Dulce como la miel es un dicho
de aceptación común. “Tan goloso como un oso”, le viene a pelo. Miel y osos
hacen pareja de buena yunta. A los plantígrados, o sea, a los osos les encanta
la miel y la buscan con verdadero ahínco en los troncos de los árboles y en los
colmenares. A ellos no les molestan las picaduras de las abejas.
Todo ha empezado por una nota
aparecida en un periódico de esa España profunda a la que todo el mundo admira
pero a donde nadie quiere ir a vivir. Mejor, en cuanto puede, huye y cambia el
silencio y la soledad por el bullicio y el ruido urbano.
En la Cordillera Cantábrica
parece que hay un censo cercano a los trescientos osos. Uno de ellos se ha
descolgado por la zona de la Alta Sanabria y se ha pasado a las comarcas de
Braganza en Portugal. Lo han detectado por los destrozos hechos en los
colmenares. Se prueban dos cosas: a los osos sean de donde sean les gusta la
miel y que las fronteras las ponemos estúpidamente los hombres.
Hay alambradas y espinos para que otros semejantes
nuestros no puedan abandonar su miseria y vengan atraídos por la miel – en
muchos casos, falsa y amarga miel – del primer mundo. Lo que realmente
pregonamos es lo injusto que somos los países ricos con los pobres. No se
buscan soluciones. Se les ponen trabas y barreras. Es más barato pero no acallan
las conciencias.
Queda patente otra cosa
palmaria. No se le pueden poner ni barreras ni alambradas al campo. Los osos,
-como este viajero que se salta las fronteras – los pájaros, los ríos , el sol
o el viento… no conocen de alambres de espinos, o a lo peor sí, y a veces
quedan atrapados, cuando no les causa la muerte en ellas. ¡Una pena!
Ahora, casi seguramente, algún
alcalde en su afán de ‘vender’ lo específico y único de su pueblo puede que nos
venda, un botecito de cristal con miel dentro y una pegatina de un oso como
envoltorio que se come la miel de los colmenares de su pueblo. ¡Al tiempo!
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