jueves, 23 de mayo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Huéspedes





Llego a media mañana. Granada, en primavera, - bueno, en todas las épocas del año -, preciosa. Aparco donde siempre, en Sócrates, después de cruzar Trajano. Me echo a la calle, por la Plaza de Gracia, a Martínez Campos, dejo a la izquierda, Narváez, sí el ‘espadón de Loja’ al que preguntaron en el lecho de muerte si perdonaba a los enemigos y dijo que no, que no tenía enemigos porque los  había mandado fusilar a todos…

Salgo a Recogidas. Hago unas gestiones. Después, hay que esperar que pase el tiempo. Todo no es ‘del momento’ y ‘del ahora’. Aunque diga el tópico que todo es posible en Granada, en este caso, no; el volver luego, imperativo. Subo. En la esquina de San Antón, en la calle a la que da nombre, siguen los pedigüeños de siempre. Me lo he dicho muchas veces, una iglesia sin pedigüeños en la puerta es una iglesia cualquiera.

Me voy por Zacatín, dejo a un lado la Alcaicería. Granada está llena de gente. Los llaman turistas. Quizá esa gente, toda esa gente sean, como yo, huéspedes de un rato o de un día o de quizá algo más. Me vienen a la memoria deseos de compartir esa hospedad durante varios días. Por ahora no es posible. Todo queda en deseo contenido e íntimo.

Me siento en la Bib-Rambla. Las sombras, en estas horas de la primavera tardía le dan, aún si cabe,  más encanto. Unos niños juegan con un balón. ¿Por qué  estos niños y a esta hora no están en clase? Me viene el balón. Se para contra la bolsa que llevo en la mano. Me acuerdo de la canción de Serrat: “niño deja de joder con la pelota”…

Por encima de los árboles asoman los pináculos de la Catedral, de los edificios de la Curia y del Sagrario. Me levanto. Me echan los dichosos huéspedes de la plaza que emulan glorias de ídolos efímeros. Me voy por  Pescaería. Giro a la izquierda y por Marqués de Gerona – que era Álvarez de Castro - , aunque no lo diga el rótulo, a Mesones y de allí a la Plaza de la Trinidad…

La plaza tiene como huésped la luz, y multitud de pajarillos en sus ramas - ¿aprendió de ellos Albéniz  para componer ‘Granada’? -, y el anhelo, en sueños, de compartir tanta belleza….




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