Ya está aquí. Cada año llega
inexorablemente. Antes o después, pero viene. El año pasado le tocó a Portugal,
antes a las Sierras de Gredos y la de Gata… La relación podría ser una letanía.
Este año ha apuntado por la parte de Casares, el Turón en Ardales en Málaga, y Alhendín, en Granada. Ahora le toca a
Grecia.
Son aterradoras las imágenes.
Dan pánico. Todo es pábulo. La impotencia ante la tragedia deja a uno sin
palabras. Los números de muertos suben casi con la misma velocidad con la que
avanza el fuego o sube el humo hacia el cielo.
En todo el Ática dominan dos colores:
el blanco de sus casas y el azul de dinteles en puertas y ventanas o en las
barandillas de las escaleras que bajan hasta las costas del mar Egeo. Mar de
poesía y ensueño; ahora, mar de terror que no ha podido salvar ni a los que,
incluso, buscaron en sus aguas la tabla
para asirse a la vida.
Cuando estudiábamos nos
enseñaban que en Grecia quedaban marcadas tres regiones diferenciadas. El
Ática, culta y agrícola que tenía su capital en Atenas, donde Pericles en el
siglo V antes de Cristo fundó la menos imperfecta de las formas de gobierno, o sea, la
Democracia. Al sur el Peloponeso, pobre y quebrado, guerrero y sufridor, su
capital Esparta, allí nació una manera de concebir la vida, la espartana. Al norte
Macedonia, la patria de Alejandro Magno…
El aporte del mundo clásico
griego a Occidente es imposible resumirlo: la filosofía, el teatro, la
literatura, la mitología… El mundo de hoy no es, obviamente, el clásico.
Muestra disconformidad e inestabilidad
política – dicen que el fuego ha sido provocado, ¡hay que ser canalla – y una
lucha para sobrevivir en un mundo con demasiados problemas dentro y fuera.
Hasta hace unos días Grecia era
noticia por la llegada de pateras. Venían desde la enemiga Turquía. A partir de
ahora porque ha agregado, además, dos
colores nuevos a los suyos identificativos, el rojo del fuego arrasador, y el gris en su suelo, y que por si fuera poco
se eleva, a modo de columnas de humo, en un decorado de espanto aunque de él
forme parte, incluso, el Partenón. ¡Cuánta
muerte ha quedado a ras del suelo…! ¡Qué horror, Dios mío, qué horror!
No hay comentarios:
Publicar un comentario