La noticia saltó como un rayo.
El temor de lo que se ha confirmado después, también. La esperanza en el desenlace
de final feliz se desvanecía poco a poco. No se preveía que fuese bueno. Se albergaba
pero se temía lo peor y como en todas las cosas malas y no deseadas, se
confirmó.
La gente había batido la zona.
La gente y el dispositivo había peinado pozos, cañadas, barrancos, lugares
solitarios, quebradas. En la fantasía – no se sabe muy bien porqué – se busca
en los lugares más insospechados. Luego, la evidencia aparece, entre unos
matojos en un camino, al borde de la carretera.
¿Qué está pasando? Esta
sociedad ha perdido totalmente el norte. Lo sé, lo sé. El asesino va a existir
siempre. Lo hizo antaño, lo hace ahora y lo va a hacer, mañana, otra vez. Quizá
esté más cerca de lo pensado y habrá que
esperar solo a que pase el tiempo del aparente olvido.
Algo hemos – y cuando hablo, lo
hago en la primera persona del plural – hecho mal. Por comisión, por omisión,
por pasotismo… Esta sociedad nuestra
está enferma. Está inmersa en una espiral de violencia desorbitada. En la
palabra, en el comportamiento, en el pensamiento… Se abre cualquier medio de información y rechina por casi todo.
Ahora es otra mujer; ayer, fue
otra mujer; hace unos días, otra mujer; hace un año, otra mujer y cambian los
vocablos, los lugares, los tiempos, los modos pero siembre permanecen dos palabras:
“otra” y “mujer”. Siempre les toca a
ellas. Da igual el móvil. Da igual que sea en el interior de un hogar, en la
calle, en una ciudad grande o en un pueblo pequeño perdido donde Cristo dio las
tres voces. No hay que darle más vueltas. Siempre le toca a una mujer…
Ahora vendrán todas las
conjeturas. Cantidad de razonamientos. La fantasía dice que en muchas casas
hemos acondicionado rincones con montañas simuladas, árboles con luces
intermitentes en sus ramas, ríos de papel
de plata… La realidad dice que unas familias tienen amontonado el desgarro del
dolor y la impotencia. La muerte ha venido de la mano asesina a sembrarles el
dolor…
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