Hago mía la canción de Romero Sanjuan. Tomo su consejo.
“Amantes que vais a Granada…” Id al
lugar adonde van los que aman, id a buscar la rosa perdida en la Alhambra,
aquella a la que cantaba Miguel de Molina, la que hacía gemir de amor el viento
en los miradores; id, id, al Generalife,
a donde el ciprés del patio de la Sultana, el ciprés más viejo de Granada…
Ya no está allí. Solo un tronco seco. ¿Lo mató un rayo? Se
murió porque lo mató el tiempo, pero id, id, y sabed que cuenta la leyenda del
amor entregado por Morayma esposa de Boabdil, a un abencerraje enamorado. Enterado el Rey, y al no poder saber de quién
se trataba, mandó degollarlos a todos, y la sangre salpicada manchó las yeserías,
azulejos y mocábares del techo, y sembró
terror y miedo y… todo es leyenda, pero el amor tiene cosas así.
Amantes que vais a Granada, subid junto al Darro por el
Paseo de los Tristes – evocación de nostalgia – y caminad junto al río,
despacio, sin prisa, como quien mece el tiempo, y ved cómo se asoman a las
ventanas, entre celosías en el adobe,
historia y ensueño y princesas
encantadas, y ese rumor que salta, de piedra en piedra, en el murmullo que
lleva el agua…
Amantes que vais a Granada id de la mano por su orilla, y
pasada la Casa de la Chirimías, a la izquierda, subid por la Calle del Candil, y luego, a la
derecha, por la de San Juan de los Reyes y, antes del final, en la Cuesta del
Chapiz, bajad, otra vez, al encuentro del río y del agua…
Amantes que vais a Granada mirad la nieve, siempre la nieve
eterna de la Sierra con estrellas frías, canciones encantadas en un cielo de
embrujo, envidia del Albaicín, un
bordado de encaje que tapa la jarra de agua bebía Federico. Sorbos de compás y
cantos, poesía hecha encaje…
Id a mirar los espejos del agua, agua de aurora, agua de
nieve derretida, ‘agua oculta que llora’ que recorre galerías de anhelo, de sueños, de amores imposibles… Amantes que vais a Granada.
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