jueves, 26 de julio de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cal



El chiste hablaba de letrero enigmático aparecido en un derribo a las afueras del pueblo. Era una casa vieja. El ‘progreso’ pedía que aquello había que quitarlo de en medio. De pronto, en una esquina, sale a relucir una inscripción: cá pan calá… Estaba envuelto en el hálito de la antigüedad.

Comienzan las pesquisas. Alcalde que ve autobuses de turistas, móvil en mano, sacando fotos del descubrimiento arqueológico de primer impacto con noticias en los telediarios y él abriendo páginas con la camisa nueva sin las arrugadas planchadas y una corbata de seda porque la imagen, pues eso, ya se sabe.

El cura tienen que desempolvar papeles viejos para hurgar en que por allí hubiese algún reducto de devoción sagrada a alguna virgen local, santo perdido del santoral, o vaya usted a saber qué mensaje de otros cielos había aparecido en el pueblo donde, por cierto, el  obispo que seguía sin oler a ovejas lo había mandado y se había olvidado de él.

De los maestros, el progre,  que lo sabía todo se desentendió del asunto. El mayor, el que había estado toda su vida buscando y rebuscando cualquier cosilla que engrandeciese a su pueblo sintió una alegría interior enorme. Podría haber bajado Dios con el pequeño milagro. El farmacéutico pasó del tema.  Él andaba con sus pedidos de fármacos y sus quejas contra la administración que se retrasaba en los pagos.

Un viejo, vino a decir que no era una inscripción griega  - ‘pan’, que significa todo; ‘calá’, belleza… ni ‘ca’ que podría ser apócope de la conjunción copulativa ‘cai’ ( ‘y’) pero que allí no tenía sitio – sino que aquello debía ser el letrero que anunciaba la venta de “cal para encalar” y que el de turno escribió sencillamente como él hablaba.

Hay otra cal. No es de chiste. Está escrita con el lenguaje de la gente que huye de la miseria, el hambre y la injusticia. Fue en Ceuta. Un grupo de personas pretendían entrar por la fuerza. Arrojaron cal viva contra la Guardia Civil…
Un horror.  A esa gente no se les para con alambradas ni concertinas ni palabrerío hueco. Piden Justicia de la que tiene los ojos vendados para salvarguardar la ecuanimidad – si no, no es justicia, es parte – en la solución de sus problemas.

Justicia piden también los Guardias Civiles agredidos de manera salvaje. Hace falta luz, mucha luz. Luz que ilumine decisiones.




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