Lo cuenta Cervantes en el
capítulo IV de la primera parte del Quijote. Ese libro que muchos españoles
tenían en el mueble del salón de su casa pero que casi ninguno había leído que:
“La del alba sería cuando Don
Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse
ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo…”
No
era esta mañana exactamente así pero la Gracia de Dios se había echado a la
calle. Madrugó. Amaneció pasada las 6 y
media, quizá un poco más, pero no mucho. El sol apuntó por el filo del Cerro de
la Farola. El cielo antes oscuro se tornó de un celeste claro.
Antes
se había ocultado el lucero del alba. Los que saben de astronomía dicen que es
el planeta Venus. Ilumina el amanecer. Antes, cuando Venus estaba en lo alto del
cielo los gañanes se levantaban y echaban la primera pastura a las yuntas para
salir a la besana. Era, la hora, también, en que los cabreros comenzaban el
ordeño…
Entre
todo ese acontecer han madrugado los
mirlos. Son pájaros tempraneros. Como ya no hay brevas y los higos están a
medio camino de madurar se las andan en las uvas de la parra. Están pintonas.
Están propias para proclamar que casi ya han cogido el grado de azúcar óptimo.
Están de camino entre el sarmiento y el planto con el permiso, naturalmente, de
los pajarillos negros, escandalosos y madrugadores.
Los
ruiseñores no duermen cantan durante
toda la noche. Están cerca del nido. Su canto, armonioso, bellísimo. Las alondras esperan el día en los
rastrojos y dejan que el viento se lleve sus trinos. Ninguno de los dos atacan a
las uvas de la parra. Parece que los mirlos son los que tienen patentes de
corso. Yo madrugo, pero ellos madrugan más, y las seleccionan por su grado de
madurez. Se ve que su formación profesional está incluida a en sus genes.
Cuando
Don Quijote salió de la venta era temprano. En las viñas de su tierra, llana y
extensa como un mar seco para que se pierda la vista aún no estaban maduras las
uvas. Si lo hubiesen estado don Miguel lo habría reflejado en ese bellísimo
texto de contento y alborozo “que de puro gozo le reventaban la cinchas del
caballo”.
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