Para los que vivimos al sur del
Sur eso de ver nevar es un acontecimiento. La televisión pone imágenes
bellísimas. Tienen más de ensueño que de
realidad. Ha sido una mañana inolvidable
como aquella de cuando yo era niño – mediados de los cincuenta – y nevó en
Álora.
Los cartujos – los cartujos de
antes, los de ahora no sé – cuando el hermano Rafael andaba por Dueñas vestían
de blanco. Ahora, el hermano Rafael está en los altares y no sé si en San
Isidro quedan seguidores de Bernardo de Claraval. Los cartujos se levantaban de
madrugada y andaban sin formar ruido.
La nieve tiene algo de vocación
contemplativa. Llegó temprano, tan temprano que todavía no estaban las calles
puestas. Vino sin avisar. Calladita y en
silencio. Casi nadie la percibió. Al principio era eso que llaman agua nieve; al
rato, un ejército de copos bajaba del cielo.
Los ángeles traviesos habían
roto las almohadas en esas luchas incruentas que organiza el ganado menudo
cuando están solos y gozan de la libertad para hacer lo que les plazca. A media
mañana era una maraña de plumas blancas en busca de un destino. El cielo tenía
color de panza de de burra.
Eran copos errantes. Habían decidido cambiar la ruta. El camino no
era el de Santiago y si una vía láctea desarmada y rota que llevaba hasta la tierra. La ciudad tenía una temperatura con la que ellos no
contaban. Algunos desdeñaban el empeño
de quedarse sobre la calzada; se
desvanecían casi al pisar el suelo.
Cuando salí del pueblo camino
de Madrid los cerros estaban vestidos de biznagas blancas. No eran jazmines,
no; tampoco eran azahares de una primavera
adelantada; tampoco. Los almendros hartos de espera se habían puesto el traje más
hermoso con que se suelen vestirse en estas fechas. Estaban revestidos de
flores.
En las calles de Madrid no hay
almendros. La nieve ha querido poner su sello propio sobre los prunos; sobre
los plátanos desnudos de hojas; sobre los setos de las medianas. No lo ha
conseguido. Ella, peregrina desde las alturas a la tierra ha visto con
desencanto, cómo la ciudad se ha encogido de hombros y la ha recibido con
sorpresa cómo puede recibirse a alguien extraño al que no se esperaba para la
fiesta…
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