lunes, 5 de febrero de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nieve


Para los que vivimos al sur del Sur eso de ver nevar es un acontecimiento. La televisión pone imágenes bellísimas.  Tienen más de ensueño que de realidad. Ha sido una mañana  inolvidable como aquella de cuando  yo era niño  – mediados de los cincuenta – y nevó en Álora. 

Los cartujos – los cartujos de antes, los de ahora no sé – cuando el hermano Rafael andaba por Dueñas vestían de blanco. Ahora, el hermano Rafael está en los altares y no sé si en San Isidro quedan seguidores de Bernardo de Claraval. Los cartujos se levantaban de madrugada y andaban sin formar ruido.

La nieve tiene algo de vocación contemplativa. Llegó temprano, tan temprano que todavía no estaban las calles puestas. Vino  sin avisar. Calladita y en silencio. Casi nadie la percibió. Al principio era eso que llaman agua nieve; al rato, un ejército de copos  bajaba  del cielo.

Los ángeles traviesos habían roto las almohadas en esas luchas incruentas que organiza el ganado menudo cuando están solos y gozan de la libertad para hacer lo que les plazca. A media mañana era una maraña de plumas blancas en busca de un destino. El cielo tenía color de panza de de burra.

Eran copos errantes.  Habían decidido cambiar la ruta. El camino no era el de Santiago y si una vía láctea desarmada y rota que llevaba hasta  la tierra. La ciudad  tenía una temperatura con la que ellos no contaban. Algunos  desdeñaban el empeño de quedarse sobre la calzada;  se desvanecían casi al pisar el suelo.  

Cuando salí del pueblo camino de Madrid los cerros estaban vestidos de biznagas blancas. No eran jazmines, no;  tampoco eran azahares de una primavera adelantada; tampoco.  Los almendros  hartos de espera se habían puesto el traje más hermoso con que se suelen vestirse en estas fechas. Estaban revestidos de flores.

En las calles de Madrid no hay almendros. La nieve ha querido poner su sello propio sobre los prunos; sobre los plátanos desnudos de hojas; sobre los setos de las medianas. No lo ha conseguido. Ella, peregrina desde las alturas a la tierra ha visto con desencanto, cómo la ciudad se ha encogido de hombros y la ha recibido con sorpresa cómo puede recibirse a alguien extraño al que no se esperaba para la fiesta…





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