La radio, a esa hora en que todavía no han puesto
las calles, dice que hoy, precisamente hoy, Marie Laforete cumple setenta y tres
años. La radio cuenta, también otras noticias, por cierto casi todas malas y de
esas que a uno le hacen pensar y preguntarse ¿qué está pasando?
La radio informa que el Papa – ese señor que se
viste de blanco y que, desde hace unos
años, marca las directrices de la
‘nueva’ iglesia, desde Roma. Algunos obispos y curas parecen que no se han
enterado – el Papa ese que si se quiere condenar que se condene él – ha hecho
bueno lo de pastores que huelen a ovejas. Ha cogido su coche y se ha presentado
en Amatrice.
¿Amatrice? Sí ese pueblecito perdido en el Lacio donde nació el latín que nos dio tanto. Un terremoto lo asoló hace unos días. El Papa –
conducía él, e iba solo – va y les dice que desde el primer día quiso estar con
ellos y que su dolor también era suyo y que allí estaba para darles compañía y
cariño…
Aquí, más cerca, la política, con bastante menos
cariño, está como ese huracán que va desde el centro del Caribe hacia el
continente. Arrasa, destruye, siembra zozobra. El patio está con demasiados
pollos tomateros y con los gallos viejos enseñando espolones. A ver cómo
termina esto.
Marie Laforete, la de los años recién cumplidos, es aquella
chica de voz dulce; frágil como el vuelo de una mariposa. Sonaba en el pic uk de los guateques de los domingos por
la tarde. Nuestros corazones destilaban la miel dulce e ilusionada de los
primeros amores. Mari Laforete vino y nos dijo que aquello tendría enfados y
que el amor era tan de cristal que…
“Olvidemos nuestro enfado / y volvamos al amor….” No
está la cosa como para echar pelillos a la mar. No parece, tampoco, que por
ahora, se haga realidad eso de… “que si no es a tu lado ¿dónde voy a estar
mejor?”
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