En la mañana
del pasado domingo 20 de agosto se tributó un homenaje a Doña Remedios Díaz a
pie de su Escuela Rural en Venta Tendilla (Álora). Más de un centenar de
antiguos alumnos; numeroso público. Carmen Hidalgo leyó un texto de su hermano
José María, ausente por motivos de salud y publicado en el periódico digital ymalaga.com
bajo la dirección de Paco Rengel. La homenajeda y el texto piden la publicación
íntegra. Es por lo que hoy se excede el espacio habitual de esta sección.
“Remedios
Díaz Díaz (Doña Remedios) nace el 10 de mayo de 1902 en Vélez Málaga (Málaga)
de familia humilde, es la segunda de cinco hermanas, viviendo su infancia en
Almayate, pedanía de Velez Málaga, con unos tíos padrinos, él maestro de
escuela rural, y posible origen de la vocación por el magisterio de Remedios.
Pese
a su condición de mujer, su familia le apoya para estudiar en Málaga para lo
cual obtiene una beca, ayudándose además, con trabajos de costura y bordado que
realiza, hasta terminar su carrera.
El 1
de julio de 1934, con treinta y dos años, ingresa en el Cuerpo de Magisterio
Nacional, siendo su primer destino el pueblo de Igualeja, donde ejerció algunos
meses como interina.
Durante
al año 1935 – un año antes de inicio de la guerra civil - toma posesión de su
plaza definitiva en la escuela nacional-rural de “La venta de Tendilla”
(Álora) en donde permanece durante
cuarenta años, hasta su jubilación.
Allí
contrae matrimonio, con Juan García Vázquez (Calderón), vecino del caserío
hombre de campo honesto y trabajador, que la sobrevivió.
Ya
jubilada y delicada de salud, ella, que no tuvo descendencia, pese a que sus
hijos se contaban por centenares, se traslada a Málaga al amoroso cuidando de
su sobrina Estrella Jurado, que le ayuda en su seguimiento médico y le
acompañará en numerosas visitas a la “Venta” para reencontrarse con sus
vecinos, lo que se perpetuó hasta su muerte, acontecida en 1985.
Doña Remedios, como era conocida por
todos, no fue una maestra al uso. De ferviente y
decidida vocación docente, toda su vida profesional transcurrió en el
mismo destino, formando parte de la comunidad de manera especial y esencial.
Como resultado de una tan larga relación, se erigió en constante referente para
todos en la comarca. Los inviernos, en reuniones de tertulias vecinales, en
torno a los braseros de picón compartidos, y en verano en charlas, al borde la
era comunitaria, enseñando labores de bordado, cuyas delicadas manos eran
capaces de hacer.
Fue la maestra de los padres, y más tarde
lo sería de los hijos, en los que veía reflejado el carácter de sus antiguos
alumnos, no perdiendo jamás el contacto con ellos, sin importar la edad,
actividad o profesión que estos tuviesen.
El ser discípulo de Doña Remedios,
comenzaba a los cinco años, y ya no finalizaba jamás, porque ella mantenía su
presencia conscientemente en la vida de cada uno de ellos.
Era
invitada principal en las bodas de sus alumnos - con frecuencia ambos
contrayentes- y en los bautizos de los hijos de estos, y seguía siendo
respetada por todos, de la misma forma que cuando – con su impoluta bata blanca
– por las mañana recibía a cada niño o niña, en la puerta de la escuela con los
“buenos días”, y le despedía de igual manera al mediodía, para repetir la
operación de forma idéntica, por la tarde.
Doña Remedios, era – además - el
permanente auxilio de las jóvenes de la comarca. En una sociedad rural y
cerrada como la que vivió, las hijas de familia, tenían prohibido ir de fiesta
o simplemente pasear, sino era con la compañía de una persona responsable.
Siempre que acudían a ella, accedía sin
dudar, ya fuese a lomos de un burro, para ir a la verbena de San Juan en
Alhajaprieta, o la romería de Álora, ya sobre un desvencijado camión, para
acudir -con sus eternos alumnos- al Valle de Abdalajis o a Pizarra, a
representar una obra de teatro, o asistir a una sesión de baile.
La gran personalidad que Doña Remedios
irradiaba, en todo cuando hacía, se mantuvo hasta su muerte. Su pequeña
estatura nunca le impidió hacerse respetar, ni que el perfecto castellano, en
que se expresaba con magistral soltura, llegase con claridad a los oídos de los
que la rodeaba en los mensajes - siempre didácticos - que impartía.
Todos los que tuvieron el privilegio de
recibir sus enseñanzas, quedaron positiva y definitivamente marcados por ellas,
para el resto de sus vidas”.
J.M.
Hidalgo// Barcelona a 30 de enero del 2009