Nunca tuvo la mar chica de
Santa Pola una mar tan grande. Ni cuando don Santiago Bernabeu se dejaba a don
Antonio Calderón en Madrid al frente del
‘Real de Madrid’ y se iba con su caña y
su barca a pescar en la mar azul.
La mar de Santa Pola está allí
desde siempre; la otra, esa en la que buscan sustento algunos hombres, también.
Las circunstancias, no. Han venido por mor de muchas cosas.
Temporales. Aires que arrecian
de manera diferente en alta mar a como soplan en tierra. Lluvia soltada de la
mano y convertida en aguaceros.
Olas encrespadas. Zarandeo del
barquito - no lo he dicho antes – ‘Nuestra madre Loreto’.
Un puñado de pescadores, mar
adentro. Buscan la pesca de cada noche. En sus redes cae la tragedia humana.
Huida desesperada de la miseria. Sueñan
una vida nueva. Está muy lejos, tan lejos que ellos lo dejaron todo y…
Los pescadores rescatan unos
náufragos. Dicen que doce. Entre ellos dos menores. El temporal los atrapa. No
pueden moverse. Piden ayuda. Se les cierran todos los puertos. ¿Solución? Volver
al infierno de Libia.
Hay otro temporal. Está suelto
en las mentes de los hombres. Los países del entorno le niegan auxilio. No los
quieren. Parias de la mar a su suerte. España, tampoco.
La mar chica de Santa Pola se
hace más grande en la plaza del pueblo. Una concentración de vecinos piden
respuesta. El patrón manda recado desde el pesquero. Ni víveres ni
combustibles. Alguien mira hacia otro lado.
Rechinan en los oídos un montón de preguntas, de porqués, de silencios…
Han sido días de informaciones
llenas de desesperanza, de egoísmos incomprensibles, de actitudes que chocan
con eso que se entiende con ayuda humanitaria entre seres perdidos en aguas
llenas de tiburones de los que viven en la mar y en tierra.
Ahora, dice la radio que una patrullera de la Guardia de Costas de
Malta los ha llevado a la isla. Negociaciones políticas –algo que se debió
hacerse antes, mucho antes – han
encontrado solución. Bien está lo que parece que bien acaba o lo parece.
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