Juan tiene los años suficientes
para ser mayor pero todavía no ha llegado a viejo. Juan fue camionero cuando
era joven y acarreaba frutos a los almacenes. Las huertas, llegado el verdeo,
eran un chorreo de trabajo y Juan daba cuantos viajes le permitían las horas
del día.
Juan está cada mañana en la
barra del bar. Se toma un par de ‘lisos’. Sin tapa. A ‘jierro’. Le da un par de
tientos callados. Como hacía el Lazarillo con el jarro del ciego aunque Juan
nunca sabrá que existió un lazarillo a quien le gustaba el vino tanto como a él
y un ciego al que le robaba el vino con mil y una artimañas.
Es un hombre solitario. Siempre está sin
compañía y ocupa el mismo sitio. Es un hombre de costumbre fija. Lo hace todo a
la hora medida y justa porque a cada hora del día algunos hombres le tienen su
destino buscado.
Juan me habla de usted y de
don. Yo siempre le digo, que me apee del tratamiento pero no me hace caso. En
realidad soy quien quién debería hacerle caso a él y escucharlo. Junto a los
hombres como Juan siempre se aprende y siempre tienen mucho que aportar.
-
“Llénale a don José”.
Y Lina, que es muy diligente,
viene con otra cerveza en la mano, y aunque yo ya lo he escuchado…
-
De Juan…
Y, entonces yo le digo que le llene a él, y me
dice que no, que ya tiene el cupo hecho y que se va en busca de las ‘aplastá’…
Y yo le insisto que sí y Lina, le llena…
-
¿Ha visto usted, me dice, la pelúa que ha caído
esta noche?
-
Estaba todo chorreando, le contesto.
-
Como que llega el mediodía y todavía no se ha
quitado. Y es que los días son tan cortos…
Juan me cuenta que están
pagando las naranjas new hall a 17 céntimos de euro, pero tiene uno que cogerlas;
los finos no los quieren ni ‘daos’ y las clementinas ya se están poniendo bofas
porque en llegando la Pascua le ha pasado su tiempo.
Juan es un hombre delgado, y de
pocas palabras. Mi amigo Fernando Espíldora – “compañero, del alma, compañero”-
decía que nadie a quien le guste el vino es mala persona. A Juan le gusta el
vino…
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