La aurora llegó envuelta en un manto de gasa blanca,
espesa… Tul de manto de novia. Lo llenaba todo; lo ocupaba todo. La aurora tuvo problemas para dejarse ver a
pie de calle. Los árboles, fantasmas, quietos, inmóviles, fijos en su ser
siempre.
Decían los viejos que la niebla trae de la mano la
lluvia. Han sido dos mañanas de niebla. La lluvia no llega. Hablan en los
informativos que en otros puntos de España sí está lloviendo. Nosotros – y cuando
digo nosotros, me refiero a este rincón donde vivo – estamos condenados: o
ahogados por sequedad, o por exceso de agua.
Hace falta la lluvia. Esto tiene toques de ruina. Sones
de clarines conocidos desde hace mucho tiempo. Están secos los pozos; se han
agostado los veneros; el río tiene poca.
Está estancada y contaminada; no corren los arroyos; las fuentes son hilos
finos que brotan con más voluntad que posibles.
Se han ido las aceitunas. Están arrugadas. Han
cambiado el verde esperanza de verdeo par ir a la mesa por ese morado de
sacrificio y penitencia antes de entregarse a la inmolación del molino.
Han comenzado con las sementeras. La gente va con
mucho tiento; más esperanzas que
confianzas. La gente no se atreve. Los barbecho cambian el color de cara y los
surcos son hilos de esperanza de lo que luego será pejual y en abril un mar de olas ondeadas por el viento; y en
junio, mies camino de la era y…¡ay, Dios en el campo, como en el amor
imposible, siempre con el sueño asido de la mano.
La niebla levantó a media mañana. El cielo se
entoldó; nubes grises; no aparecía el sol. Todos los puertos tomados… Había un
canto de pájaros de esos que van de paso y hace estación de descanso en el
vallado del camino. Ya se han ido las tórtolas y las golondrinas y…
La lluvia esperada cuando cuelgo estás líneas no
llega. ¿Se habrá entretenido de palique en la ventana con una niña morena?
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