con la clavija al yugo.

Las vacas avanzaban con lentitud. Empuñaba la mancera y hundía la garganta en la tierra… Frasquito llamaba a las vacas por su nombre; les hablaba. La reja entraba, abría la tierra. Se  esparcía, ambos lados del surco;  las orejeras la volteaban. Salía un vaho  caliente y neblinoso con las primeras horas de sol. Un muchacho, caminaba detrás de la yunta. De una talega de lona colgada en bandolera, sacaba las pipas y las dejaba caer, pintando la sembradura. Una banda de pipitas picoteaban los bichillos en el surco recién abierto y caliente…




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