Suena el teléfono tempranero.
Confirma lo temido. Hay veces que el teléfono suena de otra manera y entonces
la voz del otro lado dice lo que no se quiere escuchar .Uno se encoge de
hombros; acepta lo que ha venido. No hay más remedio.
Paco me dice que Miguel –
Miguel Ruiz Pérez – se nos ha ido cuando la luz del alba llamaba a la puerta
del día. No ha visto el sol de hoy porque tenía su fecha marcada después de
unos años de dolor - ¡qué largo es el sufrimiento, para algunas personas!-
después de una operación fallida…
A Miguel lo conocí cuando yo recién llegaba a
mi destino profesional. Siempre tuve en él la mano amiga, la experiencia que te
abría camino, la palabra certera en los momentos de duda y zozobra, el amigo de
hombro firme en el que te podías apoyar porque era todo generosidad, entrega,
servicio.
Entre los compañeros sabíamos
que era el mejor profesor de Matemáticas que ha pasado por la docencia de
Álora. A sus enormes conocimientos unía una capacidad didáctica excepcional.
Sabía Matemáticas y, además, sabía enseñarlas. Esas cosas no siempre van de la
mano. Un antiguo alumno me dijo, - estudió Exactas – que en tercero de Facultad
“aún vivía de las rentas de don Miguel”.
Miguel era, además, todo
entrega. Enseñaba con esa capacidad que da un alma grande. Era el docente que
sus dedos estaban manchados de tiza y su pizarra completamente llena de
fórmulas y ejercicios. Nunca lo vi sentado en el sillón. Siempre entre la
pizarra y el alumno. Creaba eso que algunos llaman ‘empatía’ y que pienso que
es una corriente de afecto que existe entre el profesor al alumno. No se
interrumpe y fluye y va y viene.
Se nos ha ido una persona muy
grande. A veces las estaturas de las personas se proyectan como las sombras.
Son mucho, mucho más alargadas que su propia talla física. Es el caso de este
hombre. La vida no le regaló nada. Le
dio muchos, demasiados palos. Descansa en Paz, entrañable amigo.
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