Vienen como cada año. Días
antes, días después. Cumplen con sus fechas asignadas, y ellos, los ‘vareaores’
de San Andrés, porque el santo Apóstol -parece que tiene algo que ver en el asunto – les da mando en
plaza. Traen marcado su camino, esos
caminos que son propios de la naturaleza. Han cabalgado por rutas celestes por las que no anda nadie y que nadie conoce como solo las conocen
ellos.
La gente del campo en otro tiempo, por estas
fechas, andaba recogiendo aceitunas en los olivares tempranos. Ya está la
aceituna madura, rendida. Los molinos con sus moliendas y capachos empapados
olían a aceite nuevo. Había un trasiego en las sementeras. El refrán lo dejaba
marcado: “Por San Andrés…” Pues eso. Al caer la tarde volvían las cabras al
corral con las ubres llenas.
Dentro de unos días vendrán, después del Niño-Dios, los fríos de enero. Antes,
un poco antes, los ‘vareaores’ de San Andrés, a manera de viento fuerte y bravucón se ha presentado.
Cumple su calendario. Ha despojado las acacias
de hojas y las parras de pámpanos. Los ha esparcido por el rancho y por todo el
camino… El suelto está alfombrado de hojas secas.
El hombre del tiempo, en el telediario,
anuncia que, por esta vez, su estancia va a ser muy efímera. Otras veces les da
más prolongación pero en ésta, no. Solo lo necesario para que sepamos que todo
se cumple. Vamos que le da un día de
andarse por estos lares y dice que, en
otros, sobre todo en las costas, se ha enseñoreado con olas agigantadas. Como
son ellos los que mandan han dejado a las embarcaciones amarradas en los
puertos y…
Ulula en los humeros y hay un
acurruco de palomas en los palomares. Están a resguardo los gatos. Han dejado
solitarios los tejados y en las lumbres
de las chimeneas se agigantan las sombras. Forman figuras caprichosas.
Esta noche el autillo que se
posa en las casuarinas que orillan la vía del tren echará una mirada fija a la
luna creciente, la última luna creciente de otoño…
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