El horno estaba dentro de la
casa. Tenía una portezuela pequeña como
todos los hornos y una bóveda de ladrillos que cuando se caldeaba se ponían de
color encarnado como el amor.
Cuando llegaba este tiempo se
hacía un caldeo especial. Era el caldeo para los dulces de la Pascua. Roscos de
vino y aguardiente, mantecados y polvorones
y, sobre todo, los roscos que en
casa de mi abuela se llamaban “roscos de puerta-horno” (Ya se sabe que en Andalucía
tierra que da un premio Nobel de vez en cuando, somos especialistas en recortar
el lenguaje).
Mi tía María era una mujer excepcional.
Tenía apuntada la receta en unos papeles de color sepia amarillento. No la
necesitaba pero echaba manos a la chuletilla y sabía la cantidad de manteca, de
azúcar, de harina (¿la ‘carmita’?), que había que poner en el revoltón del
lebrillo de barro cocido. Luego, el toque de canela, y con una pluma de gallina
mi abuela echaba una firma a modo de garabato sobre el rosco que era algo así
como la firma de autor con yema de huevo.
El horno se caldeaba con leña
ligera de retama, aulagas y arbolinas. La casa olía a campo y a dulces
calientes. El horno alcanzaba su punto y, entonces, en unas planchas de latón
se introducían las glorias benditas con regocijo de los niños que en cuanto
salía la primera hornada nos quemábamos porque la impaciencia no tenía espera.
Era la Navidad. Fuera, de
noche, hacía frío. Un candelorio calentaba la casa. Los niños abríamos los oídos a los cuentos de
los mayores. Cada vez que labraban los perros sentíamos que le hacían frente a los tíos mantequeros que iban por los caminos.
Temíamos, también, que a los niños desobedientes, o sea nosotros, que se
asomaban solos al pozo el diablo podía venir por la noche, cuando la casa
estuviese a oscuras, y llevárselos arrastrados por los pies.
Con las luces del candil – en
casa de mi abuela, en el campo, cuando yo era niño, no había luz eléctrica –
las sombras se alargaban. Soniquetes de cencerras de cabras en el corral,
piafar de las bestias… El sueño de la
noche olía a dulces caseros y a cariño.
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