Lo arrancó la luz de la mañana. El sol del
Mediterráneo subía del mar. No había entrado, todavía, por la ventana; él ya navegaba por otros
cielos. Ese cielo ganado tan a pulso; en silencio.
La enfermedad le dio dos zarpazos de muerte.
Dentelladas. Postrado el cuerpo; crisol de prueba para un alma grande. Su vida,
desde aquel día, asida a una silla de ruedas. Resistencia heroica en la lucha
de cada día.
Paco llegó al colegio, también, una mañana de
inicios de curso. De eso hace ya mucho tiempo. Venía de Carratraca. Se
incorporaba a uno de los centros de su pueblo. Paco – Paco Garrido – era un
hombre callado, de pocas carnes y mucha voluntad. No tenía horas para darle
cabida al cansancio.
Ayer sonó el teléfono, ¿por qué el teléfono cuando
viene con estos aires malos parece que suena de otra manera? Corre la noticia.
Nos llamamos unos a otros, que sí, que
lo sé; que me lo acaba de decir; que…
Otra llamada confirma que ya estaba en el
cementerio. De verdad Paco que se me hizo un nudo en la garganta. Tu mujer, tus
hijos; tus hermanas, los tuyos y el
recuerdo de tantos y tantos años juntos entrando por la misma puerta, sentados
ante las mismas mesas, cruzándonos por los mismos pasillos, cuando el compañerismo
era un codo con codo y la amistad tanto.
Se pone en marcha ese molinillo que llamamos tiempo.
Todo es un velo de niebla. Queda tu trabajo: dedicación, pulcritud, minuciosidad de lo bien hecho.
Otros nuestros te precedieron: Mariana, Rita,
Fernando, Ana, Tere, Don José, Charo, Juan, Pepita… Te sumas a la lista. Me
vienen a la mente aquellos versos de Miguel: “a las aladas almas de las rosas /
del almendro de nácar te requiero…”
Momento del adiós forzado por Quién todo lo dispone.
Busco los versos de don Antonio. Otro hombre bueno. Como tú, enseñó a muchos, a llevar palabras de la mano:
“buenas gentes que viven, /
laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la
tierra”.
Descansa en paz, querido Paco, amigo, compañero…
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