martes, 24 de julio de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Horror



Ya está aquí. Cada año llega inexorablemente. Antes o después, pero viene. El año pasado le tocó a Portugal, antes a las Sierras de Gredos y la de Gata… La relación podría ser una letanía. Este año ha apuntado por la parte de Casares, el Turón en Ardales en Málaga,  y Alhendín, en Granada. Ahora le toca a Grecia.

Son aterradoras las imágenes. Dan pánico. Todo es pábulo. La impotencia ante la tragedia deja a uno sin palabras. Los números de muertos suben casi con la misma velocidad con la que avanza el fuego o sube el humo hacia el cielo.

En todo el Ática dominan dos colores: el blanco de sus casas y el azul de dinteles en puertas y ventanas o en las barandillas de las escaleras que bajan hasta las costas del mar Egeo. Mar de poesía y ensueño; ahora, mar de terror que no ha podido salvar ni a los que, incluso, buscaron en sus  aguas la tabla para asirse a la vida.

Cuando estudiábamos nos enseñaban que en Grecia quedaban marcadas tres regiones diferenciadas. El Ática, culta y agrícola que tenía su capital en Atenas, donde Pericles en el siglo V antes de Cristo fundó la menos imperfecta de las formas de gobierno, o sea, la Democracia. Al sur el Peloponeso, pobre y quebrado, guerrero y sufridor, su capital Esparta, allí nació una manera de concebir la vida, la espartana. Al norte Macedonia, la patria de Alejandro Magno…

El aporte del mundo clásico griego a Occidente es imposible resumirlo: la filosofía, el teatro, la literatura, la mitología… El mundo de hoy no es, obviamente, el clásico. Muestra  disconformidad e inestabilidad política – dicen que el fuego ha sido provocado, ¡hay que ser canalla – y una lucha para sobrevivir en un mundo con demasiados problemas dentro y fuera.

Hasta hace unos días Grecia era noticia por la llegada de pateras. Venían desde la enemiga Turquía. A partir de ahora porque ha agregado, además,  dos colores nuevos a los suyos identificativos, el rojo del fuego arrasador,  y el gris en su suelo, y que por si fuera poco se eleva, a modo de columnas de humo, en un decorado de espanto aunque de él forme parte, incluso, el Partenón.  ¡Cuánta muerte ha quedado a ras del suelo…! ¡Qué horror, Dios mío, qué horror!



No hay comentarios:

Publicar un comentario