El barrio del Barranco es uno
de los barrios emblemáticos de Álora. A un grupo de amigos, Marilina, Felipe
Aranda, Ignacio Márquez…, nos ha dado por llamarle el ‘Albacín nuestro’. Es una
manera más de expresar cariño por algo muy especial y, además, muy de nosotros.
Tiene Álora otros barrios con
personalidad. Los barrios como las personas tienen sello propio. Se diferencian
de todo lo que lo rodea. El Bajondillo, Las Chozuelas, El Cerrillo – el de
‘poco pan’, que dio nombre porque sus eras tenían la dimensión apropiada para
el cereal que se trillaba y, entonces, apareció la calle ‘Erillas’- , el otro,
El Palomar…
El Barranco, o sea, el Albaicin
nuestro, fue el asentamiento primero de la población. Se salía del primer cinturón
de defensa del castillo. Por en medio de sus casas aparecen todavía trozos de
lienzos de muralla. Reflejan un pasado que fue y ya no es.
En los papeles viejos aparece
como “Villavieja”. Pedro Acedo, el Viejo
“dexó una casa en la Villavieja para que con los alquileres se dixesen misas”…
En su suelo, sobre una pequeña mezquita, que no era la principal, la de arriba, la que estaba en el Cerro de las
Torres, se construyó una ermita dedicada a Santa Catalina.
El Padre Llordén da cuenta de
entalladores que hacen andas para
procesionar y de imágenes que recibieron allí culto y veneración. Tampoco queda
nada de la ‘Joyanca’ habilitada como fosa
común para enterramiento al que no daban abasto… ¿La culpa? Una epidemia de
peste en el siglo XIX
El folclore tiene una visión
más bella, más optimista. Lo pregona para quienes quieran saberlo. “Alora tiene
tres calles / que no las tiene Madrid / calle Ancha y el Barranco / y la calle
del Carril”. Ahí queda eso. Quién quiera que venga y lo mejore.
Hay un murmullo de brisa que
juega al escondite entre los geranios. Hay un murmullo de Historia que lanza a
través del viento: “Tregua, tregua, Adelantado / por tuyo se da el castillo. /
Alzó la visera arriba / por ver el que tal le dijo….” Y todo eso que sigue y
que sabemos del Romance…
Hay un murmullo de nubes. Se
asoman desde lo más alto, pespuntean las Torres. Hay un murmullo de arte, de
cal blanca, de barrio donde no sobró nunca la abundancia, de luchas a
‘dentelladas’ en eso que algunos llaman vida.
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