La escuela estaba en un lugar inapropiado; inmundo.
Olía a humedad y a lugares en los que nunca había entrado el sol. La escuela
era un caserón que antes, cuando la pobreza era todavía mayor, lo habían usado
para hospital de pobres dependiendo de la caridad municipal y de la iglesia.
La escuela estaba situada a los pies del campanario.
Los niños escuchábamos las campanas que doblaban a entierro o que daban los
toques para anunciar a las beatas que era la hora de tercia, del ángelus o que
había ocurrido la desgracia de la visita no deseada y, tocaban a ‘agoni’ con
número diferentes de toques para hombres y mujeres.
Los niños usábamos un váter tan insalubre como todo
el edificio; estaba al final del patio; en un rincón con una puerta que solo se
encajaba. No tenía pestillo interior y siempre se quedaba medio abierta.
A media mañana salíamos al recreo. La escuela tenía
un patio pequeño e insuficiente. Entonces usábamos la plaza pública y allí se
jugaba a lo que daba el tiempo: “los toreros”, “el trompo”, “el pincho”, “la
bolas”, “al laya”, “a certinalalerta”, a correr en un pilla, pilla que tenía
fin cuando el maestro, con unas palmadas, anunciaba que se ponía fin a la
libertad.
Carecíamos de casi todo; menos de ser niños. El
periódico ha dado una noticia tremenda. Los buitres televisivos han ahondado en
ella. No por la noticia en sí, que es mala, muy mala; no. Han ahondado por el
morbo que encierra.
En un colegio de Palma de Mallorca otros niños han
dado una paliza a una compañera de ocho años. Los mozos valientes, según dice
la nota de prensa, pueden llegar hasta los catorce.
Al parecer todo vino porque la chiquilla les había
quitado una pelota… ¡El delito, enorme! Ahora todo da vueltas. Implican a la
dirección, a la vigilancia del recreo, al profesorado… No he escuchado ni una
sola reflexión preguntando del “porqué” se llega a esta situación. Y, digo yo,
sin intención, ¿Y si nos paramos, los mayores, a pensar un poco? Solo un poco…
Pues, sí, querido Pepe: la educación, en la casa. En la escuela, el aprendizaje y, también, la disciplina. Pero tengamos claro algo: el niño es, sobre todo, un producto de su casa y de su familia.
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