Amigos desde la niñez; vivían en el pueblo;
escapaditas a Málaga. Ambos dos amaban la buena vida. No daban un palo al agua
ni por equivocación. De un palo en una pelea, ni hablar. Eso de las peleas, para
otra gente. Iban, de sablazo en sablazo, y siempre salvaban los muebles en ese
devenir diario que se llama vida.
Subieron al mixto de Ronda. El tren aparecía en la
estación temprano. La niebla, todavía, no ha levantado del curso del agua del
río. Llegaron a Málaga y, directamente,
a ‘Casa Aranda’. Pidieron lo habitual: Un chocolate con churros y, “para
mí - terció Juanito, porque se llamaba Juanito - una leche manchada, no muy
dulce”.
Subieron por calle Larios. Había gente que iba y
venía; la calle estaba preciosa. A esas horas en que el sol ya ha subido por
encima de la veleta de la catedral lucía como una quinceña. Un grupo de los
Servicios Operativos Municipales trapicheaban. Montaba un tinglado; cercanía de
Halloween (o como se escriba)…
En el ‘Central’ un grupo guiris sentados bajo la bandera
Constitucional gozaban de la placidez de un otoño casi veraniego. La brisa la
movía, suave, sutilmente. Siguieron el paseo; otro grupo caminaba hacía el
Picasso…
¿Juanito, le
dice Salvador, - era el nombre el otro compañero de ‘fatigas’ - , sabes que Huelva
se ha puesto de moda? Ya es capital gastronómica para el año que viene. El
otro, haciéndose el lipendi, le espeta, “eso significa que para nosotros se
acaba el jamón, ya no habrá quien lo pague…”
Llegan a casa de las primas. Las primas, solteras,
enjutas; dos momias conservadas en formol. Acababan de comprar un frigorífico
en una oferta. Muestran orgullosas la nueva joya de la casa. Y ellos, malos de
solemnidad… Cómplices, a media voz: “total, para media docena de tomates…”
Juanito, ignora que el frigo no se abre en casa
ajena. Va y tira de la puerta…Una bandeja de tomates, un cartón de leche, una
botella con agua… y el vacío generalizado. “Salvador, ¿no te lo dije?...”
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